A la vuelta de Cantabria (siempre tan vivificadora para mí) decidí leer a alguno de sus escritores y me enfrasqué en la correspondencia entre Gerardo Diego y José María de Cossío. Comentaban cosas de literatura y libros, sobre todo, pero algo de toros aparecía de vez en cuando (la creación de "Torerillo en Triana" del primero para la antología del toro en la poesía que proyectaba el segundo, por ejemplo). Javier me comentó que la mejor poesía sobre tema taurino que había era la de Diego, y así me puse a leer la recopilación Poesía y prosas taurinas, editada por Pre-Textos. Allí me encuentro con un artículo que Diego escribió para el diario ABC el 17-12-1961, y que lleva por título Novísimo “Laocoonte”. En sus primeros párrafos despliega el poeta una teoría sobre la relación entre la tauromaquia y la danza que me parece muy penetrante y que, por ello, no puedo resistirme a teclear:
Si el cultivo y la experiencia de una o dos de las Bellas Artes puede servir de brújula para no extraviarse al navegar por las otras, díganlo los nombres insignes de pintores que han opinado de música o de poetas que han sentenciado de pintura. Basta una afición profesada y confesada y una natural aptitud para traducir los términos del vocabulario de un arte a su hermana, pues que todos los alfabetos se corresponden y se unen en la raíz estética. En cuanto a la tauromaquia, de labios de algunos de sus más egregios paladines escuchamos maravillados dictámenes y hasta teorías modestamente ignorantes de serlo, que por sí solas acreditarían la calidad artística de la fiesta y el valor humano y humanista, el talento infuso de quienes así supieron entenderla y practicarla. Hemos oído de labios que saben, y no es poco, estar cerrados cuando así conviene, palabras esclarecedoras y del más alto alcance poético y estético. No nos dejarán mentir otros amigos que compartieron esos diálogos con Juan Belmonte, con Ignacio Sánchez Mejías, con “El Niño de la Palma” o con el propio “Manolete”. A Sánchez Mejías oímos en cierta memorables ocasión, rodeado de poetas, explicar su teoría del toreo de tan geométrica y evidente y casi metafísica o teológica manera, que por momentos pensábamos en una cátedra de Poética. Los términos técnicos que usaba eran todos de facilísima y tentadero versión a la técnica misma de la Poesía y, por supuesto, a la teoría general del arte o Poética esencial.
Voy, pues a laocoontizar un poco con permiso de aquel primer
espada, germánico, coetáneo de Pedro Romero, que se llamó, Efraín Lessing. El
Toreo, considerado como arte, pertenece al ámbito de la Danza, y también, por
otra parte de sus vertientes o significaciones, al de la Tragedia. Dejemos por
el momento esta segunda referencia, aunque sea tan cargada de sentido, sobre
todo por lo que respecta a la comunión religiosa del público y a la catarsis
purificadora. Quedándonos solamente con la primera, con la incorporación del
Toreo a la Danza, hemos de aclarar que no se trata de una Danza pura, ya que
interviene el elemento zoológico e instintivo, la fiera táurica, a la que se
puede reducir y agregar a las figuras coreográficas sólo hasta cierto punto.
Precisamente gozar esa gradual domesticación del instinto con la emoción del
peligro que entraña y rendir plástico y evidente dominio del hombre sobre la
bestia es el doble objetivo del toreo considerado en su inevitable y básico
aspecto de cacería espectacular o de lidia rigurosa y organizada.
Pero si el Toreo es una manera de sublimación trágica e
impura de la Danza, dicho está que se toca, que es tangente o secante, como
otra cualquiera floración danzada, a la escultura y a la pintura. A la escultura
en cuanto potencia y melodiza el cuerpo humano en conjugación con la masa
inocente y arrogante del toro. A la pintura en todo lo que de color y de ideal
superficie plana proyectada encierra la peripecia de la lidia. Tan es así, que
toda la estética del toreo puede reducirse a estos dos tipos esenciales. O
color o relieve. O toreo en profundidad o toreo en superficie, sin que ninguno
de ellos pueda ostentar ningún derecho a prioridad ni superioridad sobre el
otro. Tan legítimos son ambos y tan legítima la dedicación a cualquiera de
ellos, a condición de que el toreo sea fiel a sí mismo y a su más profunda
vocación al abrazar su destino expresivo.
(Poesía y prosas taurinas, Pre-Textos, p. 254-55)
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