viernes, 14 de junio de 2024

DON BENITO EL GARBANCERO

 

Casi se ha convertido en expresión proverbial de nuestra lengua denominar a Pérez Galdós como “Don Benito el Garbancero”. El responsable de tal fechoría (pues fechoría es) no es otro que el ínclito Don Ramón María del Valle-Inclán, “eximio escritor y extravagante ciudadano” al decir del dictador Primo de Rivera, cuya caracterización se ha convertido a su vez en otra casi expresión proverbial de nuestra lengua.

 

En efecto, en la escena 4 de Luces de bohemia, se produce un encuentro, en una buñolería que apesta a aceite, entre Max Estrella y los epígonos modernistas. En un momento dado los jóvenes manifiestan lo siguiente:

 

CLARINITO.-  Maestro, nosotros los jóvenes impondremos la candidatura de usted para un sillón de la Academia.

DORIO DE GADEX.-  Precisamente ahora está vacante el sillón de Don Benito el Garbancero.

 

Y aquí se origina esa conocidísima expresión, como otras de la obra: “cráneo privilegiado”, “el esperpentismo lo ha inventado Goya”, etc.

 

Por qué ese desafecto de Valle hacia nuestro impar novelista (a quien tanto debe). José Ferrater Mora lo explica muy bien cuando, en El mundo del escritor, llama la atención sobre la tendencia a los extremos y contrastes en el mundo valle-inclanesco, y el rechazo de la medianía:

 

A poco de adentrarnos en ese abigarrado mundo podemos prever casi todas las valoraciones (y desvaloraciones) de Valle-Inclán: si alguien va suntuosamente arropado, está muy bien, y si va cubierto de harapos, lo mismo (aunque tal vez un poco menos); pero si lleva ropa modesta y limpia empieza a resultar sospechoso. Si alguien peca y se arrepiente (o, lo que es aún mejor, ambas cosas a un tiempo), albricias, pero si no hace ni lo uno ni lo otro, ¿qué puede hacer que merezca siquiera la pena hablar de ello? La extremada cortesía, bien; y la brutal violación también, pero la simple urbanidad y el mero respeto son, como dicen en los Estados Unidos de Norteamérica, “un no-no”.

Todo lo positivo aparece como contraste -exactamente opuesto a la mediocridad, la cual no se puede llamar “áurea”, porque es más bien plúmbea-. En todo lo positivo hay una mescolanza de lo supremo con lo ínfimo, de lo delicado con lo violento, de lo religioso con lo profano. Los contrastes abundan: para refrescar una noche de pecado, preferentemente incestuoso, nada mejor que una misa al rayar el alba; de la cama (¿o habría que decir de la otomana?) al altar no hay más que un paso. Si no hay mujeres, rezaremos el rosario. Las princesas tienen a veces aire de manolas, y viceversa. La ternura emerge de la crueldad. Se descansa de Dante para leer al Aretino; de Pascal para sumergirse en Voltaire. La palidez de cera se destaca sobre el luto del ébano. Se exaltan cruzadas con palabras escépticas. Los palacios se yerguen junto a apestadas chozas. Nunca el término medio, el que atraía, según Valle-Inclán a Galdós -a “Don Benito, el garbancero”-. Lo peor que le puede ocurrir a uno es ser trabajador, honrado, cumplidor, responsable; mejor es ser místico, incrédulo, santo, violador de doncellas y, sobre todo, artista.”

 

(Crítica, págs. 43-44)

 

Ahora bien, de dónde procede la identificación de Galdós con el garbanzo, aparte del hecho de que pueda simbolizar la clase media y todo ese mundo de moderación y medianía que tan bien supo reflejar Galdós.

 

La clave la encontramos en una de las novelas destacadas de Galdós, El amigo Manso (1882), en que el narrador, el propio Máximo Manso, en varios momentos nos describe sus gustos culinarios:

 

En el capítulo 2: “No soy gastrónomo; no entiendo palotada de refinados manjares ni de rarezas de cocina. Todo lo que me ponen delante me lo como, sin preguntar al plato su abolengo ni escudriñar sus componentes; y en punto a preferencias, sólo tengo una que declaro sinceramente aunque se refiere a cosa ordinaria, el cicer arietinum, que en romance llamamos garbanzo, y que, según enfadosos higienistas, es comida indigesta. Si lo es, yo no lo he notado nunca. Estas deliciosas bolitas de carne vegetal no tienen, en opinión de mi paladar, que es para mí de gran autoridad, sustitución posible, y no me consolaría de perderlas, mayormente si desaparecía con ellas el agua de Lozoya, que es mi vino.

 

(Alianza Editorial, págs.12-13. La negrita es mía.)

 

 

Algo más adelante, en el capítulo 21, vuelve a la carga: “El hecho que voy a declarar me favorece poco, me pintará quizá como hombre vulgar, insensible a los delicados gustos de nuestra sociedad reformista; pero pongo mi deber de historiador por delante de todo y así se apreciará por esta franqueza la sinceridad de las demás partes de mi narración. Vamos a ello. Las buenas comidas y los platos selectos de la mesa de mi hermano llegaron a empacharme, y como transcurrían semanas enteras sin que pudiera librarme de comer allá, concluí por echar de menos mi habitual mesa humilde y el manjar preferente de ella, los garbanzos, que para mí, como he dicho antes, no tienen sustitución posible. El apetito de aquella legumbre me fue ganando, y llegó a ser irresistible. Estaba yo como el fumador vicioso, cuando por mucho tiempo se ve privado de tabaco. Siempre que pasaba por la Corredera de San Pablo y por la tienda de que soy  parroquiano, titulada la Aduana en comestibles, se me iban los ojos al gran saco de garbanzos colocado en la puerta, y no por verlos crudos se me antojaban menos sabrosos. No pudiendo refrenar más mi deseo, resistíme un día a comer con Lica, y previne a Petra que me pusiera el cocido de reglamento. No tengo más que decir sino que me desquité bárbaramente de la privación que había sufrido.”   (págs.127-28)

 

E incluso en el capítulo 39  volverá a reiterar el asunto.

 

Aunque en otros textos de Galdós podamos encontrar otras referencias a la modesta legumbre, pienso que de aquí, de El amigo Manso, tomó el fiero Valle el motivo para la excusable (es decir, evitable) fechoría que llevó a cabo.

 

 

P.S. Si en el anterior post (el del hápax sintagmático) señalaba las virtudes de gran creador verbal del novelista canario, aún otro día pienso volver sobre las deudas (de léxico, estilo y expresividad verbal) que tiene contraídas Valle con Galdós.

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