Comienzo el año leyendo
ensayos de Aldous Huxley, uno de mis escritores predilectos, a quien descubrí
de joven (Un mundo feliz, Las puertas de la percepción) y al que
he leído a lo largo de toda mi vida (uno
de mis maîtres à penser, como lo han
sido Georges Steiner, Roland Barthes, Umberto Eco, Tzvetan Todorov, Susan
Sontag, Hans Magnus Enzensberger o, en mi lengua propia, Francisco Ayala). El
libro con que abro el año es Adonis y el
alfabeto, del que querría destacar su ensayo sobre el músico renacentista Carlo
Gesualdo, príncipe de Venosa. Huxley nos habla de su desdichada vida (con un
matrimonio que termina en homicidio de su esposa y el amante de ésta, e incluso,
más tarde, del hijo de ellos), su neurosis que degenera en locura, lo que no
impide que sea uno de los músicos más grandes (y más extrañamente innovadores)
de su tiempo. El déficit moral y la grandeza creativa pueden ir perfectamente
de la mano, a pesar de lo que dictamina el neopuritanismo de la actual cultura
de la cancelación.
Me interesó mucho la descripción que hace de una pintura encargada por el músico (cuadro
penitencial lo denomina, concepto que desconocía), que he buscado por Internet
hasta dar con ella. La inserto aquí, así como la descripción de Huxley:
“Pocos años antes de su
muerte, el artista dotó en Nápoles, su ciudad natal, un convento de frailes
capuchinos y construyó una hermosa iglesia. Sobre al altar pendía un enorme
cuadro penitencial, pintado por encargo del príncipe y bajo su dirección
personal. Esta pintura, que todavía subsiste, representa al Cristo Juez sentado
en lo alto, con la Virgen a un lado y el arcángel Miguel al otro. Debajo del Señor,
dispuestos simétricamente en hileras descendentes, a derecha e izquierda, están
san Francisco y santa María Magdalena, santo Domingo y santa Catalina de Siena,
todos ellos, a juzgar por su gesto y ademanes, intercediendo vigorosamente ante
el Salvador a favor de Carlo Gesualdo, que está arrodillado en el ángulo
inferior de la izquierda, vestido de terciopelo negro y luciendo una enorme
gorguera, mientras, espléndido en su vestidura roja de príncipe de la Iglesia,
su tío el santo [nada menos que san
Carlos Borromeo, arzobispo de Milán], de pie junto a él, pone una mano
protectora en el hombro del pecador. Ante ellos, arrodillada, está la tía de
Carlo, Isabella, con su vestido de monja, y en el centro de este grupo familiar
se ve al niño asesinado en forma de celestial querubín. Abajo, en la parte
inferior de la composición, se ve a Donna Maria y al duque de Andria [los amantes asesinados] asándose
eternamente en las llamas de que el hombre que los hizo matar todavía espera,
contra toda esperanza, poder salvarse.” [Entre corchetes, aclaraciones mías.]
El cuadro, de Giovanni
Balducci (1560-1631) se encuentra actualmente, según mis noticias cibernéticas,
en una iglesia de Gesualdo, población de la región de Campania, no demasiado
lejos de Nápoles.
Me llaman la atención, en el
cuadro, esas dos figuras de ángeles que rescatan a penitentes en ese Purgatorio
en llamas, desde el que todavía se puede salir (según la teología católica),
pues que si se tratara del Infierno tal posibilidad no existiría. Así que la
esperanza de Gesualdo, que Huxley viene a descartar, se halla inserta en el
cuadro.
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