Leyendo últimamente a Iréne
Némirovsky (mi gran descubrimiento de este año), su obra fundamental, Suite francesa, pero también otras
novelas (El baile, Jezabel) y cuentos
(Domingo, Nieve en otoño), al
percibir el influjo chejoviano que había en algunos de sus relatos, y saber de
su admiración por el maestro ruso, decidí leer también su biografía novelada, Vida de Chéjov. Mucho me gustó y me
resultó clarificadora de las fuentes donde bebe su narrativa, pero también de
sus ideas sobre el relato y su visión del mundo. Acto seguido (y pues que
pienso releer en breve algunos cuentos del autor) me puse a releer la biografía
que le dedicó Natalia Ginzburg, Antón
Chéjov. Dos escritoras muy buenas ambas, y dignas de ser amadas. Pero, por
mucho que ame a la italiana, la diferencia entre las dos obras es notable. Si
bien en el manejo de datos y referencias sobre la vida y trayectoria del
cuentista coinciden mucho (imagino que porque comparten las mismas fuentes) la
biografía novelada de Némirovsky me parece mucho más lograda que el apenas
esbozo, casi escolar, de Ginzburg. La rusa penetra más profundamente en el
contexto vital y familiar, y recrea el mundo del autor tratado de forma más
plena. Lo que añade Ginzburg (aparte de pequeñas diferencias: Iréne presta
mayor atención a los amores de Chéjov, mientras que Natalia trata algo más sus
amistades con escritores) es un breve comentario sobre los cuentos y dramas del
autor. Pero estos comentarios consisten, regularmente, en brevísimos resúmenes
horros de cualquier aportación mínimamente crítica, con lo cual apenas nos
sirven más que para saber de qué van esas obras.
De manera que si tuviera que
elegir una de las obras para recomendar como introducción a la vida y obra del
autor, no lo dudaría un instante. Me inclinaría por la rusa Irène, mi gran
descubrimiento de este año.
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