En el capítulo XXVII de I promessi sposi, después de relatarnos
las aficiones literarias de Don Ferrante, el esposo de Doña Prassede (los
señores que acogen a Lucía tras la entrega por parte del Innominado, que la
tenía cautiva), extendiéndose –no sin ironía- a propósito de sus lecturas en
astrología, filosofía antigua, filosofía natural, historia política, magia y
brujería, y ciencia caballeresca, nos encontramos con el siguiente pasaje:
Da questo passa
poi alle lettere amene; ma noi cominciamo
a dubitare se veramente il lettore abbia una gran voglia d’andar avanti con lui
in questa rassegna, anzi a temere di non aver già buscato il titolo di
copiator servile per noi, e quello di seccatore da dividersi con l’anonimo sullodato,
per averlo bonariamente seguito fin qui, in cosa estranea al racconto
principale, e nella quale probabilmente non s’è tanto disteso, che per
isfoggiar dottrina, e far vedere che non era indietro del suo secolo.
Subrayo en
negrita el fragmento sobre el que se basarán nuestras observaciones,
especialmente sobre la palabra rassegna.
De las muchas traducciones que al castellano existen de Los novios de Manzoni,
elegimos tres, quizá las más conocidas: la de Juan Nicasio Gallego (de finales
del XIX, 1880, cercana, por tanto, a la época de trabajo del italiano); la de
Esther Benítez, en Alfaguara (1978), y la de Mª Nieves Muñiz para Cátedra
(1985).
Gallego traduce como sigue:
De aquí pasa el anónimo
tantas veces citado a las bellas letras; pero nosotros ya empezamos a dudar de si nuestros lectores tendrán mucha gana de
proseguir con semejante reseña, antes, a decir verdad, vamos creyendo
habernos granjeado el título de copista servil, y el de fastidioso a medias con
el anónimo, por haberlo seguido hasta aquí en cosa tan ajena del asunto
principal, y en la que probablemente se extendió tan sólo por hacer alarde de
doctrina y manifestar que estaba al nivel de las luces de su siglo.
Esther Benítez:
De esto pasa después a las
bellas letras; pero nosotros comenzamos
a dudar de si verdaderamente el lector tiene muchos deseos de seguir adelante
con él en esta reseña, e incluso a temer que nos hemos ganado ya el título
de copista servil, y el de importuno a medias con el anónimo antes nombrado,
por haberlo seguido de buena fe hasta aquí, en cosa ajena al relato principal,
y en la cual probablemente sólo se extendió tanto para alardear de doctrina, y
mostrar que no estaba atrasado respecto a su siglo.
y Mª Nieves Muñiz:
De esto pasa luego a las
letras amenas; pero nosotros empezamos a
dudar de que el lector tanga grandes deseos de proseguir con él este escrutinio,
más aún, a temer haber ganado ya el título de copista servil, en propiedad, y
el de importuno, a medias con el susodicho anónimo, por haberlo seguido de
buena fe hasta aquí, en una cosa ajena al
asunto principal, y en la cual probablemente se extendió tanto, sólo para hacer
alarde de doctrina, y demostrar que no desmerecía de su siglo.
Y, sin embargo, lo que quiero
defender con esta nota es que se trata de un enorme acierto de traslado
interpretativo.
En efecto, conforme vamos leyendo el capítulo de Manzoni no deja de venirnos a la cabeza “el donoso y grande escrutinio” que el cura y el barbero llevan a cabo en la librería del inmortal manchego en el capítulo VI del Quijote. Por eso la traducción alusiva que hace Muñiz de la palabra, remitiendo a la más que probable fuente del italiano, no deja de parecernos un gran hallazgo, a cuyo lado las otras dos traducciones palidecen.
Tan es así, que en otro
momento de la novela, en el capítulo VII, en un diálogo que mantiene don
Rodrigo (el malo de la película) con sus amigos compinches, uno de ellos, su
primo el Conde Attilio, hablando de apuestas y una posible conversión de don
Rodrigo, le hace decir al fraile supuesto generador del hecho:
En cierto lugar de este mundo, que por dignos
respetos no nombro, vivía, carísimos oyentes, y vive
todavía, un caballero depravado, más
amigo de las hembras que de los hombres de bien, el cual, acostumbrado a hacer de
toda hierba un fardo, había puesto sus ojos… (Cátedra, p. 190)
En el original no es tan
explícito, pero la traductora, atendiendo al evidente influjo del manco de
Lepanto en el romántico italiano, se permite traducirlo haciendo un homenaje al
comienzo de nuestra inmortal novela.
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