MAQUIAVELO EN SAN CASCIANO
…non temo la povertà, non mi
sbigottiscie la morte
(Carta a Francesco Vettori,
diciembre 1513)
Al tordo que madruga en los olivos
tiendo
tempranas redes,
mientras
dura setiembre
y
un cielo gris apaga
el
eco doble de esta pena
en
pobreza y destierro.
Tengo un bosque
cuya
madera hago talar, pues de tan poca
riqueza
me sustento.
Los negocios de la República
y los reyes
de España y Francia
o el gran Duque lejos están;
mas bueno fuera que alguien
pagase en este tiempo aquel
saber de entonces.
Los leñadores en el bosque
disputan entre sí o ponen
pleito
a más rudos vecinos,
mientras cierto Frosino da
Panzano
arrebata mi leña por diez
liras
que tiempo ha le debo, según
dice,
de una partida en casa de
Antonio Guicciardini.
Al carretero he acusado
como ladrón. Mas fue vano
negocio.
Aquel saber de entonces,
digo, a él he vuelto
por holgura de tiempo y de
tristeza,
y he compuesto un opúsculo
cuyo destino ignoro, aunque
tal vez me valga
ganancia, más favor o mudada
fortuna.
Caído luego el día,
después de la comida familiar
apenas hecha de frutos de
esta tierra,
en la taberna el juego
me aleja de lo mío
entre el sudor vulgar de las
cartas usadas,
el agrio olor del huésped,
los gritos iracundos de mis
nuevos amigos,
el carnicero del lugar,
un molinero a veces,
menestrales
de craso vino y pan y
harapientos bolsillos.
No hay en mí orgullo
ni vanidad sujeto a tal
miseria,
y acaso la fortuna se
avergüence
de haberme reducido a tan
ruin destino.
Llega al cabo
la noche.
Regreso al fin
al término seguro
de mi casa y
memoria.
Umbral de otras
palabras,
mi habitación, mi mesa.
Allí depongo
el traje cotidiano
polvoriento y ajeno.
Solemnemente me revisto
de mis ropas mejores
como el que a corte o curia
acude.
Vengo a la compañía de los
hombres antiguos
que en amistad me acogen
y de ellos recibo el único
alimento
sólo mío, para el que yo he
nacido.
Con ellos
hablo, de ellos tengo respuesta
acerca de la ardua o luminosa
razón de sus acciones.
Se apaciguan
las horas, el afán o la pena.
Habito con
pasión el pensamiento.
Tal es mi vida
en ellos
que en mi
oscura morada
ni la pobreza temo ni padezco la
muerte.
1966
Cuando poco después de
licenciado y ya profesor de Enseñanza Secundaria, fui a Perugia para aprender
italiano, recuerdo que el libro de lecturas que utilizábamos se llamaba Pagine di scrittori italiani. Ya en un
post anterior comenté los textos que más me tocaron: un poema de Pavese, otro
de Sergio Corazzini y, sobre todo, un fragmento en prosa, magnífico, de una
carta que Maquiavelo, en su exilio de San Casciano, había enviado a un amigo,
Francesco Vettori, en que le daba cuenta de su mísera condición de desterrado,
pero también de cómo la frecuentación de los antiguos y el trabajo en un
opúsculo que componía (ni más ni menos que Il
principe) conseguían sacarlo de su melancolía y llevarlo a momentos de gran
exaltación vital. El texto de Maquiavelo me trajo a la memoria un excelente
poema de José Ángel Valente, que habíamos visto en la Facultad. Acudiendo al
procedimiento del monólogo dramático puesto en boca del florentino, Valente lo
que hacía era, siguiendo muy de cerca el original en prosa, convertirlo en
poesía de muchos quilates. Es un poema que utilicé mucho en mis clases de COU,
y que solía comentar con acuidad y devoción, siempre remitiendo a lo que de
fina operación intertextual tenía el resultado.
Pues bien, recientemente, en una
cena entre amigos surgió el nombre de Maquiavelo, y quise buscar el poema en el
ciberespacio para ejemplificar ese momento de la creación de su celebérrimo
opúsculo político. No lo encontré a mano (sí dentro de un análisis
circunstanciado de la poesía de Valente). Entonces decidí rebuscar entre mis
viejos apuntes de Literatura de COU. Allí estaba, cómo no, y decidí teclearlo
para todos.
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