- la escritura como posesión:
“También me parece que comprendo esta necesidad de escribir. Es otra manera de poseer, de atraer las cosas hacia mí por medio de palabras y de imágenes, y de apropiármelas de esa forma. De esto es de lo que estaba constituida hasta ahora mi necesidad de escribir: esconderme lejos de todos con todos los tesoros que había acumulado, anotarlo todo, retenerlo para mí y gozarlo. Y esta rabia de posesión -no encuentro una formulación mejor- acaba de abandonarme. Los mil lazos que me oprimían se han roto. Respiro libremente, me siento fuerte y proyecto una mirada radiante sobre todas las cosas. Y ahora que no quiero poseer nada, ahora que soy libre, todo me pertenece de aquí en adelante, y es inmensa mi riqueza interior.” (92) (16-3-1941)
- casas deshabitadas:
“Y te agradezco que me hayas dado el don de leer en el corazón de los demás. A veces, las personas son para mí como casas con las puertas abiertas. Entro, vago a través de los pasillos, de las habitaciones. La disposición es un poco diferente en cada casa. Sin embargo, todas son semejantes, y debería ser posible hacer de cada una de ellas un santuario para ti, Dios mío. Y te lo prometo, te lo prometo, Dios mío, te buscaré un alojamiento y un techo en el mayor número de casas posible. Es una imagen divertida: me pongo en camino para buscarte un techo. Hay tantas casas deshabitadas, y te introduzco en ellas como al Huésped más importante que puedan recibir.” (117) (17-9-1942)
- Nada pueden hacernos:
“Para humillar hacen falta
dos. El que humilla y aquel a quien se quiere humillar; pero, sobre todo, alguien
que acepte dejarse humillar. Si falta este último o, dicho de otro modo, si la
parte pasiva está inmunizada contra todo tipo de humillación, las humillaciones
infligidas se deshacen en humo. Lo único que queda son las medidas vejatorias
que trastornan la vida cotidiana, pero no esa humillación o esa opresión que
agota el alma. Hay que educar a los judíos en este sentido. Esta mañana,
bordeando en bicicleta el Stadionkade, me encantó contemplar el vasto horizonte
que se descubre en los lindes de la ciudad y respirar el aire fresco que
todavía no nos han racionado. Todo está lleno de carteles que prohiben a los
judíos todos los senderos que conducen a la naturaleza [prohibición de
entrar en los parques]. Pero por encima de este trozo de camino que sigue
abierto para nosotros, se extiende todo entero el cielo. Nada pueden hacernos,
verdaderamente nada. Pueden hacernos la vida demasiado dura, despojarnos de
ciertos bienes materiales, quitarnos cierta libertad de movimiento completamente
exterior, pero somos nosotros mismos quienes nos despojamos de nuestras mejores
fuerzas mediante una actitud psicológica desastrosa. Sintiéndonos perseguidos,
humillados, oprimidos. Experimentando odio. Fanfarroneando para tapar nuestro
miedo. Todo el mundo tiene derecho a estar triste y abatido de vez en cuando
por lo que nos hacen sufrir. Es humano y comprensible. Y, sin embargo, somos
nosotros quienes nos infligimos el verdadero expolio. Yo encuentro hermosa la
vida y me siento libre. En mí se despliegan unos cielos tan amplios como el
firmamento. Creo en Dios y creo en el ser humano, y me atrevo a decirlo sin
falsas vergüenzas. La vida es difícil, pero no es grave. Hay que empezar por
tomar en serio lo que en nosotros merece ser tomado en serio. Lo demás fluye,
cae por su peso.
Si algún día se instala la paz, ésta sólo podrá ser
auténtica si cada individuo hace la paz primero en sí mismo, si arranca de sí
todo testimonio de odio hacia cualquier raza o pueblo, o bien si domina ese
odio y lo transforma en otra cosa, quizá, incluso, a la larga, en amor; ¿o es
demasiado pedir? Sin embargo, es la única solución. Podría seguir páginas y
páginas en esta línea. Pero puedo detenerme aquí. Este pequeño fragmento de
eternidad que llevamos en nosotros mismos puede ser evocado tanto con una sola
palabra como con diez voluminosos tratados. Soy una mujer feliz y canto las
alabanzas de esta vida -¡claro que sí!-, en el año del Señor -todavía y siempre
del Señor- de 1942, enésimo año de la guerra.” (130) (20-6-1942)
- Meditación sobre la
muerte:
“Ha sucedido una enormidad de cosas en mí estos últimos días, pero todas ellas han acabado cristalizando en torno a una idea. El lamentable final que probablemente nos aguarda y que ya desde ahora se deja ver en las pequeñas cosas de la vida corriente, lo he mirado de frente y le he concedido un lugar en mi sentimiento de la vida, sin que por ello se haya menguado su gravedad. No estoy amargada ni indignada, he conseguido vencer mi abatimiento y no sé qué es la resignación. Sigo progresando día a día, sin que haya aumentado el número de obstáculos, aun teniendo muy presenta la perspectiva de nuestra aniquilación… A menudo me digo a mí misma que ya he saldado mis cuentas con la vida. Con lo cual quiero decir que la eventualidad de la muerte está integrada en mi vida. Mirar la muerte y aceptarla como parte integrante de la vida es tanto como ensanchar esa vida. Y a la inversa, sacrificar ya desde ahora a la muerte una parte de esa vida, por miedo a la muerte y por negarse a aceptarla, es la mejor manera de no preservar más que un pobre y pequeño fragmento de vida mutilada, que apenas merecería ser llamada “vida”. Esto puede parecer paradójico: excluyendo la muerte de nuestra vida, no vivimos en plenitud; mientras que, acogiendo la muerte en el corazón mismo de nuestra vida, ensanchamos y enriquecemos ésta.” (150) (3-7-1942)
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