En su magistral estudio sobre
El nacimiento del Purgatorio (1981),
el insigne medievalista francés Jacques Le Goff, cita multitud de textos
escriturarios y apócrifos, de los Padres de la Iglesia (Ambrosio, Agustín,
Gregorio Magno), y de autores altomedievales a propósito de lo que llama el
prepurgatorio (pues el Purgatorio, tal como lo conocemos, data del siglo XII, lo
que pretende demostrar).
Un poco (o mucho) tocado por
la concepción de Borges de la teología como rama de la literatura fantástica,
mi lectura se mueve entre el interés histórico de la búsqueda de la verdad y el
placer estético ante la extrañeza cuasi exótica de los textos.
Me fascina, por ejemplo, al
hablar del fuego purgatorio ante los pecados menudos o leves (todavía no se ha
instalado el concepto de “pecado venial”, que también pertenece al siglo XII),
la tendencia a la repetición en las enumeraciones:
“Julián explica que este
fuego purga los pecados pequeños y mínimos tales como la constante
charlatanería, la risa inmoderada o el exceso de apego a los bienes
particulares.” (p. 117)
O un poco después:
“ello es válido a propósito
de pecados pequeños y mínimos como la charlatanería continua, la risa
inmoderada, el cuidado exagerado del patrimonio, etc.” (p. 127)
Entendíamos que el excesivo
apego a los bienes materiales (que roza con la avaricia) podía ser un pecado,
pero lo de la risa inmoderada y la charlatanería supone un serio aviso para
nuestra tolerante permisividad actual.
Ahora bien, un posterior
pasaje de un anónimo irlandés del siglo VIII, nos da más qué pensar, pues que
alarga la enumeración y entre los pecados menudos incluye:
“el uso inútil del matrimonio
legítimo, el exceso en la comida, el placer exagerado por las futilidades, la
cólera llevada hasta excesos de lenguaje, el interés exagerado en los asuntos
personales, la asistencia descuidada a las oraciones, el levantarse tarde, las
explosiones de risa, el abandono excesivo al sueño, la retención de la verdad,
las habladurías, la obstinación en el error, sostener lo falso por verdadero en
las cosas que no conciernen a la fe, olvidarse de los deberes pendientes, o
tener los vestidos en desorden.” (p. 119)
Así que, levantémonos
temprano y pongamos un poco más de orden en el vestir. La lujuria, ya sabemos,
casi no es pecado y, además, concita la indulgencia de muchos.