No
hace tanto que leí la narración de Eliade (buena como todo lo suyo), pero ya
casi se ha borrado de mi memoria, con lo que no puedo llevar a cabo un estudio
comparativo de ambos relatos, que tal vez resultara de interés.
Sin
embargo, la memorable novela corta de James me ha vuelto a atrapar y a
maravillar como la primera vez que la leí.
Uno
de los pasajes que llamó mi atención fue el siguiente. Tras el intento fallido del
innominado narrador-protagonista de abrir el escritorio donde cree se
encuentran los papeles de Aspern, pues es sorprendido con las manos en la masa
por la anciana Juliana, amante y musa del poeta Jeffrey Aspern casi un siglo
atrás, nos encontramos con esto:
“I
went to Treviso, to Bassano, to Castelfranco; I took walks and drives and
looked at musty old churches with ill-lighted pictures and spent hours seated
smoking at the doors of cafés, where there were flies and yellow curtains, on
the shady side of sleepy little squares. In spite of these pastimes, which were
mechanical and perfunctory, I scantily enjoyed my journey: there was too strong
a taste of the disagreeable in my life.”
(cap.
9)
La
versión de José María Aroca, en mi edición de Tusquets (Cuadernos Marginales) lo
traduce así:
“Fui
a Treviso, a Bassano, a Castelfranco. Visité viejas iglesias y contemplé
cuadros mal iluminados. Paseé en coche y a pie. Pasé horas enteras fumando,
sentado en las terrazas de los cafés, bajo los toldos amarillos.
Pero
a despecho de tales pasatiempos, apenas disfruté de mi viaje. El amargo
recuerdo de mi humillación me perseguía a todas partes.”
(pág.
93)
Ya
sólo con una mirada superficial nos damos cuenta de que la versión no es
demasiado fiel y que se deja cosas e incluso cambia el orden de otras.
Pero
lo que me trajo a la memoria este pasaje es otro muy célebre (y celebrado) de
Flaubert, en La educación sentimental,
cuando Frédéric Moreau, tras ver caer en la Comuna de París a un amigo, con el
telón de fondo del desapego de su amada la señora Arnoux, se marcha de la
ciudad. Leemos:
“Il voyagea.
Il connut la
mélancolie des paquebots, les froids réveils sous la tente, l’étourdissement
des paysages et des ruines, l’amertume des sympathies interrompues.
Il revint.
Il fréquenta le
monde, et il eut d’autres amours encore. Mais le souvenir continuel du premier
les lui rendait insipides ; et puis la véhémence du désir, la fleur même
de la sensation était perdue. Ses ambitions d’esprit avaient également diminué.
Des années passèrent ; et il supportait le désœuvrement de son
intelligence et l’inertie de son cœur.”
(III,
6)
Cuya
traducción es:
“Viajó.
Conoció la melancolía de los paquebotes, los
fríos despertares bajo la tienda de campaña, el aturdimiento de los paisajes y
de las ruinas, la amargura de las simpatías interrumpidas.
Volvió.
Frecuentó la sociedad y tuvo otros amores. Pero
el recuerdo continuo del primero los hacía insípidos; y además había perdido la
vehemencia del deseo, la flor misma de la sensación. Sus ambiciones
intelectuales también habían disminuido. Pasaron los años, y soportaba la
ociosidad de su inteligencia y la inercia de su corazón.”
Hay
notables diferencias entre ambos pasajes (en uno se trata de una escapada de
unos días; en el otro, de años, por ejemplo), pero el aire de familia entre los
dos fragmentos es llamativo, y creo que constituye una de esas tangencias
inauditas que, a veces, sorprendo entre obras bien diferentes.
Otra
cosa que deja percibir el pasaje es que James, sin duda, pertenece a la estirpe
de escritores tocados por el estilo de Flaubert. No como nuestro incalificable
don Pío Baroja, en una de cuyas novelas (César
o nada) nos podemos topar con lo que sigue:
“- No sé quién es Homais
-repuso César.
-Un boticario ateo en la
novela de Flaubert Madame Bovary. ¿No la ha leído usted?
- Sí; tengo una vaga idea de
haberla leído. Una cosa muy pesada; sí…, creo que la he leído.”
(pág. 147 edición de la trilogía Las ciudades, Alianza)
Pero adonde quería llegar yo
con este post es a lo siguiente. Toda la novelita de James gira en torno a un
crítico literario que narra cómo, de manera obsesiva, quiere obtener unos
papeles de un poeta a quien adora, Jeffrey Aspern, que se encuentran en poder
de la centenaria mujer que fue su musa y amante mucho tiempo atrás, Juliana.
Ésta vive en un caserón vetusto en Venecia, junto con su sobrina Tina. No salen
nunca, ni tienen vida social, ni prácticamente vida de ningún tipo. El narrador
se instala allí (les alquila unas habitaciones a precio de oro: la musa resulta
ser una vieja avariciosa) y comienza el asedio a ambas mujeres (principalmente
a la sobrina, a quien sin querer enamora) para obtener los papeles. Se trata de
un caso, casi enfermizo, de fetichismo literario. Él entiende que en esos
papeles -cartas principalmente- habrá muchas claves que expliquen la maravillosa obra del poeta (según
la percepción de nuestro crítico).
Ni que decir tiene que
finalmente, tras morir la anciana, Tina, despechada en sus sentimientos por el
narrador, quemará los deseados papeles y nunca llegaremos a saber qué
contenían. ¿Tenemos que sentirlo? ¿Nos quedamos con las ganas de saber más
cosas? En absoluto. Lo que ha hecho magistralmente Henry James con el
fetichismo literario del narrador es crear una obra maestra del arte literario.
Los papeles de Aspern no son los del poeta Jeffrey, que murió a principios del
siglo XIX; los verdaderos (y valiosos) papeles de Aspern son los de Henry James.
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