A
través del libro de Paul Lebeau, Etty
Hillesum. Un itinerario espiritual (Amsterdam 1941-Auschwitz 1943), entro
en contacto con un espíritu extraordinario y singular. Esta judía holandesa,
que murió en Auschwitz antes de cumplir los 30 años, dejó un diario de sus últimos
años de vida, durante la ocupación nazi, que es un prodigio de autoanálisis y
profunda vida interior. Profundamente religiosa, sin confesionalidad alguna (no
profesaba el judaísmo, ni tampoco el cristianismo, del que estuvo muy cerca),
es asombrosa la forma en que, desde su fe, llega a vivir los terribles tiempos
que le tocaron, sin miedo ni desesperanza, en una aceptación absoluta del ser y
de la trascendencia.
La
mujer que le dijo a un amigo, preocupado por los peligros que corría, “Cuando se tiene vida interior, poco importa, sin
duda, el lado de las rejas de un campo en que uno se encuentre”, nos da mucho
qué pensar.
En el ciberespacio se encuentran algunos aforismos de la autora, pero entiendo que el mundo de Etty se manifiesta más bien en el discurso que en la brevedad del aforismo. Por ello reproduzco algunos fragmentos
donde se manifiesta esta vida interior de que hablaba. Los tomo del libro de
Lebeau, citando entre paréntesis la página de que proceden y la fecha de su
diario en que los escribió. Los titulillos con que los encabezo son míos.
- su segunda patria, la
literatura (los amigos):
“Sigue estando ahí, constantemente, mi segunda patria,
la literatura, a través de la cual emprendo mis exploraciones. Y las gentes,
los amigos, los muchos amigos. No hay prácticamente ninguno con el que mantenga
una relación superficial. Cada una de mis relaciones tiene su carácter propio y
conlleva un matiz particular. No puedo ser infiel a una en beneficio de otra.
¡Se terminaron el tiempo perdido y los minutos de aburrimiento! Debo aprender a
relajarme cada vez mejor entre dos respiraciones profundas, o recogiéndome para
una oración de cinco minutos. A pesar de todos estos encuentros, de todas estas
cuestiones, de todas estas materias que debo estudiar, es preciso que llegue a
disponer de un gran espacio de silencio interior donde pueda retirarme y volver
a mis raíces profundas, incluso en medio de
una gran agitación o de una conversación intensa”. (65) (29-3-1942)
- la pereza de la lectura / necesidad de actividad creadora:
“Devorar los libros, como he hecho yo desde mi más tierna infancia, no es más que un tipo de pereza. Dejo a otros la tarea de expresarse por mí. Busco por todas partes la confirmación de lo que fermenta y actúa en mí, pero debería intentar verlo claro con mis propias palabras. Tengo que echar por la borda mucha pereza, pero sobre todo muchas inhibiciones e incertidumbres, para llegar a mí misma. Y para llegar a los demás a través de mí. Debo ver claro en este punto y aceptarme a mí misma. ¡Todo en mí es tan pesado, y yo querría ser tan ligera…! Desde hace años no hago más que almacenar en un gran depósito, pero todo lo que almaceno deberá un día salir a la luz; de lo contrario, tendré la impresión de haber vivido para nada, de haber despojado a la humanidad sin darle nada a cambio. A veces tengo la impresión de ser un parásito; de ahí esos accesos de profunda depresión y de duda en cuanto a la utilidad de mi vida. Quizá la misión que me corresponde sea explicarme, vérmelas de verdad con todo lo que me hostiga, me atormenta y me exige desesperadamente solución y formulación.” (80) (4-8-1941)
- el don de escribir:
“Me gustan los contactos humanos. Diríase que la intensidad de mi atención consigue sacar de ellos lo mejor y más profundo que tienen. Se abren a mí, y cada ser se me convierte en una historia, una historia que me cuenta la vida misma. Y mis ojos, maravillados, no cesan de leer este gran relato. La vida me confía un montón de historias, que yo debería contar a mi vez y exponer, en términos claros, a todos los que no saben leer a libro abierto el texto de la vida. Dios mío, tú me has dado el don de leer. ¿Querrás darme también el de escribir?” (88) (4-10-1942)
- palabra y silencio:
“Esta tarde he contemplado láminas japonesas con Glassner. Me ha impactado una evidencia repentina: así es como yo quiero escribir. Con mucho espacio en torno a pocas palabras. Odio el exceso de palabras. No quisiera escribir más que palabras insertadas orgánicamente en un gran silencio, y no palabras que no están ahí más que para dominar y desgarrar el silencio. En realidad, las palabras deben acentuar el silencio. Como esta lámina con una rama en flor en un ángulo inferior. Unas cuantas pinceladas delicadas -¡pero qué manera de manifestar el más ínfimo detalle!- y, alrededor, un gran espacio, no un vacío. Digamos mejor: un espacio inspirado… Habrá que encontrar una justa dosificación entre lo dicho y lo tácito; lo no dicho está más cargado de acción que todas las palabras que podamos tejer juntas… No se trata de silencio vago e inasible: debe tener unos contornos bien delimitados y una forma propia. De este modo, las palabras no deberían servir más que para dar su forma y sus límites al silencio.” (89) (5-6-1942)
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