“Inmediatamente, en junio de
1800, cuando Goya pinta La familia de
Carlos IV, su genio ha perdido ya hasta ese postrer sentimiento de
compasión, para transmitir a la posteridad tal como realmente fue ese cruel
testimonio de un fin de época, en el que María Luisa, cubierta de joyas, más
impertinente y descocada que nunca, aparece casi indecentemente plantada en
medio de la corte que ella había corrompido. Junto a la reina, que abraza y
toma de la mano precisamente a María Isabel y Francisco de Paula, los dos hijos
que le atribuían a Godoy, Carlos IV es ya sólo un personaje facticio, un rey de
guardarropía cubierto del rutilante oropel de las pomposas condecoraciones. Los
rostros casi de subnormales de los hermanos de Carlos III que allí aparecen y
su colocación un poco vergonzante, completan la penosa visión.
Yo creo que fue precisamente
el hecho de que la real familia cayó en la cuenta de que este cuadro los dejaba
plantados para siempre ante la Historia en su penosa y culpable realidad –y no
una anécdota palatina-, lo que actuó como causa verdadera y profunda, aunque
tal vez callada, de que desde entonces Francisco de Goya, recién nombrado
primer pintor de cámara, no volviera, sin embargo, a recibir de Palacio ningún
encargo más de retratar ni a reyes ni a otras personas de la real familia.
Todavía retratará al menos
cinco veces más a Fernando VII –en 1808 y en 1814-, pero, como señala Sánchez
Cantón, nunca ya por encargo de Palacio; lo que no quita que Goya continuara
disfrutando hasta la muerte de su cargo y de su sueldo. Más adelante veremos cómo
este Fernando VII posterior ya está del otro lado de la indiferencia; pintado
primero todavía con esperanza y en seguida con la pasión acerba y crítica
encendida en el artista por los desastres y traiciones de la guerra de
Independencia y por la muerte definitiva de la Ilustración. Tiene el último
Fernando VII de Goya, sobre el desplante rufianesco de la María Luisa de La
familia de Carlos IV, una expresión siniestra que provoca inevitablemente en
quien lo contempla una impresión acre, de repulsa, casi de repugnancia física.
No hay un jayán igual en ninguna galería de retratos de reyes de ningún otro
país. Ni lo hubo en España, en donde la imagen más penosa de un rey fue la que
nos transmitió Carreño de Miranda del pobre y hechizado Carlos II, que lo que
inspira es piedad y un oscuro terror frente al tenebroso misterio del destino.”
(Gaspar Gómez de la Serna: Goya y su España, págs. 106-107)
N.B. Para otra apreciación de La familia de Carlos IV: https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2019/03/otro-fragmento-de-manach-sobre-pintura.html
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