Dedico este escrito a mi antiguo alumno del Ramon Llull, Rubén, ahora estudiante de Filología, quien, desde que lo anuncié hace años en clase, lo espera anhelosamente:
En este pequeño ensayo de
crítica hidráulica pretendo explicar la célebre imagen de Martín-Santos cuando,
en una de las primeras secuencias de Tiempo
de silencio, en que el joven investigador Pedro y su ayudante Amador se
dirigen a los extrarradios de Madrid, donde vive el Muecas, denomina a las
chabolas como “los soberbios alcázares de la miseria” (p. 50).
Es muy evidente que
Martín-Santos parte de un pasaje cervantino. En Don Quijote, tomo II, capítulo 10
(“Donde se cuenta la industria que
Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan
ridículos como verdaderos”), cuando se nos relata la misión de Sancho cerca de
Dulcinea, a través de preguntas y respuestas que se hace el propio escudero
(casi como si fuera un catecismo: Joyce en el Ulysses utilizará un procedimiento similar), nos encontramos con lo
siguiente:
“Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y
vareó su rucio, y don Quijote se quedó a caballo descansando sobre los estribos
y sobre el arrimo de su lanza, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde
le dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se
apartó de su señor que él quedaba; y tanto, que, apenas hubo salido del bosque,
cuando, volviendo la cabeza y viendo que don Quijote no parecía, se apeó del
jumento, y sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a
decirse:
-Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va
vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? - No, por
cierto. Pues ¿qué va a buscar? - Voy a buscar, como quien no dice nada, a una
princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. -Y ¿adónde
pensáis hallar eso que decís, Sancho? -¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso.
-Y bien, y ¿de parte de quién la vais a buscar? -De parte del famoso caballero
don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos, y da de comer al que ha sed,
y de beber al que ha hambre. - Todo eso está muy bien. Y ¿sabéis su casa,
Sancho? - Mi amo dice que han de ser unos reales palacios, o unos soberbios alcázares. -Y
¿habéisla visto algún día por ventura? - Ni yo ni mi amo la habemos visto
jamás. (…)”
Ya en Cervantes está
presente, de forma muy marcada, la
ironía, pues es muy improbable que en El Toboso pudiera haber palacios (o
alcázares), y en ningún caso podrían pertenecer a la labradora Aldonza Lorenzo.
De todas formas, para dar un
poco de más luz a la imagen de Tiempo de
silencio, tengo que realizar un pequeño desvío. Nos tenemos que ir a otro
momento de la novela, hacia el final, en que el narrador (ese narrador
interventor, que no para de hacer comentarios jocosos e irónicos sobre
todo lo que cuenta), nos va a
ponderar la extensión de la ignorancia de “la redonda consorte” del Muecas (de
quien su marido había sentenciado en los primeros momentos del relato: “ésta es
mi señora y la pobre no sabe tratar. Discúlpela, es alfabeta” (p. 61). Allí se
dice:
“No
saber nada. No saber que la tierra es redonda. No saber que el sol está
inmóvil, aunque parece que sube y baja. No saber que son tres personas
distintas. No saber lo que es la luz eléctrica. No saber por qué caen las
piedras hacia la tierra. No saber leer la hora. No saber que el espermatozoide
y el óvulo son dos células individuales que fusionan sus núcleos. No saber
nada. No saber alternar con las personas, no saber decir: "Cuánto bueno
por aquí", no saber decir: "Buenos días tenga usted, señor
doctor". Y sin embargo, haberle dicho: "Hizo usted todo lo que
pudo".” (p. 248)
No me puedo detener en
valorar el alcance shakesperiano que se desprende de este pasaje (en que la
mujer del Muecas nos recuerda a la mujer de Yago que da su vida –su marido la
mata- por defender la inocencia de Desdémona), porque ahora me interesa citar
un pasaje similar al anterior:
“No
sabía lo que es el Norte y el Sur. Esto le sonaba a cosa de viento, pero nada
más. Creía que un senador era algo del Ayuntamiento. Tenía sobre la imprenta
ideas muy extrañas, creyendo que los autores mismos ponían en las páginas
aquellas letras tan iguales. No había leído jamás libro ninguno, ni siquiera
novela. Pensaba que Europa es un pueblo y que Inglaterra es un país de
acreedores. Respecto del Sol, la Luna y todo lo demás del firmamento, sus
nociones pertenecían al orden de los pueblos primitivos. Confesó un día que no
sabía quién fue Colón. Creía que era un general, así como O´Donnell o Prim. En
lo religioso no estaba más aventajada que en
lo histórico. Comprendía a la Virgen, a Jesucristo y a san Pedro; los
tenía por buenas personas, pero nada más. Respecto a la inmortalidad y a la
redención, sus ideas eran muy confusas. Sabía que arrepintiéndose uno, bien
arrepentido, se salva; eso no tenía duda, y por más que dijeran, nada que se
relacionase con el amor era pecado.”
Lo encontramos ni más ni
menos que en Galdós, en Fortunata y
Jacinta (Parte segunda, II, 1), cuando pretende caracterizar la absoluta
ignorancia de Fortunata. Pero es que este tipo de descripciones o ponderaciones
de la ignorancia es motivo recurrente en Galdós (lo encontramos referido a la
Ándara de Nazarín, al hijo de Bringas
en Tormento, a Doña Isabel, la tía
abuela de Alejandro Miquis en El Doctor
Centeno y en muchos otros lugares).
Así que podemos pensar que
Luis Martín-Santos tuvo presente no sólo a Cervantes, Góngora o Joyce, entre
otros, para la confección de algunos motivos o procedimientos de su obra, sino
al mismo Galdós. Y esto se hace más evidente cuando nos encontramos al
principio de Misericordia (capítulo
1), al describir a los mendigos de Madrid, lo siguiente:
“En rigurosos días de
invierno, la lluvia o el frío glacial no permiten a los intrépidos soldados de la miseria destacarse al aire libre
(…) y se repliegan con buen orden al túnel o pasadizo que sirve de acceso al templo
parroquial, formando en dos alas a derecha o izquierda.”
El trayecto parece claro. En
su intento de idealización irónica (sangrantemente irónica) Martín-Santos ha
echado mano del precedente cervantino "casa vulgar = soberbio
alcázar", pero tamizándolo con la fórmula galdosiana que a través del
vuelo rítmico, mejorado por él (se pasa de tetrasílabo esdrújulo + trisílabo
llano a trisílabo llano + tetrasílabo esdrújulo), y del complemento del nombre
antitético y degradador, convierte la risueña ironía cervantina en un sarcasmo
demoledor.
No son raros en Galdós (que
es un gran creador verbal, aunque frecuentemente se olvide) estos sintagmas de
núcleo verbal positivo acompañados por un complemento del nombre de carácter
negativo, que generan una contraposición semántica muy llamativa. Cito algunos:
- “estos industriales de la
miseria humana”, con que se refiere a los mendigos en Fortunata y Jacinta.
- “el alcázar de la
grosería”, como denomina Doña Isabel, la tía de Alejandro Miquis, en El Doctor Centeno, a la habitación donde
agoniza su sobrino.
- “el inmenso piélago de la
estupidez”, aparece en Marianela.
- “los místicos o metafísicos
de la usura”, en Torquemada en la hoguera.
- “los tristes ángeles del
muladar”, en La Fontana de Oro.
- “el flamante oficio de
pordiosero”, que adopta Nazarín.
Lo dejamos aquí, aunque una búsqueda rigurosa podría
proporcionarnos muchos más ejemplos. Lo significativo es que, en su brillante
imagen, el autor de Tiempo de silencio,
no sólo tuvo en cuenta al gran patriarca de nuestra narrativa, Cervantes, sino
también al que tal vez sea su mayor discípulo en el arte de la novela, Pérez
Galdós. Y eso fue tal vez lo que molestó tanto a su amigo Juan Benet –furibundo
antigaldosiano- tal como constatan José
Lázaro, Andrés Pandiella y Juan C. Hernández-Clemente en su artículo “Luis
Martín-Santos: psiquiatra, político, literato, intelectual”: (consultado en
Internet: https://www.tremedica.org/wp-content/uploads/n31_semblanzas_PandiellaClemente.pdf)
“Unos la consideran [a Tiempo de silencio] como un libro
decisivo para la entrada de la literatura española en el siglo veinte (algo así
como el Ulises nacional). Otros
piensan que no es más que una zarzuela con pretensiones, o como solía decir
Juan Benet con su famoso colmillo afilado, una nueva versión de los novelones
de Pérez Galdós revestida de una fina capa de modernidad formal vanguardista.”
Pero a la relación Juan Benet
/ Martín-Santos le pensamos dedicar un futuro post. Hoy nos baste con haber
desentrañado –eso creemos- la curiosa filiación de tan despampanante imagen:
“los soberbios alcázares de la miseria”.
¿O sencillamente estaría el
bueno de Luis recordando a Groucho Marx y su “Partiendo de la nada hemos
alcanzado las más altas cotas de la miseria.”?
P.S. La edición que manejo de Tiempo de silencio es la de Seix-Barral, 1984, edición definitiva reza.
2 comentarios:
Campa, muchísimas gracias por tu dedicatoria. Siempre es un lujo leerte, y todavía más en esta ocasión, en la que al fin resuelves la duda que inoculaste en aquel joven estudiante de cuarto de la ESO. ¡Menos mal que solo he tenido que esperar seis años!
Un abrazo,
Rubén
Gracias, Rubén, por tu paciencia y esas palabras tan cariñosas.
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