Me desperté de la siesta con ganas de escribir algo sobre este poema, y he recordado los tiempos en que lo comentaba en clase. Al final ha resultado mi personal contribución al día del Libro y al aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
AL TÚMULO DEL REY FELIPE II EN SEVILLA
“¡Voto a
Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo!, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria, donde vive eternamente.”
Esto oyó un valentón y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado,
Y el que dijere lo contrario, miente."
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Al enfrentarnos con este
poema de Miguel de Cervantes, varias cosas hay que tener en cuenta previamente:
1- Su poco
éxito como poeta.
2- El
aprecio de Cervantes por su poema.
3- El
hecho de que se trata de un soneto con estrambote.
1- A comienzos del Viaje del Parnaso, su mayor empeño
poético, pone Cervantes esos versos que se citan siempre al hablar de su
creación poética:
Yo, que siempre trabajo
y me desvelo
por parecer que tengo de
poeta
la gracia que no quiso
darme el cielo (I, versos 25-27)
Cervantes no era mal
poeta, pero tuvo la mala suerte de vivir en una época en que hubo poetas
extraordinarios (desde San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, de una
generación anterior, hasta Góngora, Quevedo y Lope, algo más jóvenes, pero
produciendo al mismo tiempo que él. Así se explica esa lúcida visión de sus
limitaciones, precisamente en alguien que quiso –principalmente- destacar como
poeta. Ahí sí que se equivocaba, pues su talento era esencialmente narrativo,
como tendremos ocasión de ver sin necesidad de salir del poema que tratamos.
2- En el mismo Viaje del Parnaso, en otro momento, escribe:
Yo el soneto compuse que
así empieza,
por honra principal de
mis escritos:
Voto a Dios que me espanta esta grandeza. (IV, versos 37-39)
Donde notamos que rezuma
orgullo por la composición de esta obra, algo que no nos puede extrañar,
teniendo en cuenta, su carácter sobresaliente, como tendremos ocasión de
señalar.
3- La tercera cosa a
tener en cuenta es que se trata de un soneto con estrambote, es decir, un
soneto que añade 3 versos más a la estructura básica, y que, por tanto, tiene
17 versos en vez de 14. ¿A qué se debe esta pequeña anomalía? En mi opinión, a su
carácter narrativo, una narración, eso sí, escénica, donde domina el showing sobre el telling de la teoría narrativa anglosajona, es decir, el mostrar
sobre el contar.
Tanto es así que su
comienzo nos puede llevar a engaño, y que es el autor quien se maravilla del
túmulo. Por eso, en clase, cuando comentábamos el poema, lo primera que les
hacía buscar a mis alumnos eran las distintas voces que aparecen, lo que nos
permitiría ver claramente la estructura del texto.
Y es así como vemos que
del verso 1 al verso 11 no está hablando el autor, en modo alguno, sino un
soldado. Y esto es así, porque en el verso 12, en su primera mitad, aparece
un narrador-testigo (lo más parecido al autor que encontramos en el
texto: y en efecto, tiene mucho de la visión desmitificadora e irónica de
Cervantes), que nos presenta a una segunda voz que habla, un valentón,
que reafirma lo dicho por el soldado (entre los versos 12 y 14). Los últimos 3
versos, el estrambote, el cierre, en que se describen los movimientos del
valentón, vuelven a estar en la voz del narrador-testigo.
Así pues, hay 3 voces:
la de un narrador-testigo, que organiza el relato, y dos personajes casi
redundantes: un soldado y un valentón.
Tendríamos una
estructura de
A (en dos momentos: vs. 12 y 15-17): voz
narrativa, que introduce a las otras voces y organiza el relato.
B1 (vs. 1-11): discurso
del soldado.
B2 (vs 12-14): apostilla
del valentón.
Si empezamos a analizar
por el comienzo del poema (B1), el discurso del soldado, que distraídamente
hubiéramos podido confundir con la voz del autor, nos damos cuenta de que es un
discurso hiperbólico, reiterativo y poco educado. Sin juramentos no habría
soldado, podríamos decir, y el del poema resulta modélico, pues comienza cada
estrofa con un juramento: “Voto a Dios”, “Por Jesucristo vivo”, “Apostaré que
el ánima…” En las dos primeras estrofas no hace más que ponderar, a través de
hipérboles, la grandeza del monumento funerario y la ciudad en que se encuentra
(“cada pieza / vale más de un millón”, “que esto no dure un siglo” – se trata
de, notémoslo, de arquitectura efímera-,
“gran Sevilla / Roma triunfante en ánimo y nobleza”). En la tercera estrofa
llega incluso a la blasfemia, pues considerar que “el ánima del muerto” ha de
dejar “la gloria, donde vive eternamente” por gozar de este sitio –que podría
durar un siglo, no lo olvidemos, y captemos la oposición un siglo / eternidad-
constituye una auténtica presunción blasfema para la católica España de finales
del XVI.
La sensación que nos
produce el parlamento del soldado es la de vulgaridad y pura alharaca
verborreica para no decir nada de sustancia. Podríamos decir que su discurso
responde al esquema del refrán: “mucho ruido y pocas nueces”.
Si nos fijamos en la
apostilla del valentón (B2) –valentón,
que no valiente-vemos que no hace
sino confirmar lo dicho por el soldado. Aquí habría que traer a cuenta esa
máxima humanista del valor del elogio de los pocos entendidos y el menosprecio
de la opinión del vulgo necio. Pues el hecho de que un patán (por su forma de
hablar y sus aspavientos percibimos claramente que lo es) alabe tan
rotundamente tan insustancial discurso no hace sino que resulte cuestionado
doblemente: primero, por su propia insustancialidad; segundo, por el deleite
que produce al necio.
Los aspavientos del
valentón nos vienen descritos por el narrador-testigo (A), que organiza –“esto
oyó”, “y dijo”-, enjuicia -“valentón”- y describe (vs- 15-17). Cuando recitaba
el poema en clase me gustaba acompañar estos últimos versos con el movimiento
descrito, un movimiento chulesco, que resulta inmisericordemente desmontado con
el juicio final: “y no hubo nada”. De nuevo, los movimientos (aspavientos) del
valentón responden al refrán “mucho ruido y pocas nueces”.
Lo que yo me planteaba,
para concluir, tras analizar tan magnífico poema es lo siguiente. ¿No estará
Cervantes, subrepticiamente, apuntando más lejos, a partir del motivo citado:
“mucho ruido y pocas nueces” (o su equivalente conceptual: mucha apariencia /
poca realidad).
Veámoslo por estratos en
gradación de menor a mayor relieve:
Mucho ruido pocas
nueces
a) Verborrea
vacua del soldado poca
sustancia de concepto
b) Aspavientos
del valentón nada
detrás de ello
c) Monumento
funerario del rey vacío: no contiene nada dentro
d) La
monarquía de Felipe II poca
sustancia detrás
Los elementos a) y b)
están presentes explícitamente en el poema. El elemento c) fácilmente se
sobreentiende. Ahora bien, para llegar al d) hay que dar un salto
interpretativo, y ahí, con esa sugerencia que apuntaba tan alto (ya sabemos que
el veterano de Lepanto no tenía mucho aprecio por el monarca) solía terminar yo el
comentario de tan sugestivo poema. A ver si con este juego de espejos deslucidos lo que estaba intentando nuestro autor era una crítica de los pies de barro de ese imperio en donde no se ponía el sol. Cervantes siempre me ha parecido un maestro consumado
en el sutil arte de dar a entender mucho más de lo que dice.
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