lunes, 22 de octubre de 2012

De plástica: un dibujo y un cuadro

Hoy traigo al blog dos joyas de la plástica, por motivos diferentes. Viendo la última película de Fernando Trueba, El artista y la modelo, obra hermosa y contemplativa, se produce un momento mágico, eso que –tomando una expresión de Lezama Lima- suelo denominar “cantidad hechizada”, cuando el artista, un escultor octogenario, le muestra a su joven modelo un dibujo aparentemente simple y banal. Al preguntarle qué le parece, la joven responde que bonito. El escultor hace un gesto de desaprobación y le hace descubrir, mirada a mirada y detalle a detalle, cómo ese rápido dibujo de Rembrandt es una de las joyas de la historia del arte. El proceso de ese descubrimiento es –en mi opinión- el momento más hermoso de la película.
La otra obra se encuentra en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses. Se trata de un fresco de Caravaggio que se titula “La vocación de Mateo” y representa el momento en que Jesús llama al recaudador de impuestos que era Mateo (el hombre asombrado que se lleva la mano al pecho y se pregunta ¿es a mí?) para que abandone todo y le siga. Ni que decir tiene que abandonó todo y le siguió. Más tarde escribiría el evangelio que lleva su nombre. De esto hemos hablado hoy en el tema de La Biblia, en clase de Literatura Universal. Mucha atención a la irresistible mano de Jesús.


domingo, 21 de octubre de 2012

Relectura borgeana de un mito clásico

LA CASA DE ASTERIÓN

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Jorge Luis Borges

martes, 16 de octubre de 2012

La humanidad de Homero en Ilíada

Ninguna epopeya termina con esa piedad entre dos hombres pertenecientes a dos bandos opuestos [se refiere a Aquiles y Príamo, que se dan una tregua para llorar a Patroclo y Héctor respectivamente].
Sin llegar nunca tan lejos, ninguna epopeya es tan poco “patriótica” ni tan completamente “humana”. Incluso sabemos que Eneida, que se aproxima mucho a Homero y se inspira abiertamente en Ilíada, obedece a un deseo de propaganda dinástica. Puede establecerse un bello contraste entre las dos descripciones de los escudos en ambas obras. En Ilíada, el escudo que Hefesto cincela para Aquiles representa el cielo y el mar, y dos ciudades humanas, una en paz, que se entrega al gozo y practica la justicia, la otra en guerra, donde se lucha y se muere. Añade la labranza, la cosecha, la vendimia, la ganadería y, por último, la danza: un resumen de la vida y de las actividades humanas. En Eneida, el escudo que Vulcano forja para Eneas representa escenas de la historia de Roma, con Augusto en el centro y con numerosos episodios a la gloria de los romanos. La comparación destaca en su vigor el carácter universal, y profundamente humano, de Homero. A Virgilio le conmueve la historia de Roma; a Homero, el destino de los hombres.

Jacqueline de Romilly: Por qué Grecia, p. 39.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cronos (=Saturno) devorando a sus hijos



Así como el tratamiento de Rubens parece una mera ilustración del mito, con un grado de horror perfectamente soportable, la visión de Goya va mucho más lejos y expresa muchas más cosas. Esa figura destartalada de Saturno, con su pelaje sin mesura, sus ojos despavoridos y su boca informe; esa figura inerme y sangrante de la víctima, que roza lo objetual e inhumano (carece de rostro, carece de cabeza), nos llevan a plantearnos hipótesis respecto a su significado: ¿nos habla Goya del alegórico Tiempo que destruye a sus hijos? ¿o se mete en psicología profunda para hablar del papel enormemente destructor de ciertas figuras paternas? ¿o remite al salvajismo puro y duro que debió reinar en los tiempos primigenios de la aurora de la humanidad?

martes, 2 de octubre de 2012

El milagro del siglo V ateniense

El siglo V ateniense inventó la democracia y la reflexión política. Creó la tragedia y, en menos de cien años, vio cómo se sucedían los tres únicos autores que conocieron la posteridad: Esquilo, Sófocles y Eurípides. Dio forma a la comedia con Aristófanes. Fue testigo de la invención de la historia, primero con Heródoto (que no era ateniense, pero que vivió muchos años en Atenas), después con Tucídides. Presenció las construcciones de la Acrópolis y las estatuas de Fidias. Fue el siglo de Sócrates, que, en los últimos años del siglo, conversaba con el joven Platón o con el joven Jenofonte y con los discípulos de aquellos sofistas que acababan de inventar la retórica. Se conocían entonces los progresos de una nueva medicina, científica y basada en la observación: la de un tal Hipócrates…

Jacqueline de Romilly: Por qué Grecia, p. 38