En un escrito sobre “Florencia
y Aldous Huxley”, Juan Antonio Gaya Nuño se permite decir “mi fabuloso amigo,
mi imposible amigo Aldous Huxley. (Paréntesis: Nadie se sorprenda de que le
llame amigo. Nunca le vi. Jamás nos escribimos. Pero nos unen tantas
identidades de juicio que si ello no equivale a amistad, me niego a utilizar
otra palabra que las defina mejor.)” Suscribo totalmente ese concepto de
amistad que maneja Gaya Nuño y así me atrevería a considerarlos a ambos, a
Huxley y a él, como amigos míos.
Recientemente, leyendo su
libro sobre El arte europeo en peligro
(1964), son tantas las ideas que me parecen luminosas (y que, además, comparto)
que recorro sus páginas en un estado casi permanente de felicidad. Uno de los
pasajes que más me ha impresionado es el siguiente, a propósito de la abundante
falsedad en el arte moderno: “El hecho es que si hoy deseásemos iniciar una
colección de arte rigurosamente contemporáneo, las dificultades serían mayores
que si se refiriese al arte gótico. Las obras maestras de los artistas que
viven en olor de consagración serían de muy difícil adquisición por su precio,
y en suma, no compondrían sino un espacio de catálogo por demás reducido. El
resto tendría que llenarse con piezas visibles en las continuas exposiciones,
pero que virtualmente resultan ser falsas. Espantosamente falsas aunque
tengamos plena seguridad acerca de sus autores. Y es que el impulso con que han
sido tratadas y plasmadas carece de la veracidad, del propósito de intención
que ha estado presente durante tantos siglos. Estamos ante un momento de falta
de autenticidad, de mentira latente, de pérdida de la calidad, que conspiran en
la acción de convertir en falso casi todo el arte de nuestro tiempo. En verdad,
al lado de este síntoma gravísimo lo será mucho menos la falsificación de una
talla románica o de un retablo gótico.” (p. 144)
Lo que quiere decir que, al
subir la cotización del arte consagrado en nuestro tiempo, los artistas que ya
se han creado un nombre, producen de forma mecánica y rutinaria obras cuyo
único valor consiste en la firma y que, por tanto, resultan falsas, por más que
conozcamos a sus creadores. No es que haya un plagiario que imite al autor; es
que ellos mismos se imitan y se repiten sin mayor propósito creador.
Y pondré un ejemplo un tanto
irreverente, pero del que estoy personalmente convencido. Para ello hay que dar
un salto en el tiempo e irse al Valencia Cinema de 1983 en que Els Joglars de
Albert Boadella representan Olympic Man
Movement. Boadella defendía que el teatro tenía que ser siempre provocación
y creo que pocas obras lo podrían ejemplificar mejor que ésta, que constituía –en
pleno momento álgido del tránsito a la democracia- una especie de mitin
fascista. En un momento dado los actores, al tiempo que patinaban en escena, componían
un estupendo Miró, que posteriormente destruían. (Se puede ver ahora en
Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=pDsIiMOZb_k
)
El joven espectador que era yo entonces se
quedaba en un estado mezcla de pasmo, terror y perplejidad que, supongo, era lo
que Boadella pretendía. Luego venía la reflexión y, en mi caso, era más o menos
como sigue. Sí, Joan Miró era una de las vacas sagradas del arte contemporáneo,
y un artista con una serie de obras indiscutibles, pero también, probablemente,
un artista que, en un cierto momento, encontró una manera (un amaneramiento,
diríamos) que repitió hasta el cansancio y el tedio. A mí me había ocurrido, en
una muestra que había visto en la sala de exposiciones de la Caja de
Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, en la plaza de San Martín, junto a las
Descalzas, que había comenzado en el tercer piso fascinado con el arte del
maestro, para terminar ya en la planta baja ligeramente aburrido por la
continua repetición de unos mismos motivos y formas. Con posterioridad visité la
fundación Miró en Montjuich y, a día de hoy, puedo decir que es uno de los
museo de los que menos recuerdos guardo, por no decir que casi ninguno. Era
evidente que una importante proporción de falsedad se daba en el arte del catalán.
Creo que algo de esto era lo
que Boadella quería denunciar con aquella escena de su montaje y lo que Gaya
Nuño, sin nombrar a nadie en concreto, señala en su escrito.
P.S. Esta obra de Miró, vista hoy en la exposición SURREALISMOS, del Museo de Bellas Artes de Valencia, podría ejemplificar, de algún modo, lo que digo.
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