viernes, 21 de octubre de 2011

Para no olvidar La gaviota

Algunas frases de La Gaviota:

MEDVEDENKO- ¿A qué se debe que vista usted siempre de negro?
MASHA- Llevo luto por mi vida. Soy desgraciada.

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MASHA- Pues yo noto como si hubiera nacido hace muchísimo tiempo. Arrastro mi vida igual que la cola interminable de un vestido.

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NINA- ¿Qué escribe ahí?
TRIGORIN- Una simple nota... Un argumento que se me ha ocurrido... (Guarda la libreta) El argumento de un pequeño relato. Una jovencita parecida a usted vive desde niña junto a un lago. Ama el lago como si fuera una gaviota, y como una gaviota es feliz y libre. Pero llega fortuitamente un hombre y, a falta de otro quehacer, la destruyó igual que han destruido a esa gaviota.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Por quien al Lacio el ateniense envidia

Hoy hemos hablado en clase de Literatura Universal de poesía latina. Decíamos que la literatura latina, que tanto debe a la griega, la supera sin embargo en el terreno de la poesía lírica: en ese enorme florecer que representó la obra de los tres gigantes: Virgilio, Horacio y Ovidio; pero también de Propercio, Catulo e tutti quanti.

Esta idea la sintetiza de forma inmejorable el par de versos que cierran la segunda estrofa de la Epístola a Horacio que pergeñó el joven Marcelino con veinte añitos muy precoces. Las dos primeras estrofas del poema rezan así:

EPÍSTOLA A HORACIO

Yo guardo con amor un libro viejo,
De mal papel y tipos revesados,
Vestido de rugoso pergamino:
En sus hojas doquier, por vario modo,
De diez generaciones escolares,
A la censoria férula sujetas,
Vese la dura huella señalada,
Cual signos cabalísticos retozan
Cifras allí de incógnitos lectores,
En mal latín sentencias manuscritas,
Lecciones varias, apotegmas, glosas,
Escolios y apostillas de pedantes,
Innumerables versos subrayados,
Y addenda y expurganda y corrigenda,
Todo pintado con figuras toscas
De torpe mano, de inventiva ruda,
Que algún ocioso en solitarios días
Trazó con tinta por la margen ancha
Del tantas veces profanado libro.

Y ese libro es el tuyo, ¡oh gran maestro!
Mas no en tersa edición rica y suntuosa,
No salió de las prensas de Plantino,
Ni Aldo Manucio le engendró en Venecia,
Ni Estéfanos, Bodonis o Elzevirios
Le dieron sus hermosos caracteres.
Nació en pobres pañales: allá en Huesca
Famélico impresor meció su cuna:
Ad usum scholarum destinóle
El rector de la estúpida oficina,
Y corrió por los bancos de la escuela,
Ajado y roto, polvoroso y sucio,
El tesoro de gracias y donaires
Por quien al Lacio el ateniense envidia
.

Menéndez Pelayo, 28 diciembre 1876

viernes, 14 de octubre de 2011

La alusión mitológica en el Renacimiento: unos versos de la Égloga primera


En la maravillosa Égloga primera de Garcilaso, en un momento dado Nemoroso evoca la terrible noche en que su amada Elisa murió de parto.
Lanza unos duros reproches a Diana cazadora, a quien identifica con Lucina, diosa de los partos (a veces se otorga esta potestad a Selene, la diosa luna, a causa de su extraordinaria fecundidad con el pastor Endimión).

Al comienzo de los reproches de Nemoroso encontramos algunos de los versos más logrados de la literatura española: esos endecasílabos enfáticos que llevan sendas alusiones mitológicas, a la vocación cazadora de la diosa (inexorable en tanto que virgen reacia al amor), y a su enamoramiento de Endimión (el pastor dormido).

En la tercera estrofa le pide a su amada que interceda en las alturas para que se le conceda morir cuanto antes y se puedan reencontrar en el cielo de Venus, el de los amantes (en la tercera rueda), donde se sumerjan en una indescriptible otredad, sin el miedo y sobresalto que a los amantes produce la amenaza de separación y pérdida.



Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?

Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

domingo, 2 de octubre de 2011

Al teatro con La Gaviota de Chejov

Nos vamos el día 20 de octubre, jueves, a las 20.30 horas, al teatro Talía, para ver La Gaviota de Chejov, un clásico moderno.
Considerada la primera de sus cuatro obras maestras (junto con Tres hermanas, Tío Vania y El jardín de los cerezos), y Chejov uno de los más grandes dramaturgos del cambio de sigo (del XIX al XX), fue estrenada con un fracaso estrepitoso en 1896. Dos años después la dirigió Constantin Stanislavski en el Teatro de Arte de Moscú, constituyendo un acontecimiento memorable, que inició la fecunda colaboración entre ambos.