miércoles, 5 de febrero de 2025

Qué hacer con un pasado sucio, de José Álvarez Junco

 

En su libro Qué hacer con un pasado sucio, José Álvarez Junco, en la dedicatoria inicial a sus nietos, les insta a ser justos, pero no justicieros.

El libro trata sobre nuestra historia reciente: los siglos XX y XXI, con la República, la Guerra civil, la dictadura de Franco y la Transición. Hacia el final del libro dedica bastantes páginas a la llamada Memoria histórica (casi una contradicción en los términos, como explica el autor), a los Actos conmemorativos y la Justicia transicional (aquella que trata de cómo pasar de un sistema violento y cruel a una convivencia democrática).

En un momento dado cita un pasaje que me parece luminoso y me trae algunos recuerdos:

 

“David Rieff, historiador y politólogo estadounidense, ha observado que el recuerdo sobre conflictos despiadados puede servir a tres objetivos: la verdad, la justicia (o reparación) y la paz (o convivencia). Cada uno de ellos es virtuoso o defendible en sí mismo, pero resulta difícil, y hasta imposible, combinar o satisfacer los tres a la vez. Y de ningún modo debemos dar por supuesto que los imperativos de hacer justicia o establecer la verdad sean preferibles a la búsqueda de la paz. Por el contrario, el lugar prioritario corresponde a esta última: lograr establecer una convivencia pacífica y digna entre los ciudadanos actuales. El logro de un modus vivendi que sirva de base para una futura convivencia pacífica puede exigir sacrificar algo de justicia y mucho de verdad (es decir, de memoria) sobre lo ocurrido. Por el contrario, empeñarse en recordar y en impartir justicia puede ser perjudicial para la paz. En cuyo caso, el olvido no tiene por qué ser condenado como una catástrofe moral: al revés, puede ser incluso recomendable. La memoria sólo es aconsejable si sirve a la resolución y no a la perpetuación del conflicto.” (p. 171)

 

Me trae a la memoria un curso al que asistí, en julio de 1997, dentro de los cursos de verano del Escorial, denominado “Cuba a la luz de otras transiciones”, dirigido por Marifeli Pérez-Stable. Allí se discutía (hoy podemos pensar con qué ingenuidad) la posible salida del castrismo y el paso a una sociedad democrática en Cuba. Recuerdo que la idea que más me impactó fue la siguiente que expuso un participante: un cierto grado de impunidad es necesario para salir de un régimen de opresión y  establecer una sociedad libre y democrática. No se pueden vengar eternamente los crímenes cometidos, porque entonces las víctimas se pueden convertir en victimarios y así ad nauseam. Hay un momento en que hay que perdonar y olvidar.

Como exiliado (y víctima, por tanto) de la Cuba castrista me resultaba duro aceptar esas palabras, y por ello me removieron mucho interiormente. Pero tras rumiar la idea un par de días llegué al convencimiento de su justeza: así debía ser, hay que parar la máquina de la venganza en algún momento, so pena de remover la sangre generación tras generación.

 

Lo curioso es que esta idea es la que se desprende de una lectura atenta de Las Euménides, la conclusión de la trilogía de la Orestíada, de Esquilo. Esto ya lo proponían los griegos del siglo V antes de Cristo. ¡Qué sabios eran! ¡Y qué ignorantes muchos de nuestros contemporáneos!

 

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