- la fluidez de su ritmo (que nada tiene que ver con la medida del
verso, la métrica; se trata más bien de un ritmo sincopado, un ritmo de
pensamiento).
- cuestiones de organización y estructura (el ritmo estructural,
que podríamos decir).
- la chispa, a falta de mejor nombre: ésta procede de la sorpresa
que produce la utilización de cierto léxico inesperado (mezcla de registros) o
de ciertas imágenes o figuras retóricas, que le dan ese plus de expresividad
que hace una buena prosa.
En su ensayo sobre “Le elocuencia es Naturaleza, y no arte” (Cartas eruditas y curiosas, II, 6), Benito
Jerónimo Feijóo, que mucho sabía de esto, defiende esta idea del estilo:
“12. El genio puede en esta materia lo que es imposible al
estudio. A un espíritu, que Dios hizo para ello, naturalmente se le presentan
el orden, y distribución, que debe dar la materia sobre que quiere escribir: la
encadenación más oportuna de las cláusulas: la cadencia más airosa de los
periodos: las voces más propias: las expresiones más vivas: las figuras más
bellas. Es una especie de instinto lo que en esto dirige el entendimiento. Más
por sentimiento, que por reflexión, distingue el alma estos primores. En la
invención de ellos está ocioso el discurso, dejándolo todo a cuenta de la
imaginación.”
Me interesa la opinión de tan docto varón porque, si
atendemos con detalle, coincide en gran medida con los tres puntos que acabo de
proponer.
Jorge Mañach, en “Un arte de escribir” (texto que bajé
de Internet, y que ignoro de dónde procede, aunque no me cabe duda de que es
del eximio escritor cubano) defiende estos efectos de gracia:
“Los giros son peculiares agrupamientos de palabras que el idioma
ofrece, y se los busca y usa igual que las palabras, pero menos para la
precisión que para la gracia en el decir. Esta gracia a menudo consiste en
saber llevar a la expresión un elemento oportuno de sorpresas, por el cual
queda el lector aliviado y como divertido ante lo que no esperaba. En fin, las imágenes
–formas varias de comparación– son una gran cosa, a condición de no embriagarse
con ellas. Como todo en el estilo, deben tener una eficacia funcional, no
de mero adorno yuxtapuesto, sino de virtud comunicativa. Todavía nos queda en
Cuba mucho exceso de imaginismo o de imaginería que contrajimos exagerando el
ejemplo de Rodó.”
Hoy
me voy a detener en lo tocante al último apartado de los tres que nombré
(equivalente a la viveza de las expresiones, según Feijóo, o a la gracia de los
giros, según Mañach), estudiando lo que denominaré hápax sintagmático.
Si por hápax
entendemos, en lexicografía o en
crítica textual, voz registrada una sola vez en una lengua, en un autor o en un
texto, la noción que propongo y que denomino hápax sintagmático se referiría a un giro o locución inédita en una
lengua y que emplea, como hallazgo propio y sumamente expresivo, un autor
determinado.
Coincide con aquella
obsesión de Valle-Inclán que consistía (como defiende en el Prólogo a Corte de amor) en “ayuntar por primera
vez dos palabras” que antes nunca se habían visto juntas. El propio Valle
cultivó con esmero este procedimiento, y a él debemos, en la Sonata de otoño, expresiones como “melena
merovingia”, “manos abaciales” o “blancura eucarística de su tez”, que
constituirían perfectos ejemplos de lo que estamos hablando.
La obsesión de Valle, y
lo que llamo hápax sintagmático, coinciden con la forma en que definió García
Lorca una vez la poesía: “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que
pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio; y, cuando más las
pronuncia, más sugestiones acuerda.” (F. García Lorca: Obras VI, Prosa 1, Akal, p. 578.
Ni que decir tiene que el
procedimiento de que hablo también se da en poesía. ¿Qué sería el “torpe aliño
indumentario” de Antonio Machado sino un hápax sintagmático?
Pues bien, adonde
quería llegar hoy es a ejemplificarlo con quien menos podríamos esperarlo: con
Benito Pérez Galdós, el garbancero,
según Valle (otro día hablaremos de este apelativo insultante). Pero es que
Galdós y Valle-Inclán (por más que le pese al gallego) confluyen en muchísimas
cosas. He defendido muchas veces que don Benito es un gran creador verbal y,
como tal, abundan en su obra estas creaciones inusitadas de que trato.
“Fueron de los pocos que tiene cada mortal como un regalo del cielo para
toda la existencia, y que en vano se aguardan después, porque no vuelven.
Estos aguinaldos de la vida no se
reciben más que una vez. “
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