sábado, 18 de febrero de 2017

Tangencias inauditas: Patria, de F. Aramburu y el romancero viejo

Ya bastante avanzada la novela Patria, de Fernando Aramburu, obra magnífica por tantos conceptos, en el capítulo 110, los hermanos Nerea y Xabier, hijos del Txato, asesinado por Eta, tienen una conversación al atardecer, en que comentan los encuentros de su madre con Arantxa, vieja amiga de la familia y hermana del presunto asesino. También hablan de la enfermedad de la madre y el poco tiempo de vida que le queda. Se despiden, y entonces se produce el siguiente pasaje que cierra el capitulo:

A Xabier, yendo por la calle Elcano abstraído en cavilaciones, le acarició el olfato un cálido olor de castañas asadas. En la esquina con la plaza de Guipúzcoa estaba la caseta del castañero. Una docena, 2,5 euros. Al tiempo que pagaba, campanearon las ocho de la tarde en el carillón de la Diputación. Y Xabier, el grato calor del cucurucho de papel en las palmas de las manos, tomó asiento en un banco de la plaza, bajo la luna decreciente que se veía a través de las ramas sin hojas de un árbol. Peló con facilidad la primera castaña. Muy buena. En su punto, ni dura, ni quemada. Y el calor placentero que se extendió dentro de su boca adensaba el vaho de su respiración. La segunda castaña , también muy buena. Demasiado buena. Se puso de pie. Volcó el cucurucho casi lleno en una papelera, de modo que las castañas fueron cayendo una a una sobre los desperdicios acumulados allí dentro. Después echó a andar en dirección a la Avenida, confundido entre la gente.”

Xabier es un médico bien considerado, pero triste, que lleva una vida de soledad irremediable, con cierta tendencia al alcoholismo. Después del asesinato de su padre tomó un par de decisiones vitales de mucha importancia: cuidar de la madre y prohibirse la felicidad. Tras la triste conversación con su hermana, esas cálidas castañas conspiran, si bien mínimamente, contra la segunda decisión. Por eso, entendemos, se deshace de ellas.

Lo curioso es que su reacción nos recuerda un pasaje muy célebre del romancero medieval, aquel en que la tortolica de Fontefrida, aquejada de viudez, se niega el placer de beber el agua clara.
He aquí el texto:

Fontefrida, Fontefrida,   Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas   van tomar consolación,
si no es la tortolica   que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar   el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía   llenas son de traición;
—Si tú quisieses, señora,   yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo,   malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,   ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,   turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,   porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,   ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,   malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga   ni casar contigo, no.