Leyendo,
ya a mis años, jubilado después de más de 35 de docencia, un par
de libros de Jean Guitton sobre técnicas de trabajo intelectual
(Nuevo arte de pensar y El trabajo intelectual) me
complace ver que, los consejos y estrategias que propone, coinciden
con los que yo, intuitivamente, me fui forjando en mis años de
estudiante (me refiero a los últimos años de antiguo bachillerato y
COU, y, sobre todo, a los años de Universidad). Por ello, aparcando
un momento la palabra escrita de tan gran maestro, o entreverándola
con mis propias reflexiones, me voy a permitir dar cuenta, valga lo
que valiere y en un orden poco estricto, de algunas de mis ideas
particulares sobre el aprendizaje (entiendo que algunas resultarán
chocantes).
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La inteligencia (el mayor espectáculo del mundo) ni se aprende ni se
enseña. Lo que se puede transmitir son técnicas o estrategias que
ayuden a sacar el mejor partido de ese don (mayor o menor) que
poseemos.
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Hay que dedicar al estudio los momentos en que más frescos estemos,
en que mayor sea nuestra acuidad mental. Cuando nos cansemos, hacer
una pausa y relajarnos. También es mejor preparar los temas y
exámenes con tiempo, cuando nada nos urge, que pegarnos el atracón
del último momento, donde no haremos más que confundir nociones.
Mis alumnos no me creían cuando les contaba, pero era una verdad de
las buenas, que la noche anterior a un examen final de carrera yo me
iba al cine o al teatro. Todo estaba ya estudiado, ahora tocaba
relajarse. Por la mañana, antes del examen, un último repaso breve,
como quien no quiere la cosa, puro ejercicio mnemotécnico. Ahora
bien, no hay nada más feo que, como profesor, entrar al aula de
exámenes y encontrarte a un amplio porcentaje del alumnado
empollando -confundiendo nociones- como si le fuera la vida en ello.
No, en ese momento toca estar concentrado, esperando el comienzo de
la actuación.
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Perder el miedo a los exámenes. Entenderlos no como una penalización
o una trampa, sino como una oportunidad. Como estudiante ligeramente
perezoso que soy (aunque interesado y consciente), normalmente, en
casa o en la biblioteca, rindo en torno al 60 o 70 % de mis
posibilidades. ¿Qué supone un examen? La posibilidad de rendir al
100 % (si no más) durante un tiempo limitado, y eso no deja de ser
un gran estímulo para corregir mi tendencia a la pereza.
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Otra máxima a la hora de responder. No empieces a escribir antes de
saber cómo vas a terminar. Nada peor que empezar a escribir como un
demente, pararse al poco, e ir a trompicones escribiendo sin orden ni
concierto. Al final sale un engendro teratológico, en vez de una
respuesta coherente. Cualquier pregunta de mediano o largo desarrollo
requiere que le dediquemos un tiempo a entender el enunciado, pensar
nuestras estrategias de acercamiento, esbozar un pequeño esquema si
procede, y luego empezar a escribir con velocidad de crucero, sin apenas detenernos a hacer pequeñas correcciones. (No es buena idea,
en el tiempo que se nos da, escribir en sucio y luego pasar a limpio:
se pierde muchísimo tiempo.)
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En determinadas asignaturas (idiomas, por ejemplo), muchas veces los
enunciados te dan la clave (el léxico, la estructura) de muchas
respuestas. Es preciso ser listos, estar atentos y sacar partido de
ello. Aunque en los idiomas lo esencial es la motivación. Yo
personalmente siempre tuve la motivación de poder leer la literatura
del país cuya lengua estudiaba. Pero si no, hay que buscarla o
inventársela: el deseo de viajar, alguna persona que hayamos
conocido, el gusto por las canciones de grupos extranjeros… nos
pueden ayudar a interesarnos por otras lenguas. Y ahora con Internet,
hay tantos medios y posibilidades de buscar información y practicar.
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Reflexión siempre sobre el lenguaje. Aprender una asignatura es
aprender el lenguaje que utiliza dicha disciplina. Así, si
entendemos lo que significan términos como mito, episteme, logos,
doxa, empirismo.. en Filosofía, llevamos un buen camino hecho.
Las distinciones saussureanas entre Lengua y Habla, Sincronía y
Diacronía, Sonido y Fonema… nos serán muy útiles en Lengua,
como los Géneros (oda, elegía, epístola…) o las Figuras
retóricas (metáfora, símil, hipérbole…) en Literatura.
Un buen diccionario cerca, cuando estudiamos, es un amigo
inestimable. (Ahora, además, tenemos a Google.)
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Estudiar siempre con un papel en blanco a nuestro lado (que no habrá
de permanecer en blanco cuando acabemos). Haciendo esquemas,
resúmenes, reformulando con nuestro propio lenguaje definiciones o
conceptos, terminamos por apropiarnos la materia de estudio. No hay
mejor ejercicio mnemotécnico que escribir y reescribir.
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Más que trabajar en grupo, que a veces es una rémora o una escuela
de parásitos, es importante poder compartir con compañeros lo que
se aprende, o discutir con ellos nuestras dudas. El saber que no
estamos solos, y la resonancia que da a nuestras ideas la
confrontación con los otros, es inestimable. De mí podría decir
que he aprendido de mis compañeros de estudio probablemente más que
de mis profesores, aunque es cierto que de estos aprendí muchísimo.
Y
para terminar una máxima alemana sobre la relación profesor /
alumno, donde se hace hincapié en el papel esencial de este último.
Un
mal alumno ni de los mejores profesores aprende; un buen alumno hasta
de los peores profesores siempre aprende algo.
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