domingo, 9 de febrero de 2025

Kenneth Clark, Rembrandt y el humor inglés

Disfrutando con esa magnífica introducción a Rembrandt que es la Introducción a Rembrandt, de Kenneth Clark, pero sobre todo con las pinturas, aguafuertes y dibujos que el libro me invita a contemplar.

Traigo al blog hoy unos pasajes del autor y una imagen del pintor. 

Hablando Clark sobre la posible atribución de un dibujo que se conserva en el Fitzwilliam Museum de Cambridge nos dice:

"Así, para volver a la cena en Emaús, dibujo cuyo original conozco desde que era un muchacho, me siento ahora inclinado a considerarlo auténtico, pero no me sorprendería si viniera el arcángel Rafael para decirme que se trata de una copia." (p. 146)

Donde vemos comparecer el espíritu propio y singular del humorismo británico. (Para entender mejor el pasaje debemos aclarar que en las páginas anteriores ha estado comentando dibujos sobre el asunto de Tobías y el ángel.)

Este pasaje -por su toque humorístico- me trae la memoria de otro que leí al comienzo de su autobiografía, Another part of the wood, y que cito en el original, para después ensayar la traducción:

My parents belonged to a section of society known as “the idle rich”, and although, in that golden age, many people were richer, there can have been few who were idler.

(Mis padres pertenecían a esa sección de la sociedad conocida como "los ricos ociosos", y aunque, en aquella edad dorada, mucha gente era más rica, pocos fueron más ociosos.)

Y ahora la imagen de Rembrandt. Si habré visto Anunciaciones a lo largo de mi vida (motivo que, por lo demás, me gusta mucho), pero creo que ésta de Rembrandt es, sin duda, una de las mejores:




miércoles, 5 de febrero de 2025

Qué hacer con un pasado sucio, de José Álvarez Junco

 

En su libro Qué hacer con un pasado sucio, José Álvarez Junco, en la dedicatoria inicial a sus nietos, les insta a ser justos, pero no justicieros.

El libro trata sobre nuestra historia reciente: los siglos XX y XXI, con la República, la Guerra civil, la dictadura de Franco y la Transición. Hacia el final del libro dedica bastantes páginas a la llamada Memoria histórica (casi una contradicción en los términos, como explica el autor), a los Actos conmemorativos y la Justicia transicional (aquella que trata de cómo pasar de un sistema violento y cruel a una convivencia democrática).

En un momento dado cita un pasaje que me parece luminoso y me trae algunos recuerdos:

 

“David Rieff, historiador y politólogo estadounidense, ha observado que el recuerdo sobre conflictos despiadados puede servir a tres objetivos: la verdad, la justicia (o reparación) y la paz (o convivencia). Cada uno de ellos es virtuoso o defendible en sí mismo, pero resulta difícil, y hasta imposible, combinar o satisfacer los tres a la vez. Y de ningún modo debemos dar por supuesto que los imperativos de hacer justicia o establecer la verdad sean preferibles a la búsqueda de la paz. Por el contrario, el lugar prioritario corresponde a esta última: lograr establecer una convivencia pacífica y digna entre los ciudadanos actuales. El logro de un modus vivendi que sirva de base para una futura convivencia pacífica puede exigir sacrificar algo de justicia y mucho de verdad (es decir, de memoria) sobre lo ocurrido. Por el contrario, empeñarse en recordar y en impartir justicia puede ser perjudicial para la paz. En cuyo caso, el olvido no tiene por qué ser condenado como una catástrofe moral: al revés, puede ser incluso recomendable. La memoria sólo es aconsejable si sirve a la resolución y no a la perpetuación del conflicto.” (p. 171)

 

Me trae a la memoria un curso al que asistí, en julio de 1997, dentro de los cursos de verano del Escorial, denominado “Cuba a la luz de otras transiciones”, dirigido por Marifeli Pérez-Stable. Allí se discutía (hoy podemos pensar con qué ingenuidad) la posible salida del castrismo y el paso a una sociedad democrática en Cuba. Recuerdo que la idea que más me impactó fue la siguiente que expuso un participante: un cierto grado de impunidad es necesario para salir de un régimen de opresión y  establecer una sociedad libre y democrática. No se pueden vengar eternamente los crímenes cometidos, porque entonces las víctimas se pueden convertir en victimarios y así ad nauseam. Hay un momento en que hay que perdonar y olvidar.

Como exiliado (y víctima, por tanto) de la Cuba castrista me resultaba duro aceptar esas palabras, y por ello me removieron mucho interiormente. Pero tras rumiar la idea un par de días llegué al convencimiento de su justeza: así debía ser, hay que parar la máquina de la venganza en algún momento, so pena de remover la sangre generación tras generación.

 

Lo curioso es que esta idea es la que se desprende de una lectura atenta de Las Euménides, la conclusión de la trilogía de la Orestíada, de Esquilo. Esto ya lo proponían los griegos del siglo V antes de Cristo. ¡Qué sabios eran! ¡Y qué ignorantes muchos de nuestros contemporáneos!

 

miércoles, 29 de enero de 2025

Dos CARPE DIEM de nuestro tiempo: Luis Alberto de Cuenca y Sara Mesa

 A Rubén, que me dio a conocer el poema de Sara Mesa.


COLLIGE, VIRGO, ROSAS

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado

 (Por fuertes y fronteras, 1996,  Luis Alberto de Cuenca)

 

 CARPE DIEM NOS DIJERON

 Soy una brizna de hierba que brota

de un sumidero sucio.

Una raíz perdida

que busca apurar todos los jugos,

que quiere aprovechar la savia de los días,

el venenoso y dulce licor de los presentes.

 

Vive el momento.

Como si acaso hubiera

un solo momento.

Como si fuese solo

cuestión de desearlo.

Como si no existieran jaulas,

zapatos embarrados que pisotean el suelo.

 

Si me concentro, sí,

siento que se pasean por mi cuerpo

cientos, miles,

cientos de miles de insectos diminutos

y cada uno me narra una promesa.

 

Soy una única flor

pero qué multiplicidad del cáliz,

qué variedad de estambres.

 

Me fecundo para estrujar el tiempo

-carpe diem-

y cuántos otros senderos desperdicio

qué dulzuras malogro

qué imprevisibles destinos pierdo para siempre.

 

 (Sara Mesa: Este jilguero agenda, 2007)


En efecto, Carpe diem, es el nombre genérico con que nos referimos al tópico de aprovechar el momento, vivir el tiempo presente con intensidad. El nombre procede de una oda de Horacio (Carminum I, 11) que, en un momento climático, utiliza la expresión Carpe diem (“coge el día”). Ahora bien, también hay un poema de Ausonio, conocido como Collige, virgo, rosas (“coge o recoge, virgen, las rosas”), que trata un tema similar. La diferencia sería que el Carpe diem es un tipo de poema más general, en el sentido de aprovechar el momento presente, mientras que el Collige, virgo, rosas, es algo más concreto, una invitación a las doncellas, a que se dispongan a amar, aprovechen su juventud, y no esperen a que el tiempo las devore. El poema es, claramente, una conspiración antivirginal.

 

De manera que los poemas clásicos de nuestra tradición occidental sobre el tema (“Mentre che l´aureo crin v´ondeggia intorno”, de Bernardo Tasso, “En tanto que de rosa y azucena”, de Garcilaso, “Mignonne, allons voir si la rose”, de Pierre Ronsard,  “Ilustra y hermosísima María” o “Mientras por competir con tu cabello”, de Góngora, “To his coy mistress”, de Andrew Marvell) corresponden, en realidad, más al modelo del Collige, virgo, rosas, que al Carpe diem.

 

Pues bien, si hemos hablado de lo que los diferencia, el elemento común más importante es el uso del imperativo, en verbos, por lo demás, casi sinónimos: carpe / collige.

Si ahora pasamos a considerar los dos poemas recientes que hemos elegido, lo primero que nos llama la atención es el carácter más clásico (dentro de su modernidad) del de Luis Alberto de Cuenca. Para comenzar tiene 14 versos, cual si de un soneto se tratara, pero no lo es ciertamente. Los versos son blancos (sin rima), y los posibles tercetos o cuartetos no se delimitan sino que se engarzan a través de encabalgamientos. Eso sí, los versos son perfectos alejandrinos (con su cesura intermedia: 7 + 7 sílabas).

 

Otro elemento más tradicional son las referencias intertextuales de Cuenca, un par de alusiones a los poemas de Góngora. “Disfruta / de la luz y del oro” nos recuerda el “goza el color, la luz y el oro” del primero de los poemas del cordobés, mientras que “Goza labios y lengua” remite al segundo: “Goza cuello, cabello, labio y frente”.

 

¿Qué es lo moderno que añade Cuenca? Dos cosas: el desparpajo del lenguaje, dando entrada a formas coloquiales: “Púlete los rosales”, “machácate de gusto” “te quite lo bailado”… El otro elemento es un erotismo más explícito, que se puede percibir tanto en esas formas coloquiales como en el juego intertextual: “Goza labios y lengua”. En algún momento alude no sólo a la entrega amorosa (clave del tópico), sino a la multiplicidad de esta entrega: “sin un hombre / (por lo menos) comiéndote las hechuras del alma”.

 

Y esto nos conduce directamente al otro poema elegido. De Sara Mesa, escritora bastante rupturista y poco convencional, no podíamos esperar un poema muy ceñido al tópico. Ya en el título se distancia del asunto: Carpe diem nos dijeron. Con lo cual da a entender que utilizará el tópico para una reflexión personal. En efecto, el poema está escrito en primera persona (la segunda persona es lo propio de estos poemas), y los imperativos sólo los va a utilizar como cita en el verso 7 (Vive el momento) y hacia el final en latín: -carpe diem-.

 

Lo que propone Sara Mesa es una reflexión sobre el tema (la dificultad de ceñirse a un amor, ante la pluralidad de los deseos) y una apertura a la multiplicidad de los amores. Diríamos que da otro giro de tuerca a tan manido asunto.

jueves, 23 de enero de 2025

Redacciones escolares

 

 

Recuerdo, en Madrid, que, cuando tocaba hacer una redacción en clase de Lengua española, le pedíamos al profesor que nos dejara hacerla sobre un partido de fútbol. Las veces en que consentía (que no eran muchas) las redacciones resultantes de varios muchachos de clase siempre coincidían: iba perdiendo el Madrid contra el Atlético o el Barcelona, y en eso cogía Amancio el balón, regateaba a todos y metía, primero, el gol del empate, y luego, el gol de la victoria. Eran redacciones descabaladas, qué duda cabe, pero los chicos disfrutábamos de lo lindo con ellas.

 

Ya en Bachillerato, en Valencia, no creo que mejorara mucho mi arte de escribir. Las redacciones buenas de clase las hacía un tal Gil, y siempre en ellas aparecía el siguiente sintagma, que se nos antojaba el culmen de la expresión literaria: “una tenue luz roja”. Lo que empecé a dominar fue el arte de la cita (o, dicho de forma más moderna, la intertextualidad), pues en una redacción sobre Antonio Machado, o tal vez era un examen, escribí: “Machado tiene la sencillez de quien viaja en un vagón de tercera y no se duerme para poder contemplar el paisaje”. El profesor me felicitó, ante mi asombro, pues no había hecho sino glosar unos versos del propio don Antonio que habíamos leído unos pocos días antes.

 

miércoles, 8 de enero de 2025

Umberto Eco responde a la pregunta que nunca se debe hacer

Hace ya más de doce años que escribí un post titulado "La pregunta que nunca se debe hacer" (https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2012/08/la-pregunta-que-nunca-se-debe-hacer.html). Ayer, leyendo los breves ensayitos humorísticos de Umberto Eco (recogidos en Cómo viajar con un salmón) me topé con el siguiente pasaje que toca el asunto con gracia e ironía.

“El visitante entra y dice: “¡Cuántos libros!  ¿Los ha leído todos?”. Al principio, creía que la frase revelaba sólo a personas poco familiarizadas con los libros, acostumbradas a ver solo estanterías de tres al cuarto con cinco novelas policiacas y una enciclopedia infantil en fascículos. Pero la experiencia me ha enseñado que la frase la pronuncian incluso personas insospechables. Se puede decir que se trata, con todo, de personas que tienen una noción de la estantería como depósito de libros y no de la biblioteca como instrumento de trabajo, pero no basta. Creo que, ante muchos libros, cualquiera cae presa de la angustia del conocimiento, y fatalmente se desliza hacia la pregunta que expresa su tormento y sus remordimientos.

(…) a la pregunta sobre los libros hay que responder mientras la mandíbula se te crispa y ríos de sudor frío te bajan por la columna vertebral. Yo, antaño, había adoptado la respuesta despectiva: “No he leído ninguno; si no, ¿por qué los tendría aquí?”. Pero es una respuesta peligrosa porque desencadena la reacción obvia: “¿Y dónde pone los que ha leído?”. Es mejor la respuesta estándar de Roberto Leydi: “Muchos más, señor, muchos más”, que deja helado al adversario y le hace caer en un estado de estupefacta veneración. Pero la encuentro desalmada y causa ansiedad. Ahora me he replegado hacia la afirmación: “No, estos son los que  tengo que leer para el mes que viene, los demás los tengo en la universidad”,  respuesta que, por una parte sugiere una sublime estrategia ergonómica y, por la otra, induce al visitante a anticipar el momento de la despedida”.     (1990)

         


sábado, 4 de enero de 2025

AGUSTÍN DE HIPONA EN EL MESTALLA

 

Alipio en el circo de Roma

13. No queriendo [Alipio] dejar la carrera del mundo, tan decantada por sus padres, había ido delante de mí a Roma a estudiar Derecho, donde se dejó arrebatar de nuevo, de modo increíble y con increíble afición, a los espectáculos de gladiadores.

Porque aunque aborreciese y detestase semejantes juegos, cierto día, como topase por casualidad con unos amigos y condiscípulos suyos que venían de comer, no obstante negarse enérgicamente y resistirse a ello, fue arrastrado por ellos con amigable violencia al anfiteatro y en unos días en que se celebraban crueles y funestos juegos.