miércoles, 28 de agosto de 2013

Peruanismos en Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa

Desde las primeras páginas, el lector que se acerca a Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa (1969), percibe que se halla delante de un verdadero monumento literario. Una obra “para armar”, que exige un lector muy participativo, pero con un sistema constructivo manejado con una inteligencia y precisión asombrosas. El estilo del joven Vargas Llosa, con una eficaz sinfonía de voces narrativas (estilo indirecto, directo e indirecto libre, que se mezclan sin solución de continuidad; diálogos acronológicos…) resulta envolvente para el lector que queda atrapado cuanto hechizado en el complejo mundo que rodea a Santiago Zavala, Zavalita.
Con solo un cuarto de novela leída por el momento, he decidido traer al ciberespacio un breve glosario de peruanismos o americanismos presentes en la obra y que, a veces, pueden entorpecer ligeramente la marcha de lectura al lector peninsular. Como he buscado por la web un glosario de este tipo y no lo he encontrado, me decido yo mismo a colgar en este blog el que he hecho, sin la menor precisión científica (no distingo si son peruanismos o americanismos en general, si son jergales, despectivos, etc.), solamente con el propósito de que sean una pequeña ayuda a quien se lance en la fascinante aventura de leer esta magna novela.
Conforme avance en la lectura retocaré el post para introducir nuevos peruanismos que aparezcan.

N.B. Novela terminada (novelón), listado concluido.


- almuerzo: comida de mediodía.
- apanado: empanado, rebozado con pan rallado.
- arranchar: quitar violentamente a alguien algo.
- arrecharse: enojarse.
- bachiche: inmigrante italiano.
- botar: echar, tirar.
- bulín: casa de citas, burdel.
- cachaco: militar o policía.
- cachar: practicar el coito, copular.
- cachascán: lucha libre.
- cachero: persona que mantiene relaciones sexuales (=cachar) con alguien.
- cachuelero: chófer.
- cafiche: proxeneta.
- calatear: desnudar.
- calato: desnudo.
- canchero: ducho, experto en algo.
- canillita: vendedor callejero de periódicos.
- carcocha: coche viejo.
- chacra: alquería o granja.
- chancar: empollar, estudiar con ahínco.
- chance: oportunidad.
- chancho: cerdo (fig. hucha o alcancía).
- chapar: agarrar.
- chaucito: adiosito (de ciao).
- chaveta: cuchillo pequeño.
- chicha: bebida alcohólica.
- chifa: restaurante de comida china.
- chilcanito: cóctel hecho a base de pisco y ginger ale.
- chingana: tabernucha.
- chicharrones: torreznos.
- cholo: mestizo de sangre europea e india.
- chompa: jersey.
- chueco: torcido, defectuoso.
- chupe: guisado de patas en caldo, con carne o pescado, etc.
- cocacho: coscorrón.
- cojudo: tonto, bobo.
- colectivo: autobús.
- colerones: disgustos, enfados.
- comer: cenar. (“desayuno, almuerzo y comida” es el equivalente latinoamericano a nuestro “desayuno, comida y cena”).
- conchudo: sinvergüenza, caradura.
- cumpa: compadre, amigo de gran confianza.
- dar bola: hacer caso.
- disfuerzo: exageración.
- estar de candela: muy bueno, magnífico.
- estar parado: estar de pie.
- fachoso: vistoso, llamativo.
- flojera: pereza, dejadez.
- fregarse: joderse, fastidiarse.
- galpón: cobertizo grande, almacén.
- gallinazo: zopilote, ave de rapiña.
- garúa: llovizna, sirimiri o calabobos.
- huachafo: cursi, ridículo.
- huacho: décimo de un billete de lotería.
- huayco: masa enorme de lodo y peñas que por las lluvias torrenciales se desprende.
- jalar: suspender.
- jopo: flequillo.
- lisuras: palabras o acciones groseras.
- maceteado: robusto.
- manejar: conducir (un automóvil).
- mazamorra: mezcolanza, revoltillo.
- merengue: desorden, lío, trifulca.
- muñequearse: ponerse nervioso, intranquilo.
- palomilla: muchacho travieso y callejero.
- paradero: parada de autobuses y tranvías.
- patota: grupo de amigos.
- pericotes: ratones (fig. opositores al régimen).
- pichicatero: drogadicto.
- pichula: pene.
- pintón: guapo, atractivo.
- pisco: aguardiente de uva.
- plata: dinero.
- polilla: prostituta.
- poto: nalgas.
- prestarse: tomar prestado.
- pucho: colilla.
- pulpería: taberna.
- quena: flauta del altiplano peruano.
- rabanitos: comunistas.
- recibirse: graduarse.
- réferi: árbitro.
- requintar: protestar.
- resondrar: reconvenir.
- rocoto: fruto grande, de color rojo, muy picante.
- rulero: rulo.
- sambo: negro oscuro; o mestizo de negro e indio.
- sebiche: plato de pescado o marisco macerado en limón.
- sonso: tonto.
- soroche: mal de montaña.
- tomar: beber alcohol.
- truquero: mentiroso, tramposo.
- vereda: acera.
- virolo: bizco.
- voltear: girar.
- yobimbina: (yohimbina) compuesto farmacológico estimulante de la actividad sexual.
- zangoloteo: movimiento brusco de algo.


domingo, 25 de agosto de 2013

Una cucharadita de Valéry

Valéry, ese símbolo de la inteligencia (Borges dixit), en estado puro:

Este ejercicio con lo informe [se refiere a tratar de ver y reproducir un pañuelo arrugado sobre una mesa] enseña entre otras cosas a no confundir lo que se cree ver con lo que se ve. Hay una especie de construcción en la visión de la que nos hemos dispensado gracias a la costumbre. En general adivinamos o prevemos más que vemos, y las impresiones del ojo son para nosotros signos en vez de presencias singulares, anteriores a todos los arreglos, resúmenes, abreviaturas y sustituciones inmediatas que la educación temprana nos ha inculcado.
Así como el pensador trata de defenderse contra palabras y frases hechas que dispensan a los espíritus de asombrarse por todo y hacen posible la vida práctica, el artista también puede tratar de encontrar mediante el estudio de cosas informes, es decir, de forma singular, su propia singularidad y el estado primitivo y original de coordinación entre su ojo, su mano, los objetos y su voluntad.

Paul Valéry: "Degas, danza, dibujo", en Piezas sobre arte.

martes, 6 de agosto de 2013

Revisión de filmes: las películas habitables

Mala señal en cuanto a dotes de visión cinematográfica muestra la persona que, ante la propuesta de contemplación de una película, te dice: “Esa ya la he visto”. Como si se tratara de un helado, que una vez engullido no se puede volver a comer. Los filmes son obras de arte (cuando lo son) y, como tales, toleran repetidas visiones. Como las pinturas. Cada vez que voy al Museo del Prado voy siempre a ver los Velázquez. Y de paso veo alguna sala diferente: Velázquez y Goya, Velázquez y la pintura barroca española, Velázquez y los primitivos flamencos, and so on.
Es célebre la frase de R. W. Fassbinder en que reconocía haber visto 40 veces “Vivir su vida” de J. L. Godard. Y no me parece una exageración. El caso es que hay películas que se ven muchas veces. Pero yo distinguiría tres categorías.
En primer lugar las que se ven repetidas veces por motivos que podríamos considerar laborales. En mis muchos años de profesor de la asignatura de Medios audiovisuales he visto multitud de veces películas como Tiempos modernos, de Chaplin, Casablanca o El nombre de la rosa. En mis clases de Literatura es habitual, al llegar a las vanguardias, contemplar Un perro andaluz, de Buñuel.
La segunda categoría es la de las obras maestras (algunas del apartado anterior lo son). Con esas pasa como con las pinturas de Velázquez: uno no se cansa de verlas y siempre aprende algo o ve en ellas algo nuevo. Películas como Ciudadano Kane, de Welles, El séptimo sello, de Bergman, La gran ilusión, de Renoir, Amanecer, de Murnau, El hombre que mató a Liberty Valance, de Ford, y tantísimas otras.
Pero de las que quería hablar hoy es de otra categoría, a las que llamaría películas habitables. Con ese término me refiero a esas películas que uno ve una y otra vez (cada año o cada dos años), pero por motivos estrictamente privados. Porque tocan una fibra particular del sujeto espectador. No tienen que ser necesariamente obras maestras (aunque muchas lo son), pero el asiduo culto que les dedicamos responde a causas de índole puramente personal. Son estas las que denomino películas habitables, porque en ellas nos sentimos como en casa. Tenemos un particular placer de estar en ellas. Supongo que es una relación como la que se tiene con el mito particular (el preferido) de cada persona: “dime cuál es tu mito personal y te diré quién eres”: la bajada de Orfeo a los infiernos, la expulsión del Paraíso, los amores de Hero y Leandro…
En mi caso algunas de mis películas habitables las firma Woody Allen (Manhattan, Annie Hall, Otra mujer…), otras son auténticos clásicos (El hombre tranquilo, el idilio irlandés de John Ford), las hay europeas (En el curso del tiempo, de Wenders, La piel suave, de Truffaut), orientales (El retrato de madame Yuki, de Mizoguchi o Los siete samurais, de Kurosawa), cubanas (Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea) o incluso españolas (Arrebato, de Zulueta).
De la misma manera que hay películas habitables, cabría hablar de las inhabitables. Esas películas que gozan de cierta reputación, pero que la mirada no encuentra en ellas asidero como para sentirse en casa y que, por tanto, padecemos al verlas o, más sencillamente, preferimos no ver. (Aquí podrían entrar, en mi caso, las de Tarkowski o Tarantino, por poner dos ejemplos de cineastas absolutamente diferentes. Ni que decir tiene que las del manchego Almodóvar entran de lleno en esta categoría.)