Mi querido amigo Marcos Ávila, tras años y años de escribir poesía, desechar esbozos o poemas no logrados, conservar en cajones sus exquisitos textos, decide publicar su primer libro de poemas, Casa de locos, en ediciones Contrabando. Otro día hablaré del poemario con más detenimiento, pero hoy lo que quería celebrar es el hecho de que el poema que abre el libro, "L.M.P", el poema dedicado a Leopoldo María Panero y su locura, en la celda de Mondragón, resulta ser mi poema preferido entre los que conozco de Marcos. Me produce una gran alegría y lo tecleo para que otros lo puedan disfrutar.
L. M. P
Alguien escribe entre paredes vacías, con todo el
cuerpo escribe,
apoyado contra las ruinas del sol, como si quisiera
apuntalar
con su cuerpo este día, alguien escribe
bajo los dientes de sierra de las imágenes, en la
habitación
que respira
con la parsimonia de un cadáver,
debe de haber alguien entre el cuerpo que se inclina
y el papel,
alguien debe confundir su vida con quien la escribe,
y piensa en todos los que han ocupado alguna vez la
habitación y no han sabido
que existían a medias o han cerrado los ojos con
fuerza al sospecharlo,
y ese hombre avejentado mira cómo un recuadro de sol
se graba
en la pared de una de las habitaciones de Mondragón,
en una de las nubes de piedra donde viven los que
han perdido el don del olvido,
los que no han aprendido a acompasar sus gestos con
la ciudad,
allí viven y respiran fuego los hombres leopardo de
marfil tallado,
los hombres pantera de níquel, los hombres de
enfurecido perfil,
todos los hermanos de la lluvia y del fuego,
durmiendo como los peces,
/ escuchando la voz ahogada de los montes,
allí la realidad es una lagartija que gira con el
rabo pisado
y todos le ponen brea al barco encallado de la noche
para que los libere,
el llanto se les ha encharcado en los ojos y ven
solamente la sombra del alacrán
y si pudieran no nacerían y si les diesen poder
limarían las imágenes
que eslabonan los ojos de los hombres a la misma
cadena,
y ahora uno de ellos escribe, Leopoldo María Panero
inclina
su cuerpo contra el papel, y todo por atarse al
vuelo del búho bajo la luna,
por corresponder en silencio a la mirada del druida,
por un conjuro de palabras que le llevaron de la
mano al bosque,
y moja su dedo y escribe, vuelca su alma en los
tinteros y escribe,
dibuja alas en forma de uve y marca con un aspa el
vacío,
persigue a través de los bosques la metamorfosis del
druida,
pero sólo escucha la intemperie de la realidad, y por
delicadeza escribe,
por todo lo que se nos cae de los bolsillos entre
una borrasca de arena,
colecciona recortes de periódico, fotografías de un
hombre enajenado
que mira al objetivo de la cámara como si fuese un
mapa vacío,
como si por ese espejo opaco se pudiese pasar al
otro lado de la realidad,
como si hubiese un pedazo de cuerda para él y una
entrada al gran pasadizo,
pero el poeta que aparece en la prensa no es quien
escribe,
la cara que amarillea con el paso de las semanas
sólo representa
al fetiche dormido de todas las ferias,
ese hombre del pelo revuelto es un señuelo
para engañar al ojo del búho, al druida de plumaje
cobrizo,
y cada vez se hace más imposible escribir, seguir la
vieja cuerda de las palabras,
habría que derribar los muros de Mondragón gritando
que el poeta no tiene nombre,
que Leopoldo María Panero no es sino la sombra del
druida,
unas alas rotas, una noche que se bate contra los
árboles,
habría que cruzar la roca del nombre de puntillas,
descalzos
por el delgado color de las edades, habría que
escribir sin palabras,
encontrar las llaves del bosque.