La pregunta tiene una respuesta inmediata. A Lluis Homar, director de Centro Nacional de Teatro Clásico, que ha puesto en escena El gran teatro del mundo, de don Pedro Calderón de la Barca.
Pero en realidad la pregunta
tiene su miga. Porque el montaje, que tiene sus sombras y sus luces, parte de
un despropósito inicial: poner en escena un auto sacramental (teatro católico
teológicamente contrarreformista) desde la no creencia y una cierta modernez
empoderada.
Como la obra me ha gustado
más de lo que esperaba, empezaré por lo positivo, aunque lo negativo sea de más
relieve.
En primer lugar, la obra
respeta el texto de Calderón puntualmente, lo que no es poco. El castellano de
don Pedro es una lengua de una riqueza extraordinaria, y produce un verdadero
gozo escucharlo en el teatro, aunque no siempre se lo siga del todo (un acierto
transcribir la obra en una pantalla sobre el escenario; de vez en cuando hay
que levantar la vista cuando nos perdemos). Ahora bien, no todos los actores
dicen el verso tan bien como sería deseable, y además, en algunos momentos –en algunos
mensajes directamente católicos-, utilizan inflexiones irónicas para
distanciarse del contenido manifiesto del texto.
La otra gran virtud de la
obra es el uso del espacio escénico, el vestuario y el acompañamiento sonoro
(aunque le sobren los crescendos
circenses), porque todo ello coadyuva al carácter un tanto esquemático y
abstracto de la alegoría (la vida terrenal como representación teatral) que el
texto quiere transmitir.
Hasta aquí lo bueno del
montaje. ¿Qué peros se le pueden poner? Primero y principal, el que ya nombré,
llevar a cabo un montaje desde una posición contraria al planteamiento del
autor. Si lo que se quería era hacer una obra farsesca, se podía acudir a las
comedias de Calderón, o a sus entremeses, donde se encontraría material
adecuado para ello, pero no, desde luego, a un auto sacramental.
Luego está la modernez y el
empoderamiento. De los diez personajes que aparecen en escena, siete son –tienen que ser- mujeres. Si se tratara de actrices extraordinarias, cerraríamos la
boca. Pero ni la que hace el papel del Mundo (uno de los principales de la
obra) lo hace suficientemente bien, ni tampoco la que hace de Labrador. El
Labrador de la obra viene a ser el inexcusable gracioso de nuestro teatro áureo. Pero, por Dios, el gracioso es un papel que siempre
interpreta un hombre. ¿Por qué aquí se le da a una mujer ni especialmente graciosa
ni afortunada en su dicción? El actor que hace de Autor (de la comedia y del
mundo, es decir, de Dios padre) sí que tiene una buena dicción, pero ésta
resulta más de teatro de cabaret que de teatro religioso.
Todos sabemos que el auto
sacramental (obra que se representaba cuando la festividad del Corpus Christi) debe
terminar con una exaltación de la Eucaristía. Puede ser un pegote (como los deus ex machina de Eurípides), pero así
era, condición sine qua non de este
tipo de pieza teatral. Pues bien, ¿qué se hace aquí? La postrimería celestial
se presenta bajo forma de una mesa, donde asistiremos a un ágape, presidida por
el Autor y con un enorme espejo circular detrás. Como no se atreven a presentar
la Eucaristía nos muestran un enorme espejo para que refleje el enorme ego de
nuestra modernidad. Y ya puestos, para terminar, el Tantum Ergo que propone Calderón se cambia por una versión casi
irreconocible, pero muy animada y orgiástica, de Perfect Day, de Lou Reed. Y los actores terminan bailando enloquecidamente.
Vivir para ver.
P.S. Escribí esto anoche, después de haber visto la obra. Pero todavía no había leído el programa de mano, con sendos textos del director Lluis Homar y de Pablo d´Ors. Ambos son demenciales (el primero, hablando del "liberalismo" religioso de Calderón; y el segundo del paso del "pensamiento mítico" del cristianismo a la "razón" -como si no hubieran existido Sócrates y los demás-, antes de arribar a la "consciencia"). Desde luego, en vez de dar luz sobre la obra no hacen sino prolongar su confusión.
No entro a discutirlos porque me llevaría mucho, pero si ya la Biografía del silencio, del mentado d´Ors, me pareció un libro insustancial (por eso, su gran éxito, imagino), el texto escrito para el programa es de lo más desorientado (y desorientador) que he leído en mi vida. Podría figurar en cualquier antología del disparate intelectual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario