Un cariñoso wasap recibido
días atrás en que antiguos alumnos (Carles e Isabel) guardaban en su memoria
grato recuerdo de los comentarios de textos que hacíamos en las clases de
Literatura hace más de veinte años (y especialmente este de Elvirita y su gato)
me ha llevado a desempolvar los papeles en que lo conservaba y teclearlo para
el blog. Mi comentario se basaba en gran medida en “Vida y sueño de Elvira en La colmena”, de Vicente Cabrera, que se
recogía en un libro de SGEL sobre Novela
española contemporánea, pero creo recordar que yo añadía algunas
consideraciones personales (el análisis del papel de los enanos
fundamentalmente). Utilizábamos en clase la edición de Darío Villanueva en
Noguer, que restablecía palabras que la censura había cambiado en otras
ediciones (y que todavía se encuentran tal que así en el ciberespacio: por eso
pongo entre corchetes los términos de la versión censurada, pero transcribo los
originales que editaba Villanueva). Otra cosa, al ser un libro de 5 capítulos y
un Final, pero lleno de multitud de fragmentos en cada capítulo, dedicábamos un
día en clase a numerar dichos fragmentos (pues algunos alumnos manejaban
ediciones diferentes), para así saber todos de qué estábamos hablando cuando
hacíamos una referencia. Así el fragmento que vamos a analizar es el número 17
del capítulo 4. Las referencias que haga a número de páginas pertenecen a la
edición de Noguer antes citada (1986)
El sueño de Elvira (La colmena, IV, 17)
La señorita Elvira de vueltas en la cama, está desasosegada,
impaciente, y una pesadilla se le va mientras otra le llega. La alcoba de la
señorita Elvira huele a ropa usada y a mujer: las mujeres no huelen a perfume,
huelen a pescado rancio. La señorita Elvira tiene jadeante y como entrecortado
el respirar, y su sueño violento, desapacible, su sueño de cabeza caliente y
panza fría, hace crujir, quejumbroso, el vetusto colchón.
Un gato negro y medio calvo que sonríe enigmáticamente, como
si fuera una persona, y que tiene en los ojos un brillo que espanta, se tira,
desde una distancia tremenda, sobre la señorita Elvira. La mujer se defiende a
patadas, a golpes. El gato cae contra los muebles y rebota, como una pelota de
goma, para lanzarse de nuevo encima de la cama. El gato tiene el vientre
abierto y rojo como una granada y del agujero del culo [trasero] le sale como
una flor venenosa y maloliente de mil colores, una flor que parece un plumero
de fuegos artificiales. La señorita Elvira se tapa la cabeza con la sábana.
Dentro de la cama, multitud de enanos se masturban [mueven] enloquecidos, con
los ojos en blanco. El gato se cuela, como un fantasma, coge del vientre a la
señorita Elvira, le lame la barriga y se ríe a grandes carcajadas, unas
carcajadas que sobrecogen el ánimo. La señorita Elvira está espantada y lo tira
fuera de la habitación: tiene que hacer grandes esfuerzos, el gato pesa mucho,
parece de hierro. La señorita Elvira procura no aplastar a los enanos. Un enano
le grita "¡Santa María! ¡Santa María!". El gato pasa por debajo de la
puerta, estirando todo el cuerpo como una hoja de bacalao. Mira siniestramente,
como un verdugo. Se sube a la mesa de noche y fija sus ojos sobre la señorita
Elvira con un gesto sanguinario. La señorita Elvira no se atreve ni a respirar.
El gato baja a la almohada y le lame la boca y los párpados con suavidad, como
un baboso. Tiene la lengua tibia como las ingles y suave, igual que el
terciopelo. Le suelta con los dientes las cintas del camisón. El gato muestra
su vientre abierto, que late acompasadamente, como una vena. La flor que le
sale por detrás está cada vez más lozana, más hermosa. El gato tiene una piel
suavísima. Una luz cegadora empieza a inundar la alcoba. El gato crece hasta
hacerse como un tigre delgado. Los enanos siguen meneándosela [moviéndose]
desesperadamente. A la señorita Elvira le tiembla todo el cuerpo con violencia.
Respira con fuerza mientras siente la lengua del gato lamiéndole los labios. El
gato sigue estirándose cada vez más. La señorita Elvira se va quedando sin
respiración, con la boca seca. Sus muslos se entreabren, un instante
cautelosos, descarados después...
La señorita Elvira se despierta de súbito y enciende la luz.
Tiene el camisón empapado en sudor. Siente frío, se levanta y se echa el abrigo
sobre los pies. Los oídos le zumban un poco y los pezones, como en los buenos
tiempos, se le muestran rebeldes, casi altivos.
Se duerme con la luz encendida, la señorita Elvira.
***
El sueño de Elvira, su pesadilla, supone la culminación de
una serie de indicios que se han ido produciendo a lo largo del primer día de
la novela y la aclaración (si se acierta a leer el lenguaje simbólico de los
sueños) del conflicto mental que embarga al personaje.
Si seguimos sus apariciones a lo largo de la obra nos
daremos cuenta de que el personaje se debate en un conflicto interno, que es el
siguiente: quiere mantener su orgullo independiente frente a don Pablo, su
antiguo amante, al que ella reputa de exigente y baboso ante doña Rosa, que le
aconseja que se vuelva a arreglar con él; por otra parte, se da cuenta, poco
antes de dormirse (II, 22), de que quizá lo mejor sea volver con el viejo, de
que ella no tiene donde escoger.
Poco después (II, 29) nos encontramos con que da vueltas en
la cama, está desazonada y le cuesta dormir porque recuerda la muerte de su
padre. La atmósfera para la aparición de la pesadilla está servida. Esta se
produce esa misma noche (IV, 17)
La pesadilla va a aclarar su conflicto de resistencia / entrega (a don Pablo) en el sentido de la entrega. Esto es lo que
supone la pesadilla: la revelación inconsciente de que ella desea volver con
don Pablo. Un deseo forzado, bien es cierto, por un cúmulo de circunstancias
exteriores, pero deseo al fin y al cabo (si nos atenemos al principio freudiano
de que todo sueño es “la realización de un deseo”). Deseo, además, fuertemente
reprimido y que por eso aflora bajo la forma de una pesadilla.
Sentado ya el significado global del sueño, lo que haremos a
continuación es explicitar las claves simbólicas que nos permiten interpretarlo
así.
No olvidemos que éste tiene como protagonista a un gato que
lucha por la posesión de Elvira y que al final, tras mucha resistencia por su
parte, lo consigue.
El primer punto para la interpretación del sueño supone
desvelar la identificación simbólica entre el gato y don Pablo. ¿Cómo se
produce? De múltiples maneras: unas proceden de los rasgos propios del gato tal
como aparece en el sueño; otras, de los acontecimientos vividos a lo largo de
la jornada anterior.
Quizá el elemento inicial que va a permitir la identificación
es el incidente del gato en el café esa tarde (I, 8, p. 123): un gato gordo y
reluciente, orondo y presuntuoso se mete por entre las piernas de una señora
que se sobresalta (“¡Gato del diablo!”). Don Pablo lo defiende: “-Pero, señora, ¡pobre gato! ¿Qué mal le
hacía a usted?”
Luego, más tarde, continúa don Pablo hablando del gato de un
amigo suyo, que responde al nombre de Sultán (I, 14): éste es un gato
inteligente, con un rabo hermoso, “que parece un plumero” (p. 128), y un pelo
de seda; también es muy cariñoso, dice y, después de haber cruzado su mirada
con Elvira: “Ejemplo deberían tomar muchos seres humanos! La identificación de don Pablo con el gato se
produce sola: si atendemos a los rasgos del gato del sueño, unos aluden al gato
del café (“como una pelota de goma” >> “gordo”, “orondo”), otros, a
Sultán (“del agujero del culo le sale una flor venenosa y maloliente de mil
colores, una flor que parece un plumero de fuegos artificiales” >> “el
gato [Sultán] viene moviendo su rabo hermoso, que parece un plumero”) o
directamente a don Pablo -palabras, hechos o rasgos suyos- (“sonríe
enigmáticamente, como si fuera una persona” >> don Pablo sonríe en las
págs. 123 y 142; “mira siniestramente, como un verdugo”, “fija sus ojos” con
“gesto sanguinario” >> el cruce de miradas esa tarde con don Pablo; su
historia de verdugo con Madame Pimentón, a la que hace sangrar, pues le abre la
cara; la referencia al “vientre abierto y rojo como una granada” del gato puede
ser también símbolo de la agresión que padece Elvira de Pablo: en el vientre
abierto; por último el gato la lame como “un baboso”, y es la palabra que ha
empleado dos veces Elvira para definir a don Pablo, págs.. 127 y 188). Incluso
hay un raso que excede las experiencias directas –literales- de Elvira y que
parece poner el narrador: el gato es “negro”. El narrador ha comentado en la
pág. 142: “A don Pablo se le sube a la cara una sonrisa de beatitud. Si se le
pudiese abrir el pecho, se le encontraría un corazón negro y pegajoso como la
pez.”, donde, si prestamos atención, aparecen un montón de notas que luego
retornan en el sueño (sonrisa / abrir: cara - vientre – pecho / negro /
pegajoso > baboso).
Pero es preciso sintetizar y resumir, atendiendo sólo a las
líneas directrices, porque el estudio de todo el conglomerado de referencias
simbólicas cruzadas se haría casi interminable.
Así pues, ante ese gato que le asedia, Elvira en un primer
momento se defiende con fuerza (1- “se defiende a patadas, a golpes”; 2- “se
tapa la cabeza con la sábana” (enanos masturbándose); 3- “lo tira fuera de la
habitación” con “grandes esfuerzos, el gato pesa mucho, parece de hierro”).
Su defensa, ya lo veremos, será inútil: el gato pasará por
debajo de la puerta y crecerá hasta hacerse “como un tigre delgado”. Pero me
interesa destacar ahora la imagen de los enanos que aparecen cuando ella se
tapa con la sábana: huye del gato y se encuentra con los enanos masturbándose:
huye de don Pablo y se encuentra, prostituyéndose, con los clientes, hombres
incompletos –enanos- que sólo tienen con ella una relación de desahogo sexual,
como una masturbación. Uno de los enanos la idealiza: “¡Santa María! ¡Santa
María!” No nos será difícil identificarlo con el quijotesco Leoncio Maestre: su
posible redentor.
Tras la vuelta del gato a la habitación, la actitud
defensiva se convierte en una actitud desesperada, de pánico y privación (1-
“no se atreve ni a respirar”, 2- “le tiembla todo el cuerpo”, 3- “se va
quedando sin respiración, con la boca seca”), para finalmente abandonarse a la entrega, que nos va a ser sugerida por
unos puntos suspensivos que dejan inconcluso el sueño: “sus muslos se
entreabren, un instante cautelosos, descarados después…” (reparemos en la
gradación de los adjetivos).
Y se despierta excitada (los pezones “rebeldes, casi
altivos”), tras un sueño intensamente sexual. Se duerme luego con la luz
encendida, muerta de pánico, suponemos, pero también consciente (simbolismo de
la luz) de la solución de su conflicto interno.
N.B. La tendencia a lo
esquemático en el texto transcrito tiene que ver con el hecho de que se trataba
de un guion para una exposición oral en clase.
Esta observación de Sigmund
Freud, en La interpretación de los sueños,
apoyaría nuestro análisis: “También, la sensación tan frecuente en el sueño de no
poder moverse libremente, sirve para representar una contradicción entre
impulsos, un conflicto de la voluntad.” (subrayado nuestro)
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