sábado, 26 de abril de 2014

Con voces amigas: la biblioteca de Javier García Gibert

DE nuevo traigo una voz amiga a las páginas del blog. Un texto de Javier García Gibert, amigo entrañable, sobre su biblioteca, que ya nos ofreció a los amigos, hace más de veinte años, en La guerra de los treinta (años que cumplíamos por entonces, se entiende) y que, ahora, vuelve a incorporar en su libro más reciente.

A veces paseo por mi biblioteca, como un monarca por sus dominios. Enciendo un cigarrillo, me siento en la mecedora y contemplo, mientras me balanceo, mis existencias (¿o cabría, sencillamente, decir mi existencia?). Vago la vista por ese paisaje tranquilo y variado de los libros y desde lejos los reconozco, como el señor conoce sus tierras: esta loma, ese cortado, aquella encina... Luego me levanto y me demoro en algún sector o estante de la biblioteca, recorro con el índice los lomos, calibro la armonía de colores y formatos, enjuicio el valor intrínseco de lo que tengo (las presencias, las ausencias), me cercioro del orden de los ejemplares, calculo la oportunidad de tal ligera permuta, de tal sutil modificación para que mejore el rigor, la cronología o simplemente la estética. Nadie sabe hasta qué punto me son relevantes esos detalles, esas minucias inapreciables para cualquier observador. Extraigo un volumen, lo sopeso (hace tiempo, quizá, que no lo he tocado), tal vez lo abro o tal vez no; me basta a menudo con el reconocimiento externo del objeto físico en su modestia, con el recuerdo, también, -si es que lo tengo- de sus prestaciones intelectuales, y acaso evoco fugazmente el lugar o el motivo o las peripecias de su adquisición; luego lo encajo de nuevo entre sus compañeros, evaluando, quizá, si, en efecto, condice con los inmediatos libros que lo flanquean. Obviamente, no me refiero a si está en la sección adecuada -que sí lo está- sino a si armoniza con los vecinos, a si está -por así decirlo- en el sitio exacto, en ese lugar único y preciso que quizá ya vislumbré en el momento de comprarlo...”.
           

JAVIER GARCÍA GIBERT, De la soltería. Reflexiones libres sobre la vida célibe, Biblioteca Nueva, Madrid, 2014, pág. 304.

lunes, 14 de abril de 2014

Una espléndida síntesis de VIDA Y DESTINO, de Vasili Grossman



 No hace mucho celebrábamos el vigésimo aniversario de nuestro seminario de lecturas. Cinco personas componemos ese grupo que nos reunimos una vez al mes, con el deber de hacer una lectura común. En estos años hemos leído lo esencial del canon occidental. Desde la tragedia griega y la Biblia, hasta los novelistas rusos, pasando por Shakespeare, Cervantes o el teatro clásico francés. Hace unos años leímos a los grandes rusos del XIX (Lermontov, Pushkin, Gogol, Dostoyevski, Turgueniev, Tolstoi y Chejov), con alguna incursión en el XX (Isak Babel, por ejemplo). Este año hemos decidido completar un poco la visión de la gran literatura rusa y nos hemos metido con Vasili Grossman (y su monumental Vida y destino) y los Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov. La obra de Grossman nos impresionó profundamente y supuso un reencuentro con lo mejor de la literatura (la gloria de la literatura, como la denominé en un post anterior). Hoy incorporo una espléndida síntesis de nuestros comentarios que me ha enviado Mª Ángeles Villalba, el miembro femenino (miembra, que dirían otros) del grupo.

Novela de enormes dimensiones no solo en páginas, sino por la extraordinaria  conjunción de lo histórico e ideológico con lo humano. En la batalla de Stalingrado, con la derrota del pueblo alemán, Rusia se convierte en la “salvadora” de Europa, pues precipita y decide el final de Hitler y de su locura imperialista y genocida. Sin embargo, esa victoria encierra una estremecedora paradoja: el pueblo ruso vive amordazado por un totalitarismo tan destructivo como el alemán. Stalin y el Partido han construido una maquinaria de terror donde la más mínima sospecha de disidencia se paga con años de reclusión en un campo de trabajo, con la tortura en la Lubianka o con la propia vida. Nadie se salva de la sospecha. Todo el mundo ha de medir sus palabras, lo que dice, a quién lo dice y casi lo que piensa. No se salva el prestigioso científico Sthrum, ni siquiera el viejo bolchevique Krímov que pelea en Stalingrado y que conoció (y silenció) casos de compañeros víctimas de las purgas de 1937, y al que finalmente se priva de libertad por cierto comentario en el que podía atisbarse ciertas dudas...
  Por eso, la obra es un himno a la libertad como esencia de lo humano. Y también un himno a la condición humana, a su resistencia, a su capacidad de supervivencia en las condiciones extremas de la Europa en guerra de los años cuarenta. Y, en medio de la sinrazón y la barbarie que provocan  cualquier tipo de totalitarismo, verdadero eje ideológico de la novela, no pierden ni un ápice de intensidad las historias particulares que transitan por ella, al contrario, se engrandecen en ese fondo común. Los personajes no son tipos (peligro que encierra siempre una “novela de tesis” como es esta en gran medida), sino seres bien definidos psicológicamente, hombres y mujeres complejos con pasiones, deseos, dudas, contradicciones…y un miedo común que lo emborrona todo. Y aunque sus peripecias particulares se plantean en una materia narrativa fragmentada con ciertos hilos de unión familiar, el especial momento histórico que comparten lo hilvana todo, da un sentido de globalidad absoluta a todas las historias.
   Asistimos a los horrores del nazismo, a un determinante triunfo bélico y al fracaso estrepitoso de un sistema que se prometía justo e ideal. Y en cada escena, la obra destila diferentes reflejos del poliédrico paisaje del alma humana.

miércoles, 9 de abril de 2014

Una excelente puesta en escena de Las Bacantes en Sagunto

En la visita anual al festival de teatro clásico de Sagunto, dirigido a los escolares de enseñanza secundaria, hemos podido gozar el martes 8 de abril de un espectáculo sobresaliente: me refiero a la puesta en escena de Las bacantes, de Eurípides, por el grupo La Nave de Argo, del Colegio de la Inmaculada (Jesuitas) de Alicante.
Los elementos del decorado, mínimos, un montículo coronado con los huesos de una cabeza de toro, un par de sencillos asientos (en negro para Penteo y en rojo para Dioniso), pero suficientes para marcar las tensiones que en la obra se querían señalar. La aparición de Dioniso al principio y final de la obra en lo alto del edificio, todo un hallazgo de puesta en escena. El Dios controla el universo escénico a lo largo de toda la obra. El vestuario y maquillaje de Dioniso (con su sempiterno rictus sonriente, como quien está al cabo de todo y muy por encima de los demás) y también la dicción del joven actor, atinadísimos.
Perfectamente marcados todos los momentos de la obra: desde la extraña apuesta báquica de los ancianos Tiresias y Cadmo, hasta la desolación de Ágave al darse cuenta (en la anagnórisis) de que ha matado a su propio hijo (y no al león al que en su delirio creyó haber dado muerte). También están muy bien indicados detalles muy sutiles, como la posesión de Penteo, cuando Dioniso se le acerca por detrás, lo roza y le hace perder su voluntad y aceptar la engañosa propuesta del Dios: acercarse travestido al Citerión, donde ofician su culto las bacantes.
¿Y qué decir del coro de bacantes? Desde el principio al final de la obra, las jóvenes actrices bordan el papel que se les encarga, dando la sensación de locura, delirio, éxtasis que caracteriza a esas mujeres poseídas por un Dios. Por momentos me recuerdan las ideas de Artaud sobre la interpretación en su concepción del teatro de la crueldad. No desfallecen ni un instante en su exceso orgiástico, más que tras la anagnórisis, cuando les invade una tristeza sobrehumana -también muy bien interpretada- al percibir el despropósito de sus actos violentos. Destacar especialmente a la actriz que interpretaba el trágico papel de Ágave, muy convincente en todos los momentos de la representación.
Y, por último, felicitar al director de escena, que tan perfecta visión de la obra ha tenido y tan sobresaliente ensamblaje de interpretación, movimiento, dicción, ritmo y espacio escénico ha logrado con esos jóvenes actores aficionados, llenos de entusiasmo por el arte escénico.


lunes, 7 de abril de 2014

Varlam Shalámov: Relatos de Kolimá: dos fragmentos



 Kolimá es la región, en el norte de Siberia, donde estaban los campos de concentración soviéticos (de "reeducación" los solían denominar, con sangrante eufemismo). Varlam Shalámov, que estuvo preso en ellos unos 20 años, escribió una extensa colección de cuentos centrados todos en el universo concentracionario, a lo que llamó Relatos de Kolimá. Traigo aquí un par de fragmentos de uno de los cuentos que más me ha impresionado en lo que llevo leído de ellos: "Carpinteros".


 “A los trabajadores no se les enseñaba el termómetro, aunque tampoco hacía falta: había que salir al trabajo cualesquiera que fueran los grados. Por lo demás, los viejos del lugar calculaban casi con exactitud el frío sin termómetro alguno: si había niebla helada, quería decir que fuera hacía cuarenta grados bajo cero; si al expulsar el aire este salía con un silbido pero aún no costaba respirar, significaba que hacía cuarenta y cinco grados; pero si la respiración era ruidosa y faltaba el aire, entonces era que estábamos a cincuenta. Por debajo de los cincuenta y cinco un escupitajo se helaba en el vuelo. Los escupitajos se helaban en el aire hacía ya dos semanas”.


"No echaba en cara a los demás su indiferencia. Hacía tiempo que había comprendido de dónde venía aquel abotargamiento del espíritu, aquel frío del alma. El frío helado, el mismo frío que convertía en hielo la saliva en vuelo, había alcanzado también el alma humana. Si se podían helar los huesos, si se podía congelar o embotarse el cerebro, también el alma podía quedarse helada. En medio del frío era imposible pensar en nada. Todo era sencillo. Con frío y hambre el cerebro se alimentaba mal, se secaban las células cerebrales; se trataba sin duda de un fenómeno material, y Dios sabe si, como dicen en medicina, el proceso era reversible, semejante a la descongelación, o si las lesiones lo eran para siempre jamás. Así pues, el alma también se había helado, se había encogido y quién sabe si se quedaría así, fría, para siempre. Todas estas ideas se le habían ocurrido antes; ahora a Potáshnikov no le quedaba otro deseo que el de resistir, sobrellevar el frío con vida.”