miércoles, 14 de junio de 2023

LA DIFICULTAD DE LA EXPERIENCIA


 La reciente contemplación de la entrevista que Carlos del Amor le hace a Jaume Plensa en su programa La matemática del espejo, programa y entrevista de tal nivel que la televisión, por un momento, deja de ser la metadona del pueblo para devenir una ventana al mundo, que es lo que, en puridad, estaría llamada a ser, esa contemplación (y nunca mejor empleada la palabra) me lleva a una serie de reflexiones y recuerdos.

 

El programa, con esas sabias palabras del artista, constituyó para mí una auténtica experiencia espiritual. Y pienso entonces lo difícil que resulta tener una verdadera experiencia (sea estética, intelectual, religiosa, amorosa, erótica, espiritual, del tipo que sea), entendiendo por experiencia algo que vivimos profundamente y no nos deja en modo alguno indiferentes, sino que contribuye, en mayor o menor medida, a transformarnos. Algo semejante a la noción de epifanía que manejaba James Joyce.

 

Pues bien, considerando esa dificultad de acceso a la experiencia en nuestro distraído mundo de hoy (y por eso los ojos cerrados, interiorizados, de las figuras del artista), resulta espantoso que la vulgaridad ambiente consiga sacarnos de esa posibilidad en ciernes.

 

Dos recuerdos me vienen a la cabeza: me cuenta mi esposa –profunda cristiana y católica- que, en la reciente celebración del Corpus, en nuestra ciudad, Valencia, en el momento en que, antes de comenzar la procesión, en la catedral, se saca la Eucaristía del sagrario para colocarla en la Custodia, momento en que siempre ella siente una especial emoción acompañando al Señor, en ese preciso instante la mujer que tenía delante sacó el móvil para fotografiar (¿eternizar?) tan especial acción. El hecho, me comenta mi esposa, la sacó de la vivencia interior (de la experiencia) y ya no pudo volver a ella en los minutos siguientes.

 

Cuando pienso cómo en cualquier ceremonia religiosa (sea un bautismo, una comunión, el matrimonio, hasta los votos sacerdotales), en los momentos esenciales, el móvil, la fotografía, cuando no el fotógrafo, que prácticamente pasa a dirigir la acción, se convierten en protagonistas inesperados, entiendo que algo muy grave ocurre en nuestra sociedad y hasta echo de menos el rigor con que en las mezquitas se nos obliga a entrar descalzos.

 

El otro es un recuerdo personal. He oído hablar mucho de la experiencia del desierto, que nunca he llegado a conocer. La vez que más cercano estuve fue en India, en el Rajastán. Estaba en Jaisalmer, la maravillosa ciudad los havelis, y se me ofreció una excursión al desierto. En realidad se trataba de unas dunas cercanas, a unos cuarenta kilómetros, pero que te podían dar la impresión de estar en un desierto, incluso montar en uno de los incomodísimos camellos. El ambiente, con los autobuses, los turistas, los guías, los vendedores de baratijas y los camellos, no invitaba al menor tipo de experiencia personal, pero en un momento dado, al atardecer, me aparté con mis acompañantes y me senté, alejado de los grupos, en la arena, para contemplar en silencio una formidable puesta de sol. Era muy bella y la paz contemplativa en que nos encontrábamos estaba a punto de constituir una verdadera experiencia, entre espiritual y estética. Entonces llegó un vendedor ambulante y rompió el silencio para intentar vendernos un souvenir turístico (lo más alejado, por supuesto, a cualquier tipo de experiencia). Mi impaciencia se desbordó y lo despaché con cajas destempladas. Me había sacado de mi posible (y aproximada) experiencia del desierto.




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