sábado, 1 de junio de 2024

El Hápax sintagmático como procedimiento estilístico: Valle-Inclán y Galdós de nuevo juntos

 


         En ese ensayo que sobre la buena prosa discursiva (la prosa de ideas) quiero escribir algún día (con Ortega y Gasset, Jorge Mañach y Mariano Picón Salas como santos tutelares), las ideas que grosso modo quiero defender -la primera de las cuales es que sobre tema tan escurridizo sólo se puede discurrir a manera de ensayo- son las siguientes: al margen de las cuestiones históricas (prosa renacentista, barroca, ilustrada, etc.), lo que hace una buena prosa en mi opinión son las siguientes cosas:

 

- la fluidez de su ritmo (que nada tiene que ver con la medida del verso, la métrica; se trata más bien de un ritmo sincopado, un ritmo de pensamiento).

 

- cuestiones de organización y estructura (el ritmo estructural, que podríamos decir).

 

- la chispa, a falta de mejor nombre: ésta procede de la sorpresa que produce la utilización de cierto léxico inesperado (mezcla de registros) o de ciertas imágenes o figuras retóricas, que le dan ese plus de expresividad que hace una buena prosa.

 

En su ensayo sobre “Le elocuencia es Naturaleza, y no arte” (Cartas eruditas y curiosas, II, 6), Benito Jerónimo Feijóo, que mucho sabía de esto, defiende esta idea del estilo:

 

         “12. El genio puede en esta materia lo que es imposible al estudio. A un espíritu, que Dios hizo para ello, naturalmente se le presentan el orden, y distribución, que debe dar la materia sobre que quiere escribir: la encadenación más oportuna de las cláusulas: la cadencia más airosa de los periodos: las voces más propias: las expresiones más vivas: las figuras más bellas. Es una especie de instinto lo que en esto dirige el entendimiento. Más por sentimiento, que por reflexión, distingue el alma estos primores. En la invención de ellos está ocioso el discurso, dejándolo todo a cuenta de la imaginación.”

 

         Me interesa la opinión de tan docto varón porque, si atendemos con detalle, coincide en gran medida con los tres puntos que acabo de proponer.

 

Jorge Mañach, en “Un arte de escribir” (texto que bajé de Internet, y que ignoro de dónde procede, aunque no me cabe duda de que es del eximio escritor cubano) defiende estos efectos de gracia:

 

 Los giros son peculiares agrupamientos de palabras que el idioma ofrece, y se los busca y usa igual que las palabras, pero menos para la precisión que para la gracia en el decir. Esta gracia a menudo consiste en saber llevar a la expresión un elemento oportuno de sorpresas, por el cual queda el lector aliviado y como divertido ante lo que no esperaba. En fin, las imágenes –formas varias de comparación– son una gran cosa, a condición de no embriagarse con ellas. Como todo en el estilo, deben  tener una eficacia funcional, no de mero adorno yuxtapuesto, sino de virtud comunicativa. Todavía nos queda en Cuba mucho exceso de imaginismo o de imaginería que contrajimos exagerando el ejemplo de Rodó.”


         Hoy me voy a detener en lo tocante al último apartado de los tres que nombré (equivalente a la viveza de las expresiones, según Feijóo, o a la gracia de los giros, según Mañach), estudiando lo que denominaré hápax sintagmático.

 

Si por hápax entendemos, en lexicografía o en crítica textual, voz registrada una sola vez en una lengua, en un autor o en un texto, la noción que propongo y que denomino hápax sintagmático se referiría a un giro o locución inédita en una lengua y que emplea, como hallazgo propio y sumamente expresivo, un autor determinado.

 

Coincide con aquella obsesión de Valle-Inclán que consistía (como defiende en el Prólogo a Corte de amor) en “ayuntar por primera vez dos palabras” que antes nunca se habían visto juntas. El propio Valle cultivó con esmero este procedimiento, y a él debemos, en la Sonata de otoño, expresiones como “melena merovingia”, “manos abaciales” o “blancura eucarística de su tez”, que constituirían perfectos ejemplos de lo que estamos hablando.

 

La obsesión de Valle, y lo que llamo hápax sintagmático, coinciden con la forma en que definió García Lorca una vez la poesía: “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio; y, cuando más las pronuncia, más sugestiones acuerda.” (F. García Lorca: Obras VI, Prosa 1, Akal, p. 578.

 

Ni que decir tiene que el procedimiento de que hablo también se da en poesía. ¿Qué sería el “torpe aliño indumentario” de Antonio Machado sino un hápax sintagmático?

 

Pues bien, adonde quería llegar hoy es a ejemplificarlo con quien menos podríamos esperarlo: con Benito Pérez Galdós, el garbancero, según Valle (otro día hablaremos de este apelativo insultante). Pero es que Galdós y Valle-Inclán (por más que le pese al gallego) confluyen en muchísimas cosas. He defendido muchas veces que don Benito es un gran creador verbal y, como tal, abundan en su obra estas creaciones inusitadas de que trato.

 Por ejemplo, la “supremacía domiciliaria” en Fortunata y Jacinta (2ª parte, cap. VIII):

  “Cuidaba mucho de ponerse siempre muy alta, para lo cual tenía que exagerar y embellecer cuanto la rodeaba. Era de esas personas que siempre alaban desmedidamente las cosas propias. Todo lo suyo era siempre bueno: su casa era la mejor de la calle, su calle la mejor del barrio, y su barrio el mejor de la villa. Cuando se mudaba de cuarto, esta supremacía domiciliaria iba con ella adonde quiera que fuese.”

          En El doctor Centeno nos sorprende hablando de una “cara ilícita”: “conviene decir que esta señora, de más edad que D. Pedro, era lo que en toda la amplitud de la palabra se llama una mujer fea. Su cara se salía ya de los términos de la estética y era verdaderamente una cara ilícita, esto es, que quedaba debajo del fuero del poder judicial.

          Estos días, en que leo el episodio nacional Los cien mil hijos de San Luis, que no es en modo alguno una gran novela, me encuentro en el capítulo 3, hablando de los amores de Jenara y Salvador, y los días que han pasado juntos, este pasaje impagable, con un maravilloso hápax sintagmático que transcribo en negrita:

         Fueron de los pocos que tiene cada mortal como un regalo del cielo para toda la existencia, y que en vano se aguardan después, porque no vuelven. Estos aguinaldos de la vida no se reciben más que una vez. “

 

 

 

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