lunes, 25 de julio de 2011

El viaje, según Eça de Queiroz

Traigo aquí una muy graciosa e irónica definición del viaje que hace Eça de Queiroz (a quien leo estos días) en una carta a una amiga, condesa por más señas. No creo que Eça creyera en lo que dice, gran viajero él mismo (estuvo en la apertura del canal de Suez o en las cataratas del Niágara en una época en que no existían Vueling ni Easy Jet) y creador de esa extraordinaria figura de viajero impenitente que es Fadrique Mendes. La definición reza así:

“Viajar es abandonar un lugar donde estaba uno comiendo en un hotel triste un boeuf-á-la-mode triste, para ir, entre polvo, confusión y equipajes, a comer a otro hotel más triste, otro boeuf-á-la-mode más triste aún.”

miércoles, 20 de julio de 2011

Azorín evoca a Menéndez y Pelayo

La remembranza que guardamos de Menéndez y Pelayo es la de un señor que va por la calle con una capita y un sombrero hongo, un señor no viejo, sí trabajado; un señor con los ojos sin luz —de tanto leer— y una barba canosa; un señor que marcha lentamente, como abstraído. Cuando le saludan, tarda un momento en darse cuenta y parece salir de un sueño. Menéndez Pelayo: libros, libros y siempre libros. Es el último gran obrero del cerebro para quien todo lo que existe es literario. Ni política, ni viajes, ni ciudades, ni campos, ni árboles. Tenía que hacer muchas cosas en la esfera de los libros; era grande la tarea que realizar; no podía salir de los libros y ocuparse en otras cosas. Por la calle se oye un estrépito de algo que pasa, no sabemos qué; pero este señor que está en su estudio tiene entre las manos un libro y no puede dejarlo para asomarse a la ventana. ¡Ah, la inmensa, abrumadora labor del querido don Marcelino! Otros, después del trabajo realizado por él, podrán asomarse á la ventana y contemplar la vida, y relacionar los libros con las ciudades y los campos, y gustar de una síntesis del ambiente de España, formada con la literatura, el paisaje y los interiores. Pero se ha necesitado para esto que este señor, que pasa con su capita y con su hongo, como abstraído, lentamente, se quedara, de tanto leer y escribir, sin brillo en la mirada, fatigadísimo...