miércoles, 3 de septiembre de 2025

Una etapa en el viaje literario: las inscripciones sepucrales del Monasterio de Oña

 

En mi periplo hacia al Cantábrico, esta vez, no bajé por la Mazorra ni, por tanto, pude contemplar, con cierta holgura, la torre de Valdenoceda. Conspiró contra ello lo que podríamos denominar el elemento literario del viaje. Así que, tras Burgos, en vez de atravesar el páramo de la Masa, me fui por Briviesca en dirección a Oña.

 

Quería volver a visitar el Monasterio de San Salvador para reparar mejor en las inscripciones sepulcrales que se encuentran en su claustro.

 

Todo deriva de un texto de Juan Benet. En La inspiración y el estilo, en su último capítulo (“La seriedad del estilo”), nuestro autor, en su defensa pro domo sua del estilo noble, el Grand style de los ingleses, que él echa a faltar en nuestra literatura, pone como ejemplo de su uso, en el siglo XV a Juan de Mena, Jorge Manrique y, curiosamente, unas inscripciones –de principios del XVI- que vio en el Monasterio de Oña. Todos sabemos que los creadores, cuando teorizan, lo suelen hacer pro domo sua, en función de sus intereses personales: así tan frecuentemente T. S. Eliot; así, en el caso que nos ocupa, Juan Benet. Yo no pienso que la literatura española derivara tanto por el costumbrismo en el siglo de Oro como piensa Benet (Gracián, Calderón, Saavedra Fajardo, por no recordar a los dos Luises o Juan de la Cruz, vendrían a demostrarlo), pero a nuestro escritor, cuando emprende la proeza narrativa en torno a Región, le interesa hacer hincapié en ese aspecto de la literatura española (remozado en su tiempo por Cela o Delibes) para contraponerle su denodada apuesta estilística.

 

Lo que sí es cierto es que esas inscripciones de Oña son, cuanto menos, sorprendentes: Quién iba a imaginar en un claustro monacal que, al evocar el mérito de nobles y caballeros de la zona, se iba a comparar con modelos de la antigüedad clásico greco-latina. En un claustro sólo nos esperamos referencias a la Vida Eterna, el Espíritu Santo, Jesús Nuestro Redentor o Dios padre, pero no a Troya, Aquiles, Héctor, Ulises, Catón o los Escipiones. Todo ello redactado en un estilo literario depuradísimo y clásico (lo que convierte al anónimo monje que los debió redactar en “el más gramático de todos los frailes”, según palabras de Menéndez Pidal que cita Benet).

 

Me limitaré a reproducir imágenes de las inscripciones tanto en su original latino de metal, como la transcripción y traducción modernas, para que se compruebe la maravilla que suponen esos escritos de un claustro burgalés. Los pongo en el orden que se muestran, por el claustro, desde el altar hasta el atrio del monasterio:






















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