Aunque la célebre definición
orteguiana de la poesía como “eludir el nombre cotidiano de las cosas” (1) no
nos resulte muy convincente, no deja de encerrar una verdad parcial. Y en
muchos casos así ocurre, como en los tres ejemplos que hoy quiero comentar.
Se trataba de nombrar tres
fluidos corporales que ciertamente no gozan de mucha predilección en la poesía:
la saliva, el semen y la orina. El procedimiento empleado por los poetas es, en
los tres casos, el mismo, el eufemismo (como dice Ortega), aunque sus
intenciones difieran.
Empecemos por Góngora. En su
extraordinario soneto que comienza:
La dulce boca que a gustar
convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor
sagrado
que a Júpiter ministra el
garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si
queréis vida;
(…)
Yo solía preguntar en clase a
mis alumnos qué era ese “humor entre perlas distilado” y los rostros daban
muestras de perplejidad mientras que las bocas permanecían mudas. Cuando les
hacía ver que “humor” era sinónimo de fluido, líquido, y que “perlas” era la
típica metáfora petrarquista para dientes, aun así permanecían callados.
Finalmente les espetaba: “Saliva, Góngora está hablando de la saliva, si bien
muy enaltecedoramente, pues usa la hipérbole de que es tan buena como el "néctar", la exquisita bebida de los dioses que el bello Ganimedes (“el
garzón de Ida”) servía a Júpiter”. Así, más o menos, les respondía.
Les costaba dar crédito que
Góngora, el oscuro culterano, estuviera refiriéndose a cosa tan común y poco
poética, pero finalmente mis explicaciones lograban convencerlos.
Recientemente leyendo un
poema de Francisco Brines, de su poemario El
otoño de las rosas, que se titula “Erótica de los iguales”, y en el que se
narra una experiencia amatoria de índole homosexual, me encuentro con este
final:
Hay en el lecho ardiente
un vacío de tiempo,
y las sábanas huelen, si
reposas,
al suave y acre olor del que
nace la vida.
Este poema nunca lo comenté
en clase, pero podría haber preguntado: “¿A qué huelen las sábanas?” Pues,
precisamente, a semen. No otro es el “suave y acre olor del que nace la vida”.
Si en Góngora el eufemismo formaba parte de un estilo poético, el culteranismo,
que ponía la artificiosidad por encima de todo, en Brines, entiendo, que tiene
que ver con el hecho de aludir a ese amor “que no osa decir su nombre” (Oscar
Wilde dixit), el amor homosexual, y que, por tanto, es mejor tratarlo
metafóricamente, como hace a lo largo de todo el poema.
El último ejemplo que trataré
lo he encontrado hoy mismo, esta mañana, cuando terminaba de leer El médico a palos, de Molière. En la
escena V del acto III, Géronte le hace ver a Sganarelle que lo estaba
esperando. La respuesta del pobre leñador reconvertido a médico a fuerza de
palos es exquisita:
“Me he entretenido en vuestro
patio, para expeler lo superfluo de la bebida.” (“Je m´étais amusé dans votre
cour à expulser le superflu de la boissson” en el original).
“Expeler lo superfluo de la
bebida” sería una forma eufemística de decir “orinar”. Pero aquí cumple una
función humorística. Pertenece a ese lenguaje impostado, de médico culto, incluso
con latinismos macarrónicos, que se ha visto obligado a usar a fuerza de los palos
que le han dado por negar esa supuesta condición de médico que le ha
encasquetado su esposa por venganza.
Como vemos, tres maneras de “eludir
el nombre cotidiano de las cosas”, aunque para fines distintos.
(1) “La poesía es eufemismo
—eludir el nombre cotidiano de las cosas, evitar que nuestra mente las tropiece
por su vertiente habitual, gastada por el uso, y mediante un rodeo inesperado
ponernos ante el dorso nunca visto del objeto de siempre.” (“Góngora
1627-1927”, Espíritu de la letra, Obras Completas, Revista de Occidente,
1966, págs. 580-81)
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