jueves, 31 de agosto de 2023

Poesía y geografía: Niebla en la Sía, de Gerardo Diego.

 

A la vuelta de un viaje por Cantabria lo primero que me viene a la cabeza es este poema de Gerardo Diego con el que me encontré en lo alto del portillo de la Sía, que une los Collados de Asón con Espinosa de los Monteros en el norte de Burgos. Lo transcribo, añadiendo los correspondientes acentos que excluyó la piedra, y lo ilustro con dos fotografías: una, del monumento al poema y poeta; y otra, de la vista desde lo alto hacia el valle de Soba.


Niebla, niebla en la Sía.

La clara nitidez del valle idílico,

Los oscuros, concretos cajigales

De Quintana y La Gándara,

Quedan abajo inmersos como en sueño.

El corazón se ensancha según sube

La ruta pedregosa. Este camino,

Cuando sólo era senda de pastores

Y guía de herraduras,

Fue hollado por la planta infatigable

De mi padre zagal y ahora no veo

A un lado y otro,

Detrás, delante, sino las vedijas

De la madrastra, de la borradora

Que disuelve la luz y niega el cielo.

 

Gerardo Diego

 




viernes, 4 de agosto de 2023

El pudor y la coquetería de Barthes en LA CÁMARA LÚCIDA: la ausencia/presencia de la foto de su madre

 

Explicándole a mi hijo un día la diferencia entre la esquizofrenia y la paranoia, le dije que yo, sin ser paranoico, tenía un punto paranoico. Me pidió un ejemplo, y le puse el que más fácil me viene a mano. Cuando subo a un autobús y me siento, dejando un puesto libre a mi lado (es verdad que, desde un día en que me intentaron atracar en el bus, ocupo siempre el que da al pasillo), me genera cierta ansiedad ver cómo las personas que suben suelen evitar el asiento libre a mi lado y buscan otro o se quedan de pie. Esa ansiedad o malestar que me genera tan nimio asunto es indicio de esa tendencia mía, un punto paranoica, a buscar sentidos donde tal vez no los haya.

 

Pues bien, hoy recurriendo a este rasgo o tendencia mía, voy a intentar aplicarlo a la interpretación de un aspecto de un libro de Roland Barthes: La cámara lúcida (1980). Sabemos que en ese libro, poco académico, escrito después de la muerte de su madre y poco antes de la suya propia, al margen de la distinción que propone, al considerar la imagen fotográfica, entre studium y punctum, o sea, entre lo intencionado, reglado y pretendido en la imagen, y lo que escapa a toda lógica y nos punza, hechizando nuestra mirada, Barthes dedica la segunda parte del libro a comentar una fotografía de su madre niña que, confiesa, no quiere mostrar en el libro. Es la que denomina Foto del Invernadero, y que describe así.

“La fotografía era muy antigua. Encartonada, las esquinas comidas, de un color sepia descolorido, en ella había apenas dos niños de pie formando grupo junto a un pequeño puente de madera en un Invernadero con techo de cristal. Mi madre tenía entonces cinco años (1898), su hermano tenía siete. Éste apoyaba su espalda contra la balaustrada del puente sobre la cual había extendido el brazo; ella, más lejos, más pequeña, estaba de frente; se podía adivinar que el fotógrafo le había dicho: “Avanza un poco, que se te vea”; había juntado las manos, la una cogía la otra por un dedo, tal como acostumbran a hacer los niños, con un gesto torpe.” (p. 122)