miércoles, 30 de enero de 2019

Un curiosísimo romance con metamorfosis y tragedia: Margarita o la cierva blanca

En el libro Viaje por los montes y chimeneas de Galicia, de Jose María Castroviejo y Álvaro Cunqueiro, se recoge este bellísimo romance (página 152, de la edición de Austral) que no me resisto a transcribir (hago una leve corrección en el último verso: leo "queman" en lugar de "quedan"; para ello me apoyo en la única versión -casi idéntica a la de nuestro libro- que he podido encontrar en el ciberespacio:

Allá pasan por el bosque,
va la madre con la hija;
la madre canta un cantar, 
pero la niña suspira.
- ¿Qué te hace suspirar?
¿Por qué lloras, Margarita?

- Es que sufro sin decirlo,
soy Margarita de día,
pero de noche me vuelvo
una blanca cervatilla.
Condes y duques me siguen,
cazadores y jaurías,

y el que más me acosa, madre,
es mi hermano Roldanías.
Anda, pronto, madre, pronto,
dile que no me persiga,
dile que amarre sus perros
hasta que amanezca el día.

- Roldanías, ¿dónde tienes
tus pajes y tus jaurías?
- Están en el bosque, madre,
tras de blanca cervatilla.
- ¡Deténlos, hijo, deténlos,
deténlos, por vida mía!

Con su cuerno plateado
llama tres veces seguidas.
A la tercera llamada,
cazan a la cervatilla.
- Mandemos despellejarla
y servirla en la comida.

Dice el que la despelleja,
bien oiréis lo que decía:
"Tiene rubios los cabellos,
tiene el seno de una niña."
Saca el cuchillo del cinto
y pronto la descuartiza.

Ofrecen una gran cena
al rey y a su comitiva.
- Estamos todos sentados,
sólo falta Margarita.
- Yo me senté la primera;
empezad vuestra comida.

Mi cabeza está en la fuente
y mi carne en la vajilla,
mi sangre está derramada,
fresca aún, en la cocina;
y en brasa mis pobres huesos
se queman en la parrilla.


P.S. Se trata de la adaptación de un romance francés, al parecer bretón, y que data del siglo XVI, que se recoge en Le romancero populaire de la France, de G. Doncieux, Paris, 1904.
Los versos finales de la versión francesa (mon sang est répandu par toute la cuisine, / et sur les noirs charbons, mes povres os y grillent) me reafirman en mi lección de "queman" en lugar de "quedan".

Ni que decir que este romance de la fille biche o biche blanche está en el origen de la leyenda de Bécquer La corza blanca.

lunes, 14 de enero de 2019

Un apunte sobre técnicas de estudio (leyendo a Jean Guitton)



Leyendo, ya a mis años, jubilado después de más de 35 de docencia, un par de libros de Jean Guitton sobre técnicas de trabajo intelectual (Nuevo arte de pensar y El trabajo intelectual) me complace ver que, los consejos y estrategias que propone, coinciden con los que yo, intuitivamente, me fui forjando en mis años de estudiante (me refiero a los últimos años de antiguo bachillerato y COU, y, sobre todo, a los años de Universidad). Por ello, aparcando un momento la palabra escrita de tan gran maestro, o entreverándola con mis propias reflexiones, me voy a permitir dar cuenta, valga lo que valiere y en un orden poco estricto, de algunas de mis ideas particulares sobre el aprendizaje (entiendo que algunas resultarán chocantes).

viernes, 11 de enero de 2019

Una gran lección sobre qué sea poesía. Gastón Baquero comenta un poema de Lezama Lima


En mi proyecto de traer a este blog páginas difíciles de encontrar de autores cubanos, empiezo con un fragmento de Gastón Baquero, en que hace un luminoso comentario de un poema de Lezama Lima, luminoso por cuanto dice sobre el poema (poesía purísima, de no fácil intelección) y por cuanto dice sobre la poesía en general. Se refiere al encuentro de un lector común, no demasiado avezado en la lectura poética, que tiene sensibilidad, y que ha leído a Rubén Darío, pero que de repente se topa con un poema de vanguardia como el siguiente.
El libro de Lezama es de 1941, y el ensayo de Baquero ("La poesía de Lezama Lima") de 1942.


Pero si este mismo hombre toma en sus manos el libro Enemigo rumor y se entra por él, encuentra que el primer poema dice:


Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir
.


¿Qué impresión produce este poema tan bello, tan fino, en ese tipo de lector que asumimos? Lo que ocurre es, posiblemente, que echa de menos la anécdota; que no sabe bien a qué atenerse en cuanto a lo que allí se ha “querido contar” -esta es su concepción- y procura formarse un esquema lógico, una traducción a su lenguaje, de lo que el poema ha dicho ya impecablemente en el suyo. Gracias a esto, arriba a la conclusión de que se trata de un poema más en que un poeta llora el desdén de que ha sido objeto por parte de su amada. Ve, además de eso, una suma de cosas que no tienen mayormente que ver con el problema del desdén, y ha PERDIDO PIE REPETIDAS VECES EN LA LECTURA PORQUE NO SABE CON CERTEZA qué cosa sea esa estrella recién cortada, que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga”, o esa agua discursiva, o esos cabellos extensos, ese mármol de los adioses o ese viento que se tiende como un gato.

Imaginemos que una percepción más fina, pero todavía de carácter estrictamente lógico, le llevase a urdir este esquema riguroso, esta descomposición del poema en sus momentos e imágenes, con la necesaria reducción de esas imágenes a los hechos ocurridos. Llega de ese modo a lo siguiente: El poeta ha sido abandonada por su amada en el instante precisa en el que esta iba a decidirse, o sea, a “alcanzar su definición mejor”, pues la mejor definición de una amante ante su amado es decidirse sin reservas a quererle. La amiga se niega a creer las preguntas que formula una estrella recién cortada ante otra estrella que considera enemiga y en la cual va mojando sus puntas. Esa estrella recién cortada es el propio poeta, que se compara con una estrella caída de su posición sideral -que es el amor de su amiga-, de donde ha sido cortada o arrancada, recientemente. Va preguntando entonces, una vez caída ante la acción desdeñosa, para saber quién es la nueva estrella; va mojando en esta sus doloridas puntas, para saber quién ocupa ahora su puesto en el cielo de su amada y quién es, por lo tanto, su estrella enemiga. Algo, la amiga o una suposición…, hace creer al poeta que existe una hora en que va a ser o pudo ser cierta su esperanza, su dicha. Esa hora es aquella en que tanto el paisaje como los animales más finos de la creación, aparecen, bajo el baño que les proporciona un agua fluente o discursiva, como sumergidos en un sueño, a través del cual apareciesen levantando, incorporando, creando para consuelo del poeta, las cabelleras más hermosas y el agua que con más amor es recordada por este. Pero comprendiendo el poeta que ese paisaje y sus animales inmersos, no han de ser y no son suficientes para sustituir o consolar la pérdida de la amiga, vuélvese a esta, ida ya, para decirle que debió dejarle por lo menos, como compañía, una estatua. Esta estatua, se comprende, es un recuerdo hermoso y fiel de la ausente, un recuerdo semejante al que nos queda cuando se nos da un adiós tan intenso, tan sentido, que podemos tomarlo como si fuese materia tan sólida como el mármol y hacer con él, con el adiós, un recuerdo tan puro y tan presente como la estatua. Y la amiga pudo y debió darle al poeta ese adiós porque para él, y en este día, todo, hasta el viento lleno de gracia, se le ofrece amoroso, se le tiende ante los ojos tan tiernamente como gato, para dejarse definir y entregarse.

Quedaría de este modo el lector acaso impuesto del tema del poeta, ¿pero es esta la lectura que conviene a la poesía? De leerse así, tan fatigosamente, permanece desconocido o ausente para el lector aquel mundo poético creado por el poeta. Los poemas que constituyen este libro necesitan de una lectura no meramente alfabética, sino creadora. Y precisan de esa lectura, ante todo, en el sentido de que no se les ha de leer para buscar en ellos las anécdotas, sino para conocerles como creación. Exigen lectura poética y no lógica en tanto que su existencia, estructura y expresión difieren totalmente de lo clasificado como poesía en el catálogo de las emociones y diversiones cotidianas. Su lectura supone la posesión, no de una clave, sino de una actitud hacia la poesía que se halle sostenida por algo más diáfano y seguro que el sentimentalismo. Una lectura poética supone, hoy más necesariamente que nunca, una posibilidad de colaboración previa entre el lector y el autor; requiere que exista entre ambos una estatura espiritual presidida por un mínimo de semejanza. Si no se posee disposición o aptitud para incorporarse la atmósfera poética específica, que es siempre algo ajeno al relato, algo que permanece en forma extraliteral en el poema, se corre el riesgo de reducir este al útil denominador común de lo ininteligible e insensato.”
Si aquel mismo lector asumido hace unos instantes hubiese leído el poema desde los valores poéticos que contiene, habríase percatado de que el poeta con quien inauguraba conocimiento, no toma como fin en el poema su propia situación sentimental, no quiere limitarse a contarla tal y como fue (real o imaginariamente), sino que parte de ella, arranca de ella, y la entrega recreada, enmarcada por elementos o nociones tan refinadamente manejados, tan creadores y seguros, que aquella situación inicial -si es que la hubo- semejante a tantas otras desdichas amorosas, se ha convertido en una nueva y distinta realidad: se ha convertido en un poema.

Este paso o transmutación de lo cotidiano, de lo vulgar y anecdótico a realidad extra histórica, a realidad trascendente, vivida en sí misma, independiente de sus orígenes y referencias, constituye el quehacer genuinamente poético.”

(Gastón Baquero: Ensayos selectos, editorial Verbum, p. 79-82. Corrijo alguna errata evidente -y otras que me lo parecen a mí.)