domingo, 11 de diciembre de 2022

El intrincado bosque: la relación Benet / Martín-Santos

 


 Una de las cosas más fascinantes de nuestra narrativa del tardofranquismo resulta saber que Luis Martín-Santos (el autor de Tiempo de silencio) y Juan Benet (el creador de Región) fueron íntimos amigos durante unos años (entre 1948 y 1951, muy principalmente, aunque la amistad pervivió hasta la muerte del primero en 1964). Pero no sólo eso, sino que sus vivencias de esos años encuentran un reflejo literario en la novela citada (cuya acción, no lo olvidemos, se sitúa en el Madrid de 1949), donde Pedro, el investigador científico protagonista, y Matías, su jocoso e ingenioso amigo, constituyen una transposición literaria de ambos escritores.

 

Ahora bien, esta amistad, que incluso produjo colaboraciones literarias en una serie de textos (del uno, del otro, o de ambos), que se han recogido en el volumen El amanecer podrido, editado por Galaxia Gutenberg (2020), poco a poco dejó de ser tan íntima, y casi entraría en crisis a raíz de la publicación de Tiempo de silencio, en 1962. El hecho es que Juan Benet no le hizo saber a su amigo su opinión sobre la obra, cuando apareció, y cuando más tarde se la comentó en un viaje a San Sebastián: “La cosa no salió bien porque no podía salir y porque yo, con mi silencio, había atirantado la situación que ya no podía resolver callando. Y bien, le dije que el libro no me había gustado y tal vez esbocé una suerte de crítica torpemente hilvanada y expuesta con algo de acritud.” (Fragmento de una carta de Benet a Leandro Martín-Santos, hermano de Luis, de mayo de 1964, que se recoge en El amanecer podrido.)

 

La desafección de Benet por la novela de su amigo se haría abiertamente pública a partir de una entrevista que se publicó en la revista Triunfo (Nº 429, 22-8-1970), donde se refiere a ella del siguiente modo:

“Estuve en completo desacuerdo con él desde el primer día. No me gustaba su planteamiento y, por qué no decirlo ahora, no me gustó en absoluto su novela. La desaprobé en tono amistoso, pero él debía de haber puesto mucho en el libro, y mi crítica nos distanció. (…) Por mi parte sigo considerando válidos los reproches que en aquel tiempo le hacía: “Una novela con fondo de verbena y vida de pensión, y una puñalada: es costumbrismo puro, a lo Mesonero Romanos. Además, tiene el concepto del humor confundido. La ironía, que alcanza en alguna ocasión cotas muy altas, no se mantiene a lo largo del libro”. Esto, te repito, nos distanció.”

 

Se han manejado distintas hipótesis para intentar explicar esta desafección: algunos creen que el éxito de Tiempo de silencio debió dejar descolocado a Benet, cuya primera publicación (los cuentos de Nunca llegarás a nada, publicados en 1961) había pasado sin pena ni gloria por el estrecho reducto del cotarro literario nacional; Blanca Andreu, segunda esposa y viuda de Juan Benet, la atribuye a un pasaje del monólogo final de la novela, en que Pedro manifiesta “No hay verdaderos amigos” (como se recoge en la magnífica evocación que constituye Vidas y muertes de Luis Martín-Santos. Biografía, de José Lázaro (2009), p. 259); a veces pienso yo si el sarcástico capítulo que recoge el ambiente de los “pájaros culturales” en casa de Matías y presidido por su madre (¿la madre de Juan?) no le pudo tocar una fibra muy personal al ingeniero escritor o si, como apuntaba en el anterior post, le molestaba el influjo galdosiano en su amigo... Chi lo sa?

 

Tal vez todo sea mucho más sencillo y consista en una divergencia notoria de los respectivos proyectos literarios. En algo coincidían: en el intento de renovación del panorama narrativo nacional. Pero, Luis Martín-Santos, seguía la vía de Joyce (al que su amigo, en el prólogo al conocido libro de Stuart Gilbert sobre el Ulises del irlandés, claramente rechazaba), mientras que Juan Benet se decantaba por el camino de Faulkner. Uno parte de un argumento sencillo, para sobre él montar el gran espectáculo de su pirotecnia verbal. El otro, de un mundo oscuro sostenido en un búsqueda estilística personal: dotar a la literatura española de algo que, según él, le faltaba: el grand style.

 

Lo cierto es que Martín-Santos, a su manera, más discreta, y no tan vehemente como la de su amigo, le había deslizado, entre los elogios, una cierta crítica en una carta personal que le envió cuando la aparición de su primer libro:

 

“La calidad literaria es innegable: tu nebulosa es de gran calidad estética; la fluencia de la frase, el ritmo, el vocabulario, las metáforas, todo ello indica que tienes una categoría de escritor y hasta escritor de importancia, personal aunque faulkneriano. Reducir la explicación de tu estilo a un simple  mimetismo sería desconocer lo que es un estilo. Cada frase es tuya de un modo indudable y yo podría reconocer la forma de tu movimiento espiritual entre mil.

Ahora bien, a mi modo de ver tu nebulosa es quizá demasiado nebulosa. Haría falta –siempre según mi concepto- un tramo argumental más claro y un dibujo más preciso de los protagonistas. El dramatismo brota más del olor de la frase que de la peripecia. Yo querría ver tu magnífica nebulosa creacional concretada en mundos orgánicos y precisos.”

(carta del 9-4-1961, recogida en El amanecer podrido, p. 314)

 

Lo dejamos aquí. Al llegar a este punto me viene a la mente el título de un cuadro de Salvador Dalí, que fue también título de un libro en que Agustín Sánchez Vidal intentó dar cuenta de la amistad que unió a Buñuel, Lorca y Dalí: el enigma sin fin.



Los dos amigos el día de la boda de Luis Martín-Santos

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