viernes, 13 de diciembre de 2024

El joven Aristóteles

 Hace años vi en el Musée d´Orsay esta escultura del joven Aristóteles, que me llamó mucho la atención. ¿Por qué sostenía esa bola en la mano? Tal vez en el museo había alguna explicación, pero no la recuerdo.





Hoy, leyendo a Luis Vives (Las disciplinas, 1) me encuentro lo siguiente: "Escriben también que Aristóteles tuvo costumbre de estudiar en esa postura: tenía en la mano una bola de bronce, debajo de la cual había puesto unas bacías, en las cuales debía caer la bola si él dormitaba, para que el son le despertase."

jueves, 21 de noviembre de 2024

Vidas de Chéjov

 

Leyendo últimamente a Iréne Némirovsky (mi gran descubrimiento de este año), su obra fundamental, Suite francesa, pero también otras novelas (El baile, Jezabel) y cuentos (Domingo, Nieve en otoño), al percibir el influjo chejoviano que había en algunos de sus relatos, y saber de su admiración por el maestro ruso, decidí leer también su biografía novelada, Vida de Chéjov. Mucho me gustó y me resultó clarificadora de las fuentes donde bebe su narrativa, pero también de sus ideas sobre el relato y su visión del mundo. Acto seguido (y pues que pienso releer en breve algunos cuentos del autor) me puse a releer la biografía que le dedicó Natalia Ginzburg, Antón Chéjov. Dos escritoras muy buenas ambas, y dignas de ser amadas. Pero, por mucho que ame a la italiana, la diferencia entre las dos obras es notable. Si bien en el manejo de datos y referencias sobre la vida y trayectoria del cuentista coinciden mucho (imagino que porque comparten las mismas fuentes) la biografía novelada de Némirovsky me parece mucho más lograda que el apenas esbozo, casi escolar, de Ginzburg. La rusa penetra más profundamente en el contexto vital y familiar, y recrea el mundo del autor tratado de forma más plena. Lo que añade Ginzburg (aparte de pequeñas diferencias: Iréne presta mayor atención a los amores de Chéjov, mientras que Natalia trata algo más sus amistades con escritores) es un breve comentario sobre los cuentos y dramas del autor. Pero estos comentarios consisten, regularmente, en brevísimos resúmenes horros de cualquier aportación mínimamente crítica, con lo cual apenas nos sirven más que para saber de qué van esas obras.

De manera que si tuviera que elegir una de las obras para recomendar como introducción a la vida y obra del autor, no lo dudaría un instante. Me inclinaría por la rusa Irène, mi gran descubrimiento de este año.

 

martes, 12 de noviembre de 2024

Pedro Salinas: el ámbito de la lectura (recuerdos personales)

 

Leyendo uno de los ensayos del El defensor, de Pedro Salinas (acabo de regalar una copia del libro y quiero refrescarlo) me encuentro con un pasaje luminoso (como que pertenece a un fragmento intitulado La luz) que me trae algunos recuerdos personales. Salinas reflexiona sobre muchos aspectos de la lectura y ahora se detiene a considerar los espacios en que se lleva a cabo para llegar a lo que considera el ámbito de lectura idóneo. Lo que él comenta me lleva al recuerdo y al pasado. Me pongo a reflexionar yo mismo sobre mis diversos ámbitos de lectura a lo largo de mi vida y encuentro lo siguiente: por más que he frecuentado bibliotecas no son para mí un ámbito de lectura adecuado. La primera vez que entré en la biblioteca histórica de la universidad de Valencia (la de la calle de la Nave) y se me entregó el libro solicitado estuve como diez minutos sin poder leer una línea: tanta era la gravitación de polvo, pasado y saber que me embargaba. En otros recintos (en la de la Universidad Simón Bolívar de Caracas o en la de la Universidad de Edimburgo, por ejemplo) siempre la cantidad conspira contra la lectura: me pongo a hojear todo lo que podría leer y no leo apenas nada. Me sirven para sacar libros y llevarlos a mi espacio personal.

Pero ese espacio personal casi siempre ha sido conflictivo. En casa de mis padres, cuando estudiaba la carrera, solía leer en mi habitación sobre la cama, como actualmente, pues que mi hijo ocupa la sala con los dibujos animados de la tele (nunca he sido entusiasta de la lectura en el lecho). En otras viviendas he podido leer en sofás, más o menos cómodamente, incluso con un gato entre mis brazos. Pero el mejor lugar que recuerdo fue, durante poco más de un año, en el primer apartamento alquilado que tuve. Allí tenía un sillón circular situado debajo de la ventana, con una lámpara a su lado. De manera que durante el día, con luz natural, o de noche, con artificial, podía entregarme a la lectura en plenitud. Circunstancias de la vida han impedido que vuelva a tener un espacio tan privilegiado; por eso hoy al leer a Salinas lo he recordado con deleite y me he puesto a escribir estas líneas.

 Dejo el texto de Salinas para el final, como un buen postre para saborear a conciencia.




 

Hay un momento de sin igual godeo para muchos de nosotros. Es cuando el cuerpo se asienta a placer, acogido sin impertinentes apretujos, holgadamente, por unos brazos de sillón, y una simple presión del dedo despierta el milagro preciso de la luz de su invisible sueño cristalino, para que a su calor florezca, o se abra, esa flor -centenares de pétalos- la imperecedera, el libro. Cuando se ve al lector inscrito, en ese cono de luz que la pantalla determina, siempre se me aparece, allí ante los ojos, con evidencia innegable, el ámbito de la lectura: ahora ha cobrado forma material para los ojos, porque es un espacio visual, un área perfectamente definida del resto del cuarto en sombra. Esa otra parte de la habitación vale ahora por el espacio general, indiferenciado; pero el recinto de la lectura queda señalado, con precisos términos, consagrado de claridad, designado para la actividad exquisita que va a empezar, escenario intangible en el cual se iniciará dentro de un instante el gran concierto de las acordadas palabras, el que ejecuta, la eterna "musicienne du silence".

 

¿Quién va a negar ahora, si lo tiene delante, la existencia de ese ámbito del lector? Se dirá que la lectura puede hacerse lo mismo sin él. ¿Pero no significa nada que el lector que nos figuramos, al disponerse a la lectura, apaga, de cien veces noventa y cinco, la luz de techo, la que iluminaría la habitación entera? Como hay gente para todo, bromistas y serios, uno de estos últimos, con la mayor seriedad, claro, me explicaría ese acto como legítimo deseo de ahorrarse fluido y dineros. Pero yo lo veo como una retirada, aun dentro de la intimidad de la casa del lector, a una zona más íntima, como un acto de recogimiento, simbólicamente expresado en ir a encerrarse, por decirlo así, en su luz. Y, parejamente, si nos imaginamos que llega un visitante no esperado, y el lector se apresura a devolver al cuarto entero su luz total, ¿es que no se nos hará como que sale, de donde estaba, mundo del libro, orbe de la lectura, para regresar al espacio de todos y la vida común?

 

Porque esa luz, es creadora, asimismo de soledad. Alumbra sólo a uno, y en ella, puede recibir, por lo soledoso, el enamorado lector, a la esperada, amada lectura que le ha aguardado, hasta que vino a despertarle, como una bella durmiente, tendida en su lecho de apretados renglones.

 

(Pedro Salinas: “Defensa de la lectura”, en El defensor)

viernes, 8 de noviembre de 2024

La Dana en Valencia

 

Cuando de estudiante leía “Aurora”, de Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York, todo discurría en mi entendimiento por cauces normales hasta que llegaba a los dos últimos versos:

 

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

 

Se me resistía la imagen final, hasta que un buen día vi claramente que el dichoso naufragio que yo no conseguía encajar no era sino una alusión al título del poema y a toda la referencia temporal de él (tan duro de entendederas puedo ser a veces leyendo poesía). El naufragio de sangre no era sino una visión dolorosa del amanecer, esa aurora de que trata el poema. Pero, al margen de la posible explicación racional de la imagen, era más fuerte quizá la sensación de malestar, desconcierto y angustia que producía y que, por tanto, funcionaba perfectamente como cierre del poema.

 

Cuento esto porque esos dos versos son los que más me vienen a la cabeza estos días en que varias localidades de Valencia están sumidas entre el fango, la destrucción y la muerte. Valencia ciudad se salvó del desastre, gracias al cauce nuevo del río Turia, pero esos pueblos están muy próximos, y nos tocan muy de cerca a los que vivimos en la capital. Por eso la sensación que se tiene en la ciudad, por donde se ven circular enormes olas de solidaridad, es de mucha tristeza, y lo que con frecuencia me viene cuando pongo el pie en la calle es que

 

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

domingo, 27 de octubre de 2024

Rinocerontes en el autobús

 

Desde hace algunos meses vengo observando, con consternación, una práctica en los autobuses que me sorprende. Se trata de jóvenes principalmente. Entran en el transporte público y, sin importar adónde vayan (tal vez a la última parada), se sitúan en las puertas. Allí sacan sus dispositivos móviles, agachan la cabeza y se ponen a wasapear, jugar con videojuegos o escuchar música o a algún youtuber o influencer. Cuando llegan a las paradas no se mueven ni se giran para mirar si alguien se dispone a bajar. De manera que muchas veces se desciende del autobús con notable dificultad. A mí me ha tocado recientemente escabullirme –para bajar- entre dos que ocupaban los dos lados de la puerta. También vi, hace unas semanas, una pareja que ocupaba la puerta. Tras dos o tres paradas de generar molestias considerables, la chica tuvo una idea feliz: le indicó a su compañero que el lado opuesto estaba libre y que se podrían situar allí, lo que finalmente hicieron. Parece que a la nueva generación le cuesta mucho entender ciertos códigos que, tradicionalmente, eran de dominio común, como el hecho de que sólo se debe colocar uno en la puerta del autobús cuando piensa descender en la siguiente parada. Eugène Ionesco debió entrever algo de lo que comento.

 

lunes, 14 de octubre de 2024

Carlos Fuentes entre Maupassant y Cortázar: "Chac Mool" y el relato como montaje

 

(Como no consigo acceder por Internet a las páginas de la Revista Espéculo -digital- de la Universidad Complutense de Madrid, donde se publicó este ensayo, lo traigo al blog, para que así pueda ser consultado por los interesados en la narrativa breve de Carlos Fuentes. Imprescindible leer el relato [https://ciudadseva.com/texto/chac-mool/] antes de prestar atención al análisis que sigue.)

 

                    La tarea de representación reviste, pues, en Ribalta, el carácter de un montaje. Exagerando un poco, se podría incluso afirmar que Bruno tiene una visión dureriana en un cuadro rafaelesco.

Victor L. Stoichita: El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el Siglo de Oro español.

 

"Chac Mool", que pertenece al primer libro de Carlos Fuentes, Los días enmascarados (1954), es un relato que goza de gran consideración: no sólo que el propio Fuentes lo estimara como "el mejor cuento del volumen" (Harss, 349) y que señalara que estaba recogido en la Antología del cuento mexicano, sino que también fue el seleccionado de ese primer volumen para la colección de narraciones de Fuentes Cuerpos y ofrendas. A su vez daba título a otra colección de relatos cortos del autor que publicó Salvat, prologada por José Donoso: Chac Mool y otros cuentos.

Ahora bien, el general reconocimiento de que se trata de uno de los mejores relatos del autor no va acompañado por una paralela atención crítica. En muchos de los estudios sobre al autor se lo despacha brevemente con alguna alusión a la pervivencia del pasado prehispánico en el México actual, y poco más.

martes, 17 de septiembre de 2024

Manuel de Falla en El Cau Ferrat

 

El viaje por Cataluña dio mucho de sí. Lo más importante, el objetivo final, era visitar la virgen de Nuria, pero muchas cosas ocurrieron en el camino, como, por ejemplo, volver a ver El Cau Ferrat, esa mansión-palacio que poseyó Santiago Rusiñol en Sitges y que es uno de los espacios más hermosos y privilegiados que he conocido. Estar entre sus muros siempre produce una sensación deslumbrante. Pero, hoy, quedo más impactado todavía cuando leo que Falla concluyó allí sus Noches en los jardines de España:

 

“Falla trabajaba en El Cau Ferrat, la casa de Santiago Rusiñol, llena de objetos de arte, especialmente de hierro, verdadero museo que, a su muerte, legó a la población de Sitges. El piano del Cau Ferrat era muy viejo y desafinado. Tuvo que llamar al afinador, y una vez terminado éste el trabajo, Falla le preguntó:

- ¿Cree usted que el piano podrá resistir?

- Si usted toca para darse gusto no respondo de lo que pueda pasar –le contestó el afinador.

Así es que Falla, con relativos miramientos acerca del piano, pero rodeado de un ambiente ideal de viejos cuadros del Greco, de cristalerías preciosas, de hierros medievales, y del más azul mar bajo el balcón mismo de la galería de la casa, y en una soledad no turbada, pudo poner fin a una de sus más hermosas composiciones, Noches en los jardines de España.”

 (Jaime Pahissa: Vida y obra de Manuel de Falla, Buenos Aires, 1956, pág. 100)




sábado, 7 de septiembre de 2024

El ángel del desconsuelo

 

El viajero, amante de los cementerios, que llega al de Montjuic, en Barcelona, lo primero que hace es poner en cuestión un mito: el del maravilloso enclave y las magníficas vistas, en definitiva, el de cementerio marino. Nada que ver con aquel que cantó Paul Valéry y en que reposan sus restos en Sète. Las vistas del de Montjuic caen sobre el puerto de Barcelona y apenas se puede ver el mar entre los millares de contenedores que allí se apilan. Eso sí, la disposición del cementerio es hermosa (y fatigosa, por sus cuestas) y, como cementerio prototípicamente burgués, encontramos monumentos funerarios excelentes. El que me cautivó de una forma más profunda fue el conocido Panteón Urrutia, obra del arquitecto Antoni Vila i Palmés, cuya figura principal, un ángel abatido, se piensa ser obra del escultor Josep Campeny Santamaría, sin total certeza.

 



Llama la atención que tan extraordinaria creación –de poco más de un siglo- no esté totalmente documentada. Pero también llama la atención otro hecho: el profundo desconsuelo del ángel. Sabemos, desde Tomás de Aquino, que los ángeles comparten con los cuerpos gloriosos las cualidades de claridad (luminosidad), agilidad (velocidad extrema en sus desplazamientos), sutileza (capacidad para atravesar cuerpos) e impasibilidad (no sufren dolores ni muerte). Por eso, resulta sorprendente encontrarnos un ángel tan desconsolado. No es que sea una novedad (ya los angelitos de Giotto –en la Capella degli Scrovegni en Padua- muestran un desgarro y desconsuelo extremo ante Cristo muerto). Diríamos que los artistas, olvidando la dogmática teológica, tienen tendencia a representar ángeles fieramente humanos.




 Buscando información en el ciberespacio sobre tan soberbia figura, leo que el escultor tal vez se inspiró en el Panteón de la reina María Cristina de Austria, por Antonio Canova. Es posible, aunque la melancolía del ángel palidece al lado del desconsuelo del león. El viaje por Cataluña deparará al viajero otras sorpresas. Una de ellas, en el Monasterio de Poblet. Allí, en el monumento funerario de Martín el Humano nos encontramos con un angelito tan desconsolado como el del Panteón Urrutia. Tal vez el autor de éste no tuvo que ir muy lejos para encontrar un precedente en que inspirarse.




P.S. Repasando el post me encuentro con que he cometido un error grueso. Veo que el monumento de Martín el Humano está firmado y descubro lo siguiente:

En la foto de cabecera vemos el sepulcro del rey Martín I el Humano, en el panteón real del monasterio de Santa María de Poblet. La obra es de Frederic Marés y fue inaugurada en 1952.

Con lo cual la parte final de mi argumentación en el post se cae de bruces. Y puede que el influjo sea en la dirección contraria. Pero era tan bonita la asociación que dejaré el post intacto: fue hermoso mientras duró.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Un sociólogo nos comenta un poema: Norbert Elias

 

 

Norbert Elias (1897-1990), que estudió medicina, psicología y sociología, fue una figura muy destacada en este último campo, con obras fundamentales como La sociedad cortesana o El proceso de civilización. Leyendo hoy un librito suyo sobre cómo se muere en nuestro tiempo (La soledad de los moribundos), me encuentro con un pasaje en que cita un poema barroco alemán y lo comenta con brevedad, pero de forma magnífica. Luego lo relaciona con el maravilloso poema “To his coy mistress” (A su amada esquiva), de Andrew Marvell, cuya traducción (por Javier García Gibert) recogí hace años en este blog. Toda una lección de interdisciplinariedad. Lo cito:

 

 

Un poema de una época relativamente tardía como el siglo XVII quizá nos ayude a ver claramente esta diferencia. Es del poeta silesiano Christian Hofmann von Hofmannswaldau y lleva por título «Caducidad de la belleza»:

 

Con el tiempo al fin la muerte pálida

con su fría mano acariciará tus senos

empalidecerá el coral maravilloso de tus labios;

la nieve tibia de tus hombros se tornará fría arena;

el relámpago dulce de tus ojos,

el vigor de tu mano

por los que tal perece

a tiempo cederán.

Tu cabello que hoy del oro el resplandor alcanza

como un vulgar cordón deslucirán los años.

Tu bien formado pie,

tus graciosos andares

en parte tornarán al polvo

en parte serán nada, inanidad.

Nadie ya ofrendará a tu hermosura divina.

Esto y aún más que esto ha por fin de extinguirse.

Tan sólo tu corazón podrá vencer el tiempo

pues que en diamante lo talló Natura.

 

(…)

 

Una poesía como ésta surgió probablemente de un modo mucho más inmediato del trato social y convivencial de hombres y mujeres que la poesía altamente individualizada y privatizada de nuestros días. En ella se unen la seriedad y la broma de un modo que difícilmente encuentra hoy parangón. Quizá se tratara de un poema de ocasión que encontrara acogida en los círculos frecuentados por Hofmannswaldau y fuera muy celebrado por sus amigos y amigas. Faltan en este caso las notas solemnes o sentimentales que posteriormente solían ir unidas a los recordatorios de la muerte y la tumba. Que tal admonición vaya aquí unida a una alusión jocosa, muestra de manera especial la diferencia de actitud. Los amigos del poeta disfrutaron sin duda de este aspecto jocoso que muy fácilmente escapa al lector actual. Hofmannswaldau dice a la melindrosa bella que toda su belleza se ajará en la tumba: sus labios de coral, sus hombros blancos como la nieve, sus ojos relampagueantes, su cuerpo entero, se descompondrá... a excepción de su corazón, que es duro cual un diamante, ya que no escucha sus cuitas. En la paleta de los sentimientos —y de los poemas— contemporáneos es raro encontrar un paralelo con esta mezcla entre lo funerario y la travesura: una descripción detallada de la caducidad humana como estratagema en un flirt.   

lunes, 8 de julio de 2024

Manuel Machado y Velázquez: Javier Portús siempre puntualizando

 

FELIPE IV

 

Nadie más cortesano ni pulido
que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde,
siempre de negro hasta los pies vestido.

Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde.

Sobre su augusto pecho generoso,
ni joyeles perturban ni cadenas
el negro terciopelo silencioso.

Y, en vez de cetro real, sostiene apenas
con desmayo galán un guante de ante
la blanca mano de azuladas venas.

 

(Manuel Machado: Alma)

 

Este poema prodigioso, que escribió Manuel Machado, y que consta de tercetos encadenados, desatiende la ley que prescribe 3N+1 (siendo N el número de estrofas) como la cantidad de versos que ha de poseer una composición de este tipo. En este caso (hay 4 estrofas) debería tener 13 versos y no 12, como es el caso. Ya que las rimas se van encadenando, siempre hay que añadir un verso más para recoger la rima intermedia del último terceto que, si no se hace esto, quedaría suelta. Manuel Machado, como buen modernista, hace un experimento y es que, mediante la rima interna del verso 11 (guante de ante) pone un cierre anticipado a los tercetos encadenados (esto lo explicaba magistralmente Dámaso Alonso, creo recordar).

 

viernes, 14 de junio de 2024

DON BENITO EL GARBANCERO

 

Casi se ha convertido en expresión proverbial de nuestra lengua denominar a Pérez Galdós como “Don Benito el Garbancero”. El responsable de tal fechoría (pues fechoría es) no es otro que el ínclito Don Ramón María del Valle-Inclán, “eximio escritor y extravagante ciudadano” al decir del dictador Primo de Rivera, cuya caracterización se ha convertido a su vez en otra casi expresión proverbial de nuestra lengua.

 

En efecto, en la escena 4 de Luces de bohemia, se produce un encuentro, en una buñolería que apesta a aceite, entre Max Estrella y los epígonos modernistas. En un momento dado los jóvenes manifiestan lo siguiente:

 

CLARINITO.-  Maestro, nosotros los jóvenes impondremos la candidatura de usted para un sillón de la Academia.

DORIO DE GADEX.-  Precisamente ahora está vacante el sillón de Don Benito el Garbancero.

 

Y aquí se origina esa conocidísima expresión, como otras de la obra: “cráneo privilegiado”, “el esperpentismo lo ha inventado Goya”, etc.

 

sábado, 1 de junio de 2024

El Hápax sintagmático como procedimiento estilístico: Valle-Inclán y Galdós de nuevo juntos

 


         En ese ensayo que sobre la buena prosa discursiva (la prosa de ideas) quiero escribir algún día (con Ortega y Gasset, Jorge Mañach y Mariano Picón Salas como santos tutelares), las ideas que grosso modo quiero defender -la primera de las cuales es que sobre tema tan escurridizo sólo se puede discurrir a manera de ensayo- son las siguientes: al margen de las cuestiones históricas (prosa renacentista, barroca, ilustrada, etc.), lo que hace una buena prosa en mi opinión son las siguientes cosas:

 

- la fluidez de su ritmo (que nada tiene que ver con la medida del verso, la métrica; se trata más bien de un ritmo sincopado, un ritmo de pensamiento).

 

- cuestiones de organización y estructura (el ritmo estructural, que podríamos decir).

 

- la chispa, a falta de mejor nombre: ésta procede de la sorpresa que produce la utilización de cierto léxico inesperado (mezcla de registros) o de ciertas imágenes o figuras retóricas, que le dan ese plus de expresividad que hace una buena prosa.

 

En su ensayo sobre “Le elocuencia es Naturaleza, y no arte” (Cartas eruditas y curiosas, II, 6), Benito Jerónimo Feijóo, que mucho sabía de esto, defiende esta idea del estilo:

 

         “12. El genio puede en esta materia lo que es imposible al estudio. A un espíritu, que Dios hizo para ello, naturalmente se le presentan el orden, y distribución, que debe dar la materia sobre que quiere escribir: la encadenación más oportuna de las cláusulas: la cadencia más airosa de los periodos: las voces más propias: las expresiones más vivas: las figuras más bellas. Es una especie de instinto lo que en esto dirige el entendimiento. Más por sentimiento, que por reflexión, distingue el alma estos primores. En la invención de ellos está ocioso el discurso, dejándolo todo a cuenta de la imaginación.”

 

         Me interesa la opinión de tan docto varón porque, si atendemos con detalle, coincide en gran medida con los tres puntos que acabo de proponer.

 

Jorge Mañach, en “Un arte de escribir” (texto que bajé de Internet, y que ignoro de dónde procede, aunque no me cabe duda de que es del eximio escritor cubano) defiende estos efectos de gracia:

 

 Los giros son peculiares agrupamientos de palabras que el idioma ofrece, y se los busca y usa igual que las palabras, pero menos para la precisión que para la gracia en el decir. Esta gracia a menudo consiste en saber llevar a la expresión un elemento oportuno de sorpresas, por el cual queda el lector aliviado y como divertido ante lo que no esperaba. En fin, las imágenes –formas varias de comparación– son una gran cosa, a condición de no embriagarse con ellas. Como todo en el estilo, deben  tener una eficacia funcional, no de mero adorno yuxtapuesto, sino de virtud comunicativa. Todavía nos queda en Cuba mucho exceso de imaginismo o de imaginería que contrajimos exagerando el ejemplo de Rodó.”


         Hoy me voy a detener en lo tocante al último apartado de los tres que nombré (equivalente a la viveza de las expresiones, según Feijóo, o a la gracia de los giros, según Mañach), estudiando lo que denominaré hápax sintagmático.

domingo, 5 de mayo de 2024

Un gran libro que no recomendaría a nadie: DAVID COPPERFIELD

 


Cuando terminamos de leer las 1000 páginas que tiene la novela, aparte del recuerdo de los muchos momentos de felicidad que nos ha proporcionado, experimentamos un cierto alivio. Pues, en efecto, hemos alcanzado la cima de esa auténtica mole que constituye la obra, pero, a la que, entendemos, le pueden sobrar 300 o 400 páginas perfectamente. ¿Cómo ello?

 

Para entender esto hay que remontarse a la época en que apareció, mediados del siglo XIX. En esa época muchas de las novelas se publicaban por entregas, como folletín que figuraba entre las páginas de los periódicos. De hecho David Copperfield fue apareciendo a lo largo de dos años (1849-1850) hasta que finalmente se recogió en forma de libro.

 

viernes, 26 de abril de 2024

Federico Jiménez Losantos, poeta: Barcelona 1976

 En el programa PRIMICIAS, presentado por Lara Siscar, que se emitió anoche en TV2, dedicado al siempre polémico y siempre interesante Jiménez Losantos, hacia el final, en Orihuela del Tremedal, se nos informa de la veta poética del escritor y periodista. Termina la entrevista con la lectura de un poema por parte de su autor. Me parece muy buen poema y no me resisto a transcribirlo:


BARCELONA 1976


Hubo un lugar, un tiempo en que sólo bebíamos música.

Sonaba nuestra vida como una canción nueva

en una radio vieja, pobre, alegre.

Y era hermoso el fulgor de la penumbra.

Era hermoso sentir que apenas éramos

y ya estábamos del todo

en la esquina del mundo que era nuestro.

 

Era entonces verano cada invierno

y otoño cada tarde, y primavera

cuando tú venías

del sueño más lejano, entre agua y humo.

Y venías siempre.

 

Era de noche alguna vez, supongo,

para mí

las alumbraste todas.

No recuerdo una sola medianoche

sin la luz y el calor del mediodía.

 

Porque queríamos.

 

Vivíamos.



N.B. Cuando lo recita en el programa de TVE donde lo veo omite de los versos 4 al 7. [Publicado en POESÍA PERDIDA (1969-1999)]

 


martes, 23 de abril de 2024

De amigos y conocidos o sobre la falsedad en el arte contemporáneo: Gaya Nuño, Huxley y Joan Miró.

 

En un escrito sobre “Florencia y Aldous Huxley”, Juan Antonio Gaya Nuño se permite decir “mi fabuloso amigo, mi imposible amigo Aldous Huxley. (Paréntesis: Nadie se sorprenda de que le llame amigo. Nunca le vi. Jamás nos escribimos. Pero nos unen tantas identidades de juicio que si ello no equivale a amistad, me niego a utilizar otra palabra que las defina mejor.)” Suscribo totalmente ese concepto de amistad que maneja Gaya Nuño y así me atrevería a considerarlos a ambos, a Huxley y a él, como amigos míos.

 

Recientemente, leyendo su libro sobre El arte europeo en peligro (1964), son tantas las ideas que me parecen luminosas (y que, además, comparto) que recorro sus páginas en un estado casi permanente de felicidad. Uno de los pasajes que más me ha impresionado es el siguiente, a propósito de la abundante falsedad en el arte moderno: “El hecho es que si hoy deseásemos iniciar una colección de arte rigurosamente contemporáneo, las dificultades serían mayores que si se refiriese al arte gótico. Las obras maestras de los artistas que viven en olor de consagración serían de muy difícil adquisición por su precio, y en suma, no compondrían sino un espacio de catálogo por demás reducido. El resto tendría que llenarse con piezas visibles en las continuas exposiciones, pero que virtualmente resultan ser falsas. Espantosamente falsas aunque tengamos plena seguridad acerca de sus autores. Y es que el impulso con que han sido tratadas y plasmadas carece de la veracidad, del propósito de intención que ha estado presente durante tantos siglos. Estamos ante un momento de falta de autenticidad, de mentira latente, de pérdida de la calidad, que conspiran en la acción de convertir en falso casi todo el arte de nuestro tiempo. En verdad, al lado de este síntoma gravísimo lo será mucho menos la falsificación de una talla románica o de un retablo gótico.” (p. 144)

Lo que quiere decir que, al subir la cotización del arte consagrado en nuestro tiempo, los artistas que ya se han creado un nombre, producen de forma mecánica y rutinaria obras cuyo único valor consiste en la firma y que, por tanto, resultan falsas, por más que conozcamos a sus creadores. No es que haya un plagiario que imite al autor; es que ellos mismos se imitan y se repiten sin mayor propósito creador.

 

lunes, 25 de marzo de 2024

LILI MARLEEN: Rosa Sala, García Lorca y Rainer Werner Fassbinder

 

Unas cosas llevan a otras.

 

Una querida amiga me recomienda que vea en youtube una conferencia de Rosa Sala sobre Goethe y su tiempo. Así lo hago y disfruto enormemente (las redes no tienen por qué ser espacios para amplificar lo banal o ejercitar la crueldad, también pueden ser lugares donde acoger los frutos de la inteligencia y creatividad humanas). Rebusco en el ciberespacio cosas de la autora y me entero de que ha escrito un libro sobre la canción Lili Marleen. Veo una entrevista al respecto.

Eso me lleva a revisar la película de Fassbinder, que vi hace muchos años y me encantó. Y entonces se produce el hechizo, la inaudita tangencia.

viernes, 2 de febrero de 2024

Historia de una tertulia, de Antonio Díaz-Cañabate. Un puñado de anécdotas

 

Leo Historia de una tertulia, de Antonio Díaz-Cañabate, con placer y regocijo. Esa tertulia de la postguerra (primeros años 40) que, liderada por José María Cossío, aglutinaba a su alrededor, en el café Lyon d´Or, a Eugenio d´Ors, Emilio García Gómez, Ignacio Zuloaga, el propio Cañabate, Edgar Neville, Gerardo Diego y a numerosos intelectuales, artistas y toreros.

 

En la tertulia, donde se excluía la temática política y la crítica sañuda, se hablaba de lo divino y lo humano, mucho de toros (Cossío redactaba entonces su enciclopedia Los toros), pero especialmente se contaban anécdotas. Traeré algunas a este blog.

 

martes, 23 de enero de 2024

Mi música es para esta gente - Beethoven, Daniel Moyano y Félix Grande

 

La reunión de algunos viejos profesores con Rubén, antiguo alumno nuestro y, ahora, pianista y director de orquesta, resultó agradable en extremo. Se habló de muchas cosas y mucho también de música. Rubén, entre otras cosas, nos recomendó una excelente película, Eroica, sobre la tercera sinfonía de Beethoven, producción de la BBC, dirigida por Simon Cellan Jones, y con la música interpretada por John Eliot Gardiner y su Orquesta Revolucionaria y Romántica. La película dramatiza la primera interpretación de esa sinfonía en el palacio de su mecenas, el Príncipe Lobkowitz, y en presencia de sus nobles invitados.

 

Entre el minuto 44 y 45 hay una escena en que se ve fugazmente a las cocineras del palacio que, mientras preparan la comida, escuchan atentas esa música que parece comunicarles  algún extraño tipo de redención. Ese momento me conmovió, y me trajo a la memoria un texto leído hace muchísimos años, pero que perdura siempre en mi recuerdo.

 

En el epílogo de su libro de ensayos Mi música es para esta gente, que comparte título con el libro, Félix Grande nos cuenta un episodio de la vida de Beethoven que a su vez le fue contado por Daniel Moyano, gran fabulador, autor de un libro de cuentos también llamado de la misma forma.

 

jueves, 18 de enero de 2024

El Eros pedagógico en pintura (Jan Steen y Constantin Guys)

 

En un reciente viaje por Italia, el amigo Javier me cuenta que en la Academia Carrara de Bérgamo se encontró con un par de cuadros más que interesantes: un retrato del Aretino hecho por Ticiano, y un encuentro de Montaigne con Tasso en la celda adonde le condujo su locura. Y es que para nosotros el hallazgo de un cuadro, de una película o un texto literario valiosos constituye siempre una circunstancia encomiable.

Esto me trae a la memoria algunos de los descubrimientos personales hechos en museos no de los más conocidos. Por ejemplo, en el de Bellas Artes de Burdeos descubrí el cuadro de Henri Gervex Rolla, que es una pintura que me subyuga. Pero de la que hoy quiero hablar es de otra, que me causó profunda impresión cuando visité, ya hace un montón de años, la Wallace Collection londinense.

 Se trata de The harpsichord lesson, de Jan Steen (1629-1679). Recuerdo que me pareció una manifestación muy palpable de la relación entre amor y pedagogía, ese eros pedagógico, que era una idea muy asentada entre las mías.


 

Vemos a una joven que toca su clavecín y a un maestro ya entrado en años (aunque remozadamente vestido) que se inclina hacia ella señalando algo con su dedo índice. La soledad de ambos, y la mirada ligeramente lasciva del maestro, me hacían pensar en un trasfondo erótico que invadía la apacible escena, máxime cuando aparecía una llave colgada de la pared entre ellos (símbolo fálico, me decía el freudiano que había en mí por esa época) y un cuadro encima de temática amorosa (con Venus y Cupido, e incluso se percibe detrás una especie de gigante mayor asombrado).

 El comentario de la página web del museo viene a decir que el cuadro toma con humor algo burlesco esa posibilidad erótica y que, de hecho, tanto Venus como Cupido duermen. No estoy seguro de que Cupido duerma, tal vez esté intentando despertar a Venus (¿intentando despertar el deseo de la joven?) He de decir que la importante presencia en la colección de obras de François Boucher (con su refinado erotismo) debió actuar como coadyuvante contextual de mi interpretación.

 El tema de la lección de música es muy habitual en la pintura holandesa del XVII (hay un cuadro de Vermeer, bastante sobrio y casto, u otro de Gabriel Metsu, más ambiguo, entre los muchos que se dedican a este asunto). Yo seguía pensando que una sugestión erótica los debía acompañar de una u otra manera.

 Cuál no sería mi sorpresa cuando hoy, releyendo El pintor de la vida moderna, de Baudelaire, me pongo a buscar las obras de Constantin Guys en Internet (la primera vez que leí el texto apenas podía confrontar lo que escribe Baudelaire con las producciones del pintor) y me topo con esta escena que viene a ser una constatación –eso creo- de  mis antiguas ideas sobre el tema. En la página donde lo encuentro lo presentan como The student and music teacher.




Aquí la señora, que debía hacer de carabina, se ha quedado dormida, lo que aprovecha el maestro para dar un beso en la espalda (esa espalda que sugiere una nalga) de la discípula. La idea que rondaba mi pensamiento aquí no puede ser más explícita, de manera que podría llamar, para mis adentros, a esta pintura Quod erat demostrandum.

 

lunes, 8 de enero de 2024

Huxley nos describe un cuadro penitencial encargado por el músico Gesualdo

 

Comienzo el año leyendo ensayos de Aldous Huxley, uno de mis escritores predilectos, a quien descubrí de joven (Un mundo feliz, Las puertas de la percepción) y al que he leído a lo largo de toda mi vida (uno de mis maîtres à penser, como lo han sido Georges Steiner, Roland Barthes, Umberto Eco, Tzvetan Todorov, Susan Sontag, Hans Magnus Enzensberger o, en mi lengua propia, Francisco Ayala). El libro con que abro el año es Adonis y el alfabeto, del que querría destacar su ensayo sobre el músico renacentista Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa. Huxley nos habla de su desdichada vida (con un matrimonio que termina en homicidio de su esposa y el amante de ésta, e incluso, más tarde, del hijo de ellos), su neurosis que degenera en locura, lo que no impide que sea uno de los músicos más grandes (y más extrañamente innovadores) de su tiempo. El déficit moral y la grandeza creativa pueden ir perfectamente de la mano, a pesar de lo que dictamina el neopuritanismo de la actual cultura de la cancelación.