En mi periplo hacia al
Cantábrico, esta vez, no bajé por la Mazorra ni, por tanto, pude contemplar,
con cierta holgura, la torre de Valdenoceda. Conspiró contra ello lo que
podríamos denominar el elemento literario del viaje. Así que, tras Burgos, en
vez de atravesar el páramo de la Masa, me fui por Briviesca en dirección a Oña.
Quería volver a visitar el
Monasterio de San Salvador para reparar mejor en las inscripciones sepulcrales
que se encuentran en su claustro.
Todo deriva de un texto de
Juan Benet. En La inspiración y el estilo,
en su último capítulo (“La seriedad del estilo”), nuestro autor, en su defensa pro domo sua del estilo noble, el Grand style de los ingleses, que él echa
a faltar en nuestra literatura, pone como ejemplo de su uso, en el siglo XV a Juan
de Mena, Jorge Manrique y, curiosamente, unas inscripciones –de principios del
XVI- que vio en el Monasterio de Oña. Todos sabemos que los creadores, cuando
teorizan, lo suelen hacer pro domo sua,
en función de sus intereses personales: así tan frecuentemente T. S. Eliot;
así, en el caso que nos ocupa, Juan Benet. Yo no pienso que la literatura
española derivara tanto por el costumbrismo en el siglo de Oro como piensa
Benet (Gracián, Calderón, Saavedra Fajardo, por no recordar a los dos Luises o
Juan de la Cruz, vendrían a demostrarlo), pero a nuestro escritor, cuando
emprende la proeza narrativa en torno a Región, le interesa hacer hincapié en
ese aspecto de la literatura española (remozado en su tiempo por Cela o
Delibes) para contraponerle su denodada apuesta estilística.
Lo que sí es cierto es que
esas inscripciones de Oña son, cuanto menos, sorprendentes: Quién iba a
imaginar en un claustro monacal que, al evocar el mérito de nobles y caballeros
de la zona, se iba a comparar con modelos de la antigüedad clásico greco-latina.
En un claustro sólo nos esperamos referencias a la Vida Eterna, el Espíritu
Santo, Jesús Nuestro Redentor o Dios padre, pero no a Troya, Aquiles, Héctor,
Ulises, Catón o los Escipiones. Todo ello redactado en un estilo literario
depuradísimo y clásico (lo que convierte al anónimo monje que los debió
redactar en “el más gramático de todos los frailes”, según palabras de Menéndez
Pidal que cita Benet).
Me limitaré a reproducir
imágenes de las inscripciones tanto en su original latino de metal, como la
transcripción y traducción modernas, para que se compruebe la maravilla que
suponen esos escritos de un claustro burgalés. Los pongo en el orden que se
muestran, por el claustro, desde el altar hasta el atrio del monasterio:
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