jueves, 17 de junio de 2010

Lista de prohibiciones literarias de Borges y Bioy Casares

Un curso de literatura universal no debe finalizar sin antes haber realizado una seria consideración sobre las lista de prohibiciones literarias que una buena tarde tuvieron a bien esbozar esa pareja de amigos (y escritores) argentinos:

En literatura hay que evitar:
- Las curiosidades y paradojas psicológicas: homicidas por benevolencia, suicidas por contento. ¿Quién ignora que psicológicamente todo es posible?
- Las interpretaciones muy sorprendentes de obras y de personajes. La misoginia de Don Juan, etc.
- Peculiaridades, complejidades, talentos ocultos de personajes secundarios y aun fugaces. La filosofía de Maritornes. No olvidar que un personaje literario consiste en las palabras que lo describen (Stevenson).
- Parejas de personajes burdamente disímiles: Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y Watson.
- Novelas con héroes en pareja. La dificultad del autor consiste en: si aventura una observación sobre un personaje, inventará una simétrica para el otro, abusando de contrastes y lánguidas coincidencias. Bouvard et Pécuchet.
- Diferenciación de personajes por manías. Cf.: Dickens.
- Méritos por novedades y sorpresas: Trick-stories. La busca de lo que todavía no se dijo parece tarea indigna del poeta de una sociedad culta; lectores civilizados no se alegrarán en la descortesía de la sorpresa.
- En el desarrollo de la trama, vanidosos juegos con el tiempo y con el espacio. Faulkner, Priestley, Borges, Bioy, etc.
- El descubrimiento de que en determinada obra el verdadero protagonista es la pampa, la selva virgen, el mar, la lluvia, la plusvalía. Redacción y lectura de obras de las que alguien pueda decir esto.
- Poemas, situaciones, personajes con los que se identifica el lector.
- Frases de aplicabilidad general o con riesgo de convertirse en proverbios o de alcanzar la fama (son incompatibles con un discours cohérent).
- Personajes que puedan quedar como mitos.
- Personajes, escenas, frases deliberadamente de un lugar o época. El color local.
- Encanto por palabras, por objetos. Sex y death-appeal, ángeles, estatuas, bric-a-brac.
- La enumeración caótica.
- La riqueza de vocabulario. Cualquier palabra a que se recurre como sinónimo. Inversamente, le mot juste. Todo afán de precisión.
- La vividez en las descripciones. Mundos ricamente físicos. Cf.: Faulkner.
- Fondos, ambiente, clima. Calor tropical, borracheras, la radio, frases que se repiten como estribillos.
- Principios y finales meteorológicos. Coincidencias meteorológicas y anímicas. Le vent se lève!… Il faut tenter de vivre!
- Metáforas en general. En particular, visuales; más particularmente, agrícolas, navales, bancarias. Véase Proust.
- Todo antropomorfismo.
- Novelas en que la trama guarda algún paralelo con la de otro libro. Ulysses de Joyce.
- Libros que fingen ser menúes, álbumes, itinerarios, conciertos.
- Lo que puede sugerir ilustraciones. Lo que puede sugerir films.
- La censura o el elogio en las críticas (según el precepto de Ménard). Basta con registrar los efectos literarios. Nada más candoroso que esos dealers in the obvious que proclaman la inepcia de Homero, de Cervantes, de Milton, de Molière.
- En las críticas, todo referencia histórica o biográfica. La personalidad de los autores. El psicoanálisis.
- Escenas hogareñas o eróticas en novelas policiales. Escenas dramáticas en diálogos filosóficos.
- La expectativa. Lo patético y lo erótico en novelas de amor; los enigmas y la muerte en novelas policiales; los fantasmas en novelas fantásticas.
- La vanidad, la modestia, la pederastia, la falta de pederastia, el suicidio.

viernes, 4 de junio de 2010

Una novela asombrosa: Abril quebrado, de Ismail Kadaré

Así suena un fragmento de esta novela que trata sobre el Kanun, el sangriento código de honor de las montañas albanesas. El escritor Besian Vorpsi y su joven esposa Diana, en viaje de novios, se dirigen a las montañas en carruaje:

Y así, apoyada contra él, con los ojos parpadeantes a causa del traqueteo, como una defensa frente a la tristeza que le provocaba aquel páramo estéril, evocaba mentalmente episodios de sus recuerdos junto a Besian Vorpsi, de los días en que se conocieron y de las primeras semanas de noviazgo. Los castaños a lo largo del gran bulevar, las puertas de los cafés, el centelleo de los anillos en los primeros abrazos, el piano que sonaba en la casa vecina la tarde en que había perdido la virginidad y decenas de cosas más que arrojaba contra el páramo interminable con la esperanza de llegar a poblar de algún modo tanta soledad. Mas el páramo permanecía inalterable. Su desnudez húmeda parecía dispuesta a devorar en un instante no sólo su reserva de felicidad sino incluso la totalidad de las felicidades acumuladas por todas las generaciones humanas. Diana nunca había visto una extensión tan carente de esperanza. No en vano comenzaban allí las Cumbres Malditas.