En el memorable repaso y
estudio de los gestos de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, la tarde del 23
F, que constituye la trama de Anatomía de
un instante, de Javier Cercas, ese texto que quiso ser novela, se convirtió
en reportaje interpretativo y terminó anhelando ser novela, y al que preferimos
llamar texto u obra para evitar equívocos, escrito con una prosa límpida e
informativa, que no renuncia a ser estética, con sus repeticiones a manera de ritornelli, hay una combinación que
aparece con mucha frecuencia: zumban las
balas.
Desde que me llamó la
atención y empecé a registrarla me la he topado como una docena de veces, pero
sin duda me dejé algunas más antes de que captara mi atención: es cierto que a
la balacera (término que no utiliza, pero que es lícito) de los guardias
civiles denomina en ocasiones tiroteo,
acribillar el hemiciclo, pero sin duda la que más veces emplea es la
citada: “mientras las balas zumbaban a su alrededor” es el sintagma que se
repite obsesivamente.
Lo curioso es que la primera
vez que aparece (pág. 16 en mi edición de Círculo de Lectores) se halla muy
cercana a una cita de Borges, del relato “Biografía de Tadeo Cruz”, recogido en
El Aleph. La cita reza: “Cualquier
destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento:
el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.”
De alguna forma Anatomía de un instante es una
indagación de ese momento del tiroteo en el hemiciclo del Congreso, y de cómo
en los gestos (las reacciones) de los tres citados personajes se definen y
saben para siempre quiénes son.
Hacia el final de la obra, en
la última aparición del citado sintagma (pág. 421), vuelve a acudir al recuerdo
de Borges, para señalar: “como si misteriosamente, en ese instante eterno, no
sólo Suárez sino todo el país hubiera sabido para siempre quién era.”
Lo que yo creo percibir es
que, tras el repetido recuerdo borgiano, se esconde otro, que no explicita,
pero que está operando a lo largo de todo el texto. Me refiero al soberbio
“Poema conjetural” del escritor argentino, que comienza precisamente así:
Zumban las balas en la tarde
última.
Hay viento y hay cenizas en
el viento,
se dispersan el día y la
batalla
deforme y la victoria es de
los otros.
Vencen los bárbaros, los
gauchos vencen.
(…)
Poema en que, hacia el final,
su protagonista, Francisco Narciso de Laprida descubre “la recóndita clave de
mis años”, “alcanzo / mi insospechado rostro eterno”, es decir, descubre para
siempre quién es.
Sólo quería indicar que, en
mi opinión, el poema de Borges opera como subtexto, no menos que el fragmento
del relato citado, y que esto, entre otras cosas, contribuye a darle ese tono
literario a este texto que quiso ser novela y que, por muy complejos y
dilatados caminos tal vez sí que alcanzara a serlo.
Ah, y otra cosa. Todo este
preámbulo sólo quería llegar aquí: a recomendar vivamente la lectura o
relectura del final de la obra. Si toda la obra se lee con placer, interés e
incluso apasionamiento, el final, las tres últimas páginas, constituyen uno de
los momentos más emotivos que me haya sido dado leer en nuestra literatura.
Pocas obras (y concluir una obra entraña una dificultad especial) me han
producido una impresión tan fuerte en su final.
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