domingo, 23 de febrero de 2025

¿A quién se le ocurre montar un auto sacramental en 2025? EL GRAN TEATRO DEL MUNDO en el Teatro Principal

 

              

La pregunta tiene una respuesta inmediata. A Lluis Homar, director de Centro Nacional de Teatro Clásico, que ha puesto en escena El gran teatro del mundo, de don Pedro Calderón de la Barca.

 

Pero en realidad la pregunta tiene su miga. Porque el montaje, que tiene sus sombras y sus luces, parte de un despropósito inicial: poner en escena un auto sacramental (teatro católico teológicamente contrarreformista) desde la no creencia y una cierta modernez empoderada.

 

Como la obra me ha gustado más de lo que esperaba, empezaré por lo positivo, aunque lo negativo sea de más relieve.

 

En primer lugar, la obra respeta el texto de Calderón puntualmente, lo que no es poco. El castellano de don Pedro es una lengua de una riqueza extraordinaria, y produce un verdadero gozo escucharlo en el teatro, aunque no siempre se lo siga del todo (un acierto transcribir la obra en una pantalla sobre el escenario; de vez en cuando hay que levantar la vista cuando nos perdemos). Ahora bien, no todos los actores dicen el verso tan bien como sería deseable, y además, en algunos momentos –en algunos mensajes directamente católicos-, utilizan inflexiones irónicas para distanciarse del contenido manifiesto del texto.

 

La otra gran virtud de la obra es el uso del espacio escénico, el vestuario y el acompañamiento sonoro (aunque le sobren los crescendos circenses), porque todo ello coadyuva al carácter un tanto esquemático y abstracto de la alegoría (la vida terrenal como representación teatral) que el texto quiere transmitir.

 

Hasta aquí lo bueno del montaje. ¿Qué peros se le pueden poner? Primero y principal, el que ya nombré, llevar a cabo un montaje desde una posición contraria al planteamiento del autor. Si lo que se quería era hacer una obra farsesca, se podía acudir a las comedias de Calderón, o a sus entremeses, donde se encontraría material adecuado para ello, pero no, desde luego, a un auto sacramental.

 

Luego está la modernez y el empoderamiento. De los diez personajes que aparecen en escena, siete son –tienen que ser- mujeres. Si se tratara de actrices extraordinarias, cerraríamos la boca. Pero ni la que hace el papel del Mundo (uno de los principales de la obra) lo hace suficientemente bien, ni tampoco la que hace de Labrador. El Labrador de la obra viene a ser el inexcusable gracioso de nuestro teatro áureo. Pero, por Dios, el gracioso es un papel que siempre interpreta un hombre. ¿Por qué aquí se le da a una mujer ni especialmente graciosa ni afortunada en su dicción? El actor que hace de Autor (de la comedia y del mundo, es decir, de Dios padre) sí que tiene una buena dicción, pero ésta resulta más de teatro de cabaret que de teatro religioso.

 

Todos sabemos que el auto sacramental (obra que se representaba cuando la festividad del Corpus Christi) debe terminar con una exaltación de la Eucaristía. Puede ser un pegote (como los deus ex machina de Eurípides), pero así era, condición sine qua non de este tipo de pieza teatral. Pues bien, ¿qué se hace aquí? La postrimería celestial se presenta bajo forma de una mesa, donde asistiremos a un ágape, presidida por el Autor y con un enorme espejo circular detrás. Como no se atreven a presentar la Eucaristía nos muestran un enorme espejo para que refleje el enorme ego de nuestra modernidad. Y ya puestos, para terminar, el Tantum Ergo que propone Calderón se cambia por una versión casi irreconocible, pero muy animada y orgiástica, de Perfect Day, de Lou Reed. Y los actores terminan bailando enloquecidamente.

 

Vivir para ver.


P.S. Escribí esto anoche, después de haber visto la obra. Pero todavía no había leído el programa de mano, con sendos textos del director Lluis Homar y de Pablo d´Ors. Ambos son demenciales (el primero, hablando del "liberalismo" religioso de Calderón; y el segundo del paso del "pensamiento mítico" del cristianismo a la "razón" -como si no hubieran existido Sócrates y los demás-, antes de arribar a la "consciencia"). Desde luego, en vez de dar luz sobre la obra no hacen sino prolongar su confusión.

No entro a discutirlos porque me llevaría mucho, pero si ya la Biografía del silencio, del mentado d´Ors, me pareció un libro insustancial (por eso, su gran éxito, imagino), el texto escrito para el programa es de lo más desorientado (y desorientador) que he leído en mi vida. Podría figurar en cualquier antología del disparate intelectual.

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