Kolimá es la región, en el norte de Siberia, donde estaban los campos de concentración soviéticos (de "reeducación" los solían denominar, con sangrante eufemismo). Varlam Shalámov, que estuvo preso en ellos unos 20 años, escribió una extensa colección de cuentos centrados todos en el universo concentracionario, a lo que llamó Relatos de Kolimá. Traigo aquí un par de fragmentos de uno de los cuentos que más me ha impresionado en lo que llevo leído de ellos: "Carpinteros".
“A
los trabajadores no se les enseñaba el termómetro, aunque tampoco hacía falta:
había que salir al trabajo cualesquiera que fueran los grados. Por lo demás,
los viejos del lugar calculaban casi con exactitud el frío sin termómetro
alguno: si había niebla helada, quería decir que fuera hacía cuarenta grados
bajo cero; si al expulsar el aire este salía con un silbido pero aún no costaba
respirar, significaba que hacía cuarenta y cinco grados; pero si la respiración
era ruidosa y faltaba el aire, entonces era que estábamos a cincuenta. Por
debajo de los cincuenta y cinco un escupitajo se helaba en el vuelo. Los
escupitajos se helaban en el aire hacía ya dos semanas”.
"No echaba en cara a los demás su indiferencia. Hacía tiempo que
había comprendido de dónde venía aquel abotargamiento del espíritu, aquel frío
del alma. El frío helado, el mismo frío que convertía en hielo la saliva en
vuelo, había alcanzado también el alma humana. Si se podían helar los huesos,
si se podía congelar o embotarse el cerebro, también el alma podía quedarse
helada. En medio del frío era imposible pensar en nada. Todo era sencillo. Con
frío y hambre el cerebro se alimentaba mal, se secaban las células cerebrales;
se trataba sin duda de un fenómeno material, y Dios sabe si, como dicen en
medicina, el proceso era reversible, semejante a la descongelación, o si las
lesiones lo eran para siempre jamás. Así pues, el alma también se había helado,
se había encogido y quién sabe si se quedaría así, fría, para siempre. Todas
estas ideas se le habían ocurrido antes; ahora a Potáshnikov no le quedaba otro
deseo que el de resistir, sobrellevar el frío con vida.”
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