lunes, 28 de diciembre de 2020

Doña Emilia Pardo Bazán contempla el ENTIERRO DEL CONDE DE ORGAZ

 

Mi admiración por doña Emilia (Pardo Bazán se sobreentiende) aumentó, si cabe, cuando leí en una nota de España en su historia, de don Américo (Castro), el papel pionero que nuestra autora habría tenido en el redescubrimiento del Greco.

En efecto, la doxa nos dice que los noventayochistas son los descubridores modernos del pintor, que se consolidaría con la monografía de Manuel Bartolomé Cossío en 1908. Pero ya en 1891, en su revista Nuevo Teatro Crítico, la doña, comentando un viaje por la ciudad de Toledo, escribe lo siguiente, a propósito del cuadro y un inesperado cicerone que les amargó la visita a la ciudad:


Donde me causó más ira el maldito parásito, fue cuando me estropeó el placer mayor que debí al arte en Toledo. La escena ocurría ante el cuadro asombroso del Greco que se guarda en Santo Tomé. (…) Al ver la obra maestra de Domenico Theotocopuli, me confirmé en que la pintura, si ha adelantado, como aseguran los modernistas, no ha conseguido que sus adelantos los veamos patentes los profanos, ni que los sentimientos que nos causa ganen en intensidad. Cualquier pintor moderno me parece un impotente al contemplar la página divina que se llama el Entierro del Conde de Orgaz.


Los que sólo conozcan al Greco por otros cuadros, no pueden apreciar en toda su fuerza el genio del verdadero precursor de Velázquez. Sin que la parte alta del cuadro merezca las severas censuras que algunos críticos le dirigen, la baja, o sea el verdadero asunto del cuadro, es tal, que no tiene nada que envidiar en factura a las mejores obras del autor de Las Hilanderas y las vence -con definitiva victoria- en la unción y sentimiento religioso. En el cuadro de Santo Tomé, el Greco reúne lo inefable de Murillo y lo real de Velázquez. Aquella cabeza de San Agustín es un trasunto de la santidad y de la gloria: carne humana sublimada por la participación de la felicidad divina; la cara más apostólica, noble y radiante que acaso ha producido el pincel.


El cuadro pertenece a una particular, la señora condesa de Bornos. Bien sabe Dios que no se cuenta en el número de mis mayores defectos la envidia; sin embargo, como en el ser humano existe el germen de todo mal (y de todo bien), yo envidié diez minutos a la dueña de tal tesoro, pensando que podría mirarlo y gozarlo a solas, sin guías que chapurrean ridículos encomios, sin prisas, que impone la necesidad de no perder el tren de regreso.” 

[tomado de Viajes por España, p. 138-139]


De mí sé decir que el mayor placer que experimento siempre que voy a Toledo lo constituye los 10 minutos que paso ante el maravilloso cuadro del Greco, libre de cicerones, pero inmerso en el overbooking turístico. También comparto la envidia de doña Emilia, pero me dura más que a esa santa mujer.


sábado, 12 de diciembre de 2020

El ritmo acentual de la rima VII de Bécquer: Del salón en el ángulo oscuro.

 

VII


Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueña tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo,

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz como Lázaro espera

que le diga «Levántate y anda»!


Llegaba un día al aula y les anunciaba a los alumnos de 4º de ESO que íbamos a hacer una clase muy especial. Escribíamos en la pizarra el poema, y luego una serie de rayas como sigue.


_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _


_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _


_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _


Les explicaba que cada rayita era una sílaba y que, por tanto, estábamos representando el esquema de sílabas del poema: tres estrofas de 4 versos (en total 12), la primera con 3 versos decasílabos y un hexasílabo; la segunda, con la misma estructura silábica; y la tercera estrofa cambia un poco, pues presenta los 4 versos decasílabos.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Graham Greene: la importancia del nombre. Nota de lectura de EL PODER Y LA GLORIA

 

No es sólo Graham Greene. Ya en la Biblia tenemos muchos episodios, en los que nombrar es el hecho primordial. Adán en el Paraíso, poniendo nombre a las cosas; o Jacob luchando con el Ángel para que le dé un nombre. ¿Y qué decir de los evangelios y hechos de los apóstoles: ese Emmanuel, que quiere decir “Dios con nosotros”, o Saulo de Tarso, que pasará a llamarse Pablo. La ampliación del Quijote -que estudiara Pidal-, desde una supuesta novela ejemplar a la historia magna que crearía el género de la novela moderna se asienta sobre ese prodigioso primer capítulo en que el hidalgo se erige en caballero y -como un nuevo Adán- se pone a nombrar lo que instaura.


Creo que la denominación (o innominación: recordemos el deán de Santiago en la versión borgiana del hechicero cuento) -que forma parte del estudio del personaje- es uno de los elementos esenciales de todo relato, y alguna vez se me ha ocurrido hacer un estudio de este tema en la historia de la novela, pero sería tan inacabable como ensayar una historia de la novela.


Cuando leemos algunas obras de Graham Greene nos damos cuenta de la importancia que tiene ese acto en su universo novelesco.


En El tercer hombre, por ejemplo, el nombre de Rollo Martins (amigo de Harry Lime), con la brusquedad del Rollo y la suavidad del Martins, sirve para ir poniendo de relieve, a lo largo de todo el relato, cuando el personaje se comporta como Rollo (el tosco autor de novelas del oeste, que mira a todas las mujeres) y cuando como Martins (el fiel amigo, capaz de anteponer la justicia a la amistad, que se enamora de la “viuda” de Lime). Esta dicotomía queda establecida al principio del relato:


Había en Rollo Martins un conflicto incesante entre su nombre absurdo y el sólido apellido holandés que su familia llevaba desde hacia cuatro generaciones. Rollo miraba a todas las mujeres que pasaban y Martins renunciaba a ellas para siempre. No sé cuál de los dos escribía los Westerns.”


Hacia el final del relato, cuando decide colaborar con la policía para cazar a su amigo Harry Lime, también se produce el desdoblamiento respecto a éste: “Si hubiera gritado en seguida hubiera sido fácil alcanzarlo, pero supongo que durante unos segundos ya no fue Lime, el traficante de penicilina, el que huía, sino Harry. Martins titubeó el tiempo necesario para que Lime interpusiera el quiosco entre él y sus perseguidores. Entonces gritó: “Es él.” Pero Lime ya se había hundido en las profundidades de la tierra.”


En El poder y la gloria, asistimos a la huida del innominado sacerdote a lo largo de todo el relato. Sabemos todos sus defectos: que es bebedor, que ha cometido fornicación, que es cobarde, que no es caritativo en exceso… En definitiva, que es un mal sacerdote. Sabemos todo eso, menos su nombre. Sabemos el nombre del otro sacerdote indigno que aparece en el relato, el padre José, que ha abandonado los hábitos, se ha casado y se ha convertido en funcionario de un estado anticlerical. Sabemos el nombre del sacerdote en el relato piadoso que lee una madre a sus hijos, y que resulta una versión idealizada de la novela que estamos leyendo: se llama Juan.


domingo, 22 de noviembre de 2020

Un homenaje poético de Fernando Quiñones a Lope de Vega.

 En estos días en que leo sobre comedia española del barroco, en un viejo número de la revista Cuadernos Hispanoamericanos me encuentro este homenaje poético de Fernando Quiñones a Lope de Vega. Aquí lo traigo:


    EPITAFIO (1562-1962)

                por

FERNANDO QUIÑONES


SOLO yo tuve tiempo y también me fué breve.

¿Quién vivió y escribió con más denuedo?

El sabor de cien bocas, el gusto de la harina

Mística, España ardiendo, la estameña

Del dolor, los aplausos, la ciega primavera,

Me llenaron: pude escribirlos,

Conocí el amargor de cuanto vive.

La radiante zozobra de existir.

Gloria, amor, pena, enormes e incesantes ,

Me llenaron del todo. Detén el paso ahora: 

Quien tan de tierra fué, vuelto al olvido

Lo adivinas aquí: Yo fuí Lope de Vega.


(Cuadernos Hispanoamericanos, 161-162, mayo-junio 1963, p.313)

   

martes, 10 de noviembre de 2020

La polémica Mañach / Lezama Lima (revista BOHEMIA, septiembre y octubre de 1949) (4)

 Con este último texto de Mañach damos fin a esta serie dedicada a la polémica que esos dos gigantes de las letras cubanas de mediados del XX mantuvieron a propósito de la comprensión y comunicabilidad de la poesía.


Final Sobre la Comunicación Poética

por Jorge Mañach



Puesto que BOHEMIA tiene lectores para todos los temas, y aun no pocos a quienes gusta descansar de lo político abrumador en lo científico y lo estético, no se me tendrá mal que todavía hoy añada un artículo –ya para terminar– a los dos que he publicado sobre materia poética a propósito del último libro de Lezama Lima.


Huelga decir que la cosa tiene cierta importancia cubana. No trascendemos mucho al exterior, o a la Historia, por nuestros episodios políticos, sino por la cultura. Heredia o Julián del Casal –y no digo ya Martí, que atendió en grande a los dos menesteres– han hecho más por el prestigio cubano que toda la fauna menuda, y mucha de la mayor, en nuestra vida oficial. Que se cultive en Cuba poesía buena es cosa tan importante, por lo menos, como el que la Nación esté bien gobernada, y, desde luego, mucho más importante que la fortuna, próspera o adversa, de tal o cual bandería o renglón administrativo.


Traspuesto ya, a guisa de vestíbulo, ese honorable lugar común, podemos preguntarnos: ¿Qué manera de expresión poética le daría hoy a Cuba más gusto, más edificación espiritual y más prestigiosa resonancia? ¿Por ventura esa que vienen haciendo los Lezama Lima y sus cofrades?

domingo, 8 de noviembre de 2020

La polémica Mañach / Lezama Lima (revista BOHEMIA, septiembre y octubre de 1949) (3)

 Lezama Lima no volvió a participar en la polémica, pero Mañach sí. Provocado por un artículo algo incendiario de Luis Ortega, en que hacía acta de la defunción intelectual de la generación de la Revista de Avance ("Una generación que se rinde", Prensa Libre, 2 de octubre de 1949), volvió a la carga para intentar aclarar sus posiciones respecto al quehacer poético. Como también lo hará en un artículo de una semana después, que próximamente subiré al blog, y con el que daré por cerrada esta serie. 



Reacciones a un diálogo literario

(algo más sobre poesía vieja y nueva)

por Jorge Mañach


No pensaba insistir en el tema de “cierta” poesía nueva, sobre el cual hemos dialogado un poco Lezama Lima y yo en estas páginas. Aunque disto mucho de pensar que la respuesta del poeta fuese convincente en la misma medida en que me resultó interesante, ya él dijo lo suyo y yo lo mío, y es sabido hasta qué punto es una ilusión pensar que en este género de diálogos nadie convenza a nadie.


Pero la discusión ha servido al menos para suscitar en los círculos literarios –y hasta en las infraliterarias– reacciones diversas que no deben perderse en el silencio. La más pública ha sido la de un compañero de prensa, Luis Ortega, que en las páginas de Prensa Libre, sustrayéndose a su tarea habitual de arrimarle titulares como brasas a la opinión pública, procedió a anotar que yo no había polemizado en absoluto con Lezama Lima, sino que me había sencillamente rendido a los pies del poeta, y conmigo toda mi generación. Según él, la confesión que hice de que no entiendo la poesía de Lezama Lima marca el agotamiento, la defunción intelectual de los hombres del 25. ¡Sancta simplicitas la del amigo Ortega!... Aquí, sin duda, cuadraría muy bien aquello de “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, o la salida de Mark Twain de que la noticia de su muerte estaba un poco exagerada.


Una bonita frase de Lezama parece haber inspirado ese arrebato necrológico del distinguido repórter. Nosotros, los hombres del 25, o más específicamente, los que hicimos la Revista de Avance, hemos cambiado –decía el poeta– “la fede por la sede”. Como se trata de una frase de Lezama Lima, no estará de más aclarar lo que quiere decir por si alguien no la entiende. Quiere decir que hemos cambiado la pura dedicación a las cosas de la inteligencia y de la sensibilidad por los halagos o las solicitaciones de la vida histórica. En otras palabras: no nos hemos dedicado a ser poetas, o ensayistas químicamente puros, sino que hemos hecho política, periodismo, labor de animación cultural y otras cosas nauseabundas por el estilo.

jueves, 5 de noviembre de 2020

La polémica Mañach / Lezama Lima (revista BOHEMIA, septiembre y octubre de 1949) (2)

 Le toca ahora el turno a la respuesta de José Lezama Lima, en la misma revista Bohemia, una semana después.



        En la foto José Lezama Lima y Jorge Mañach


Respuesta y nuevas interrogaciones. Carta abierta a Jorge Mañach por José Lezama Lima.


        Qué puntual elegancia, mi querido amigo, muestra usted en su epístola, que le ha permitido enseñar sus más esenciales discrepancias, burlando ciertas furias, pero, con tacto fino para evitar la posibilidad siquiera de un rasguño, entregándonos sin paliativos sus negaciones, lejanías o indiferencias. Así también, quisiera yo, evitando sus enojos, mostrarle al descubierto lo que va implícito en las secretas progresiones de esa poesía a la que usted alude, corriendo ya expresa en el alegre despertar de sus imágenes y metáforas.

        Por una cuestión formal en el tratamiento de los símbolos, en la portada, de un color que gusto de llamar verde tierno, aludiendo a esa ternura que la capilla natural de rocío coloca en el verde de nuestros alamillos; aparece una viñeta y allí donde usted creyó ver una lámpara, sin que sea acaso necesaria la rectificación, se trata de un tornillo sin fin... Referencia tal vez a cierta plaza de a cultura cubana, donde pocos deseaban situarse y donde yo precisamente he insistido en levantar mi tienda con tan reiterada constancia que ha motivado siempre el total entrecruzamiento de flechas.


Aunque usted se declare una y otra vez convicto del no entiendo, nosotros no vamos a caer en la trampa de igualarlo a celui qui ne comprend pas. Pero usted sabe, mi querido amigo, que la frialdad disidente y el ardor neófito se entrecruzan en la misma divinidad enemiga. Expresiones como eso ya lo hice en mi juventud y nosotros queremos empezar de nuevo y equivocarnos, en apariencias opuestas por el vértice, se allegan, se tocan y se destruyen. 

martes, 3 de noviembre de 2020

La polémica Mañach / Lezama Lima (revista BOHEMIA, septiembre y octubre de 1949) (1)

 

Decía en un reciente post dedicado a Pidal y su escrito sobre la oscuridad culterana que los textos llevan a los textos. Y anunciaba cómo un pasaje del ensayo me había traído a la mente la polémica Mañach-Lezama Lima sobre la comprensión (o no) de la nueva poesía del grupo de la revista Orígenes. Se trataba del momento en que el humanista Pedro de Valencia le escribe a Góngora:


Vuesamerced huye de la claridad y escurécese tanto que espanta de su lección no solamente al vulgo profano, sino a los que más presumen de sabidos en su aldea; ...apenas yo le alcanzo a entender en muchas partes”. (subrayado mío)


Porque, precisamente, Mañach era de los más “sabidos en su aldea” en la Cuba de finales de los cuarenta, y, prácticamente lo que le viene a decir a Lezama es “apenas yo le alcanzo a entender en muchas partes”.


La polémica es eterna: se dio entre Góngora y Jáuregui, como entre Mañach y Lezama, la poesía como comunicación de Bousoño frente a la poesía como conocimiento de Valente, y se podría haber dado entre Freud y Lacan… y así hasta la confluencia de las líneas paralelas.


Traeré al blog los textos iniciales de Mañach y Lezama, así como textos posteriores del primero de ellos en que continúa aclarando su posición (4 textos en total: no recojo la totalidad, porque-como en toda polémica- hubo bastante de excrecencias y mala sombra, que resultan perfectamente obviables).


Fue una polémica en torno a dos formas de entender la poesía (expresión comunicativa / expresión hermética), así como un conflicto generacional (los jóvenes de Orígenes perpetraban el consabido asesinato del padre en la figura de Mañach).


[Me he servido del siguiente material para elaborar los posts:

-Iván González Cruz: Archivo de José Lezama Lima, Madrid, 1998, donde se encuentra el primer texto de Mañach y la respuesta de Lezama, págs. 683 y ss.

- José Lezama Lima: Imagen y posibilidad, La Habana, 1981, selección de textos hecha por Ciro Bianchi Ross, donde se recoge la respuesta de Lezama.

- en Internet se puede encontrar el artículo de Ana Cairo “La polémica Mañach-Lezama-Vitier-Ortega”, La Habana, 2001, que recoge todos los textos de la polémica, aunque la presentación no pase de discreta y la edición se resienta a veces de pequeños (o grandes) errores: esa manía de llamar Gracilazo al insigne toledano del “dolorido sentir” o el hecho de editar incompleta la respuesta de Lezama.


https://fdocuments.mx/download/ana-cairo-la-polemica-manach-lezama-vitier-ortega


- también he tenido en cuenta los originales de la revista Bohemia, que se puede consultar en Internet. Desde ellos -dejándome la vista- he corregido pequeños errores que cometen todos los editores. En algún caso doy, entre corchetes, una lectura diferente al texto original, por pensar que se ha producido algún error tipográfico -entiendo que en mi edición también los habrá, pero los iré corrigiendo conforme los vea o se me haga reparar en ellos.

Haré alguna pequeña anotación al final de los textos -que publicaré en varios posts-, sobre todo en los casos en que los diversos editores yerran (como en el verso de Valéry que cita Lezama).]


El Arcano de Cierta Poesía Nueva. Carta Abierta al Poeta José Lezama Lima por Jorge Mañach.


Poeta: A mi regreso a La Habana hace unos días, hallé sobre mi mesa, cargada de los recuerdos de la ausencia, un ejemplar de su último libro, titulado La Fijeza. También encuentro el “regalo cordial” que Cintio Vitier me hace de su obra más reciente, El hogar y el olvido, publicada igual en esas bellas ediciones de la revista Orígenes que usted viene dirigiendo desde hace algunos años con heroísmo y prestigio sumos.


Primorosos volúmenes ambos, sobre todo el de usted, con esa cubierta citrón (le gustará a usted que no diga el color en castellano, para que el adjetivo no se domestique demasiado) que lleva el nombre de usted en modestas letras blancas, como una cicatriz antigua o un vago rubro estelar: con una viñeta en sepia de Portocarrero, donde se conjugan una lámpara, una oreja y algo que parece un caracol de tripa mágica; y dominando ese tranquilo misterio de la portada, el título austero de sus versos, La Fijeza, como una negra pupila escrutadora.

jueves, 29 de octubre de 2020

Burlas y veras sobre el culteranismo. El conceptismo culterano.

 

El texto de Menéndez Pidal, recientemente incorporado a este blog, me trae a la mente algunas consideraciones sobre el culteranismo. La primera, una mera anécdota jocosa; la segunda, una propuesta pedagógica que surge de la manera en que yo explicaba en clase ese fenómeno.


Empecemos por la broma. Según mi tío Jorge el gongorismo consistía en pedir un vaso de leche de la siguiente manera: Dame un recipiente cristalino del líquido perlino de la consorte del toro. Estos días en que leo la Filosofía de la elocuencia, del gran Antonio de Capmany, mucho me temo que el insigne catalán lo citaría como ejemplo de perífrasis viciosa. Pero es el caso que Pidal cita la respuesta de Góngora a una carta de censura por sus Soledades en que el ilustre cordobés, en un momento dado, suelta lo que sigue: “pues no se han de dar piedras preciosas a los animales de cerda”, lo que no deja de ser una desafortunada manera de aludir al pasaje evangélico (Mateo, 7, 6) sobre “echar perlas a los cerdos”. Parecería que cazamos a don Luis parodiando el gongorismo.

Hasta aquí la broma.


La consideración pedagógica viene a cuento de otra frase, ahora de Pidal, hacia el final de su ensayo: “Oscuridad, arcanidad, es principio que aparece como fundamental en la teórica del culteranismo y del conceptismo, estilos al fin y al cabo hermanos.” (El subrayado es mío.)

Cansancio producía ver en los manuales de Lengua y Literatura Españolas la tan cacareada oposición entre conceptismo y culteranismo como estilos opuestos que atendían, el primero, al fondo y a las ideas, y el otro, a la forma y las palabras, etc., etc., etc. En un conocido artículo de Fernando Lázaro Carreter, continuación en gran medida del de Pidal, “Sobre la dificultad conceptista” (recogido en Estilo barroco y personalidad creadora), el autor mostraba lo mucho que de común tienen los máximos representantes de las susodichas escuelas (Quevedo y Góngora) e insistía en sus conclusiones: “se ha señalado cómo Góngora tiene una base conceptista, que debe ser profundizada si queremos medir exactamente la magnitud de su originalidad (...) El culteranismo aparece, pues, como un movimiento radicado en una base conceptista.” (Subrayados míos.)


Esto me llevaba en clase a explicar ambos movimientos como variantes del estilo artificioso del barroco (en oposición a la naturalidad renacentista), que tiene siempre una base conceptista (persecución del ingenio a través del concepto: “acto del entendimiento que exprime [=expresa] las relaciones que existen entre los objetos”, según Gracián, y que conlleva la proliferación retórica de imágenes, antítesis, hipérboles, juegos de palabras… que lo caracterizan). Y por eso los denominaba yo: conceptismo, al estilo de Quevedo (si bien podemos distinguir un conceptismo de baja intensidad, el de Cervantes y Lope, heredero de la poética renacentista de la naturalidad expresiva, de un conceptismo de alta intensidad, el propio de Quevedo y Gracián), y conceptismo culterano al de Góngora (y seguidores: Calderón de la Barca, Paravicino, etc.).


¿Qué añadía Góngora al conceptismo? Lo deja claro en algunos pasajes que recoge Pidal en su artículo: la latinización expresiva, que afecta al léxico (el cultismo), a la sintaxis (el hipérbaton violento) y a los referentes clásicos (la alusión mitológica).


Me parecía una forma sencilla y pedagógica (aunque aquí va demasiado sintética, sin los ejemplos con que lo ilustraba en clase) de indicar lo que unía y separaba a ambos estilos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Ramón Menéndez Pidal: OSCURIDAD, DIFICULTAD ENTRE CULTERANOS Y CONCEPTISTAS (texto completo)

Cuando ya me disponía a teclear otro artículo de Mañach, leyendo Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, de Lázaro Carreter, me encuentro con una cita y elogio del ensayo de Pidal ("uno de sus artículos más bellos"). Ello me lleva a releerlo y me gusta tanto que lo busco en el ciberespacio. Como no está disponible al acceso general, me decido a teclearlo (aunque es medianamente extenso, unas 10 páginas). Mientras lo hago, algunas de sus reflexiones me recuerdan la polémica Mañach / Lezama Lima, que creo no tardaré en traer al blog. Unos textos llevan a otros.


OSCURIDAD, DIFICULTAD ENTRE CULTERANOS Y CONCEPTISTAS


La obra maestra de Menéndez Pelayo, la Historia de las Ideas Estéticas, contiene en el estudio del culteranismo unas páginas que hoy han sido juzgadas como deficientes, debido sobre todo al tiempo en que se escribieron. Uno de los puntos allí descuidados, voy a indicarlo aquí, porque me parece también descuidado posteriormente, y apuntaré su relación con el conceptismo, que creo necesario ha de tenerse siempre presente.


A comienzos del siglo XVII los teorizantes de la literatura, apoyados, como era de rigor, en abundantes textos de autores clásicos, condenaban unánimes la oscuridad en el estilo, como uno de los vicios evidentes. La oscuridad es simplemente “abominable” hasta para el joven don Luis Carrillo en su Libro de Erudición Poética (1607) que es un manifiesto del nuevo gusto entonces incipiente. Por esto, en el mismo instante en que Góngora envía desde Córdoba a Madrid su nueva obra Las Soledades (1613), la crítica de los más diversos matices notó en aquella poesía la oscuridad como punto vulnerable y totalmente indefendible.


El doctísimo humanista Pedro de Valencia, admirando a Góngora en el más elevado estilo que intentaba en Las Soledades, procura amistosamente contenerle dentro de los límites de “la llaneza con grandeza”, para lo cual le propone modelos de escritores griegos en parangón con los cuales quiere hacerle ver el exceso a que ha llegado: “Vuesamerced huye de la claridad y escurécese tanto que espanta de su lección no solamente al vulgo profano, sino a los que más presumen de sabidos en su aldea; ...apenas yo le alcanzo a entender en muchas partes” (1) Esta confesión nos hace hoy entender el extraordinario hermetismo a que había llegado la nueva poesía: era hermética aun para personas más instruidas que Góngora en las literaturas clásicas, donde la poesía romance de aquellos siglos tomaba a manos llenas sus metáforas y alusiones. Lo era igualmente para los poetas más ejercitados y más a la moda de entonces, según hace resaltar Lope de Vega, alegando su caso personal: “algunos estudios y no pocos años de lección en esta materia, y a tantos versos escritos, no me aprovechan para entender una estancia de uno de los poetas de esta vena”.

domingo, 18 de octubre de 2020

Jorge Mañach hace la necrológica de Ortega y Gasset

Hace ya unos 15 años pasé una jornada memorable en la Universidad de la Florida, investigando en los microfilmes que conservaban los antiguos números del Diario de la Marina, el señero periódico habanero. Buscaba material de Jorge Mañach, a quien había descubierto poco ha y me había deslumbrado con su lucidez y su prosa. Fotocopié lo que pude de aquellas publicaciones (no siempre en las mejores condiciones) y he decidido ahora teclearlas para que ese material arribe al ciberespacio. Mi pequeña contribución a propagar el legado del insigne cubano. Hoy traigo una columna que dedicó a la muerte de Ortega y Gasset, su confeso maestro.


El vacío de Ortega


Algunos amigos y lectores me han expresado su extrañeza por no haberse hecho en esta columna duelo más visible sobre la muerte de Ortega y Gasset. El doctor Miguel F. Márquez, por ejemplo, que con tanta lucidez y gusto de filosofías suele acompañarnos en esta misma plana, quedó en espera de que mi esquila doblase también, como las campanas mayores de un Vitier y de un Baquero.

He tenido que ir rebasando la consternación que ya trajo a mi ánimo hace cuatro meses, cuando me hallaba enfermo en Madrid, la noticia de que el gran escritor y pensador estaba herido de muerte. Por cierto, que aquí se publicó, según parece, que yo había ido a visitarle en la clínica donde había sido operado, y la verdad es que, falto de salud para más, tuve que limitarme a rogarle al querido Pepín Fernández y Rodríguez que dejase allí mi tarjeta con la suya. Más explícito testimonio de mi pesar le confié días después, en vísperas ya de mi regreso, a Julián Marías, acaso el más devoto discípulo y colaborador de Ortega.

lunes, 5 de octubre de 2020

Natalia Ginzburg: Sobre el arrepentimiento y el perdón

 


En nuestro tiempo, en que con tanta frecuencia se reclama al Papa que pida perdón por los crímenes de la Inquisición, o a España por los de Hernán Cortés, o al torero, que le pida perdón al toro antes de entrar a matar, resultan luminosas las palabras de Natalia Ginzburg a propósito de los procesos por terrorismo en la Italia de los 80.


«Perdón» y «arrepentimiento» son palabras que pertenecen a nuestra vida privada, individual e íntima. Son también palabras que pertenecen a nuestra vida oculta. El hecho de verlas utilizadas continuamente en la vida política y pública, como se hace en Italia desde hace algunos años, produce un profundo malestar. De ese modo se corrompe la verdad del arrepentimiento y la verdad del perdón. Si en lugar de utilizar la palabra «perdón» en relación con el terrorismo, en la vida pública se utilizara la palabra «indulto», sería mejor para todos. Parece un detalle irrelevante, pero no lo es. Cada palabra debería utilizarse en su contexto adecuado. La palabra «perdón», utilizada por el Estado en relación con el terrorismo, produce malestar, porque nos parece sacada de su contexto adecuado. El Estado no tiene el poder de perdonar. Tiene el poder de «indultar», es decir de devolver la libertad a alguien a quien se la haya quitado. Del mismo modo, también la palabra «arrepentimiento» está sacada de su contexto adecuado cuando es utilizada por el Estado en relación con los terroristas. El arrepentimiento de quien haya cometido actos de violencia o de sangre, o de quien haya inducido a otros a cometerlos, tiene lugar en el secreto de su espíritu, se traduce en actos y pensamientos individuales y no debería tener ningún tipo de resonancia pública.

jueves, 1 de octubre de 2020

"Más inteligente y más feliz": Natalia Ginzburg sobre PRIMERA PLANA, de Wilder

 

Lo que caracteriza a los buenos escritores es que nos expresan. Leyéndolos nos damos cuenta de que se podía formular aquello que pensábamos de forma clara y precisa, sin el menor aspaviento. Así estas primeras líneas de Natalia Ginzburg en su ensayo sobre la maravillosa película de Billy Wilder. Tantos años pasándola en clase de medios audiovisuales, y lo que sentía era exactamente esto:


“Hace unas semanas, cuando fui a ver Primera plana, no me esperaba nada, ni para bien, ni para mal. No se me había ocurrido mirar quién era el director de la película. Al poco tiempo me di cuenta con estupor de que no solo me estaba divirtiendo mucho, sino que además me había vuelto más inteligente y más feliz.”

viernes, 25 de septiembre de 2020

Sobre cinco libros de mi biblioteca. Ensayo a la manera de Montaigne

 Leyendo estos días unos estupendos ensayos de Natalia Ginzburg, marcadamente autobiográficos, he decidido desempolvar un escrito que tenía guardado hace más de un par de años porque me parecía personal en exceso como para figurar en estas páginas. Ahora bien, si es verdad que la literatura nos conduce a veces a mundos insólitos y desconocidos, también es verdad que lo que encontramos más frecuentemente en ella son excursiones a nuestro yo: nos leemos a nosotros leyendo al autor que tengamos entre manos. Así que he decidido publicar estas líneas, que tienen de Montaigne, y de Ginzburg, ese tono tan marcadamente personal.



Hoy, mientras le quitaba el polvo a la mitad de mi biblioteca que está en la que fue casa de mis padres, entre el par de miles de libros que allí se encuentran, de repente mi atención se ha dirigido a cinco de ellos. Podrían haber sido otros cinco diferentes, o diez, o treinta, pero se posó en estos y entiendo que reflexionar sobre esta elección me permitirá indagar un poco sobre mí mismo. En realidad, yo me conozco bastante bien. Creo que lo que permitirá esta indagación es una mirada sobre la memoria, ahora que ya he entrado en edad provecta (prejubilado estoy), y que cada vez tiendo más a detener mi pensamiento sobre el tiempo pasado y la memoria. Da la casualidad de que, entre los muchos libros que ya no recuerdo cuando compré y por qué (aunque hay otros muchísimos de los que podría escribir su historia y biografía), de estos cinco recuerdo bastante bien las condiciones de su adquisición, y su permanencia entre mis libros. Se trata de libros en lenguas extranjeras, dos en francés y tres en italiano. Mi biblioteca es decididamente plurilingüe. Aunque su base es castellana, tal vez en torno al diez o quince por ciento de los libros que poseo están en otras lenguas, a saber, y por orden cuantitativo: francés e inglés, italiano, catalán y portugués, alemán, y algunos clásicos en lengua latina. Y es que yo tengo también esa vocación políglota y en todas estas lenguas puedo leer, o al menos comprender con ayuda de diccionarios los textos. Recuerdo, en mis años de profesor, que yo tenía tendencia a hablar ocasionalmente en lenguas diferentes a la mía vehicular en clase. Algunos alumnos se quedaban asombrados y me hacían la inexcusable pregunta, que cuántas lenguas hablaba yo. Unas cuantas, decía, y no entraba en detalles, porque ese citar lenguas extranjeras (o analizar en clase de sintaxis una oración en inglés) no era con el objeto de pegarme el moco, que se dice, sino que, como tantas cosas en mis clases, tenía una finalidad pedagógica. El objetivo era hacer que sintieran curiosidad por los idiomas y que se picaran a aprender alguno más de los estrictamente curriculares. No sé hasta que punto logré encender la mecha (o avivar la llama) de esa curiosidad. Como no sé hasta qué punto llegué a transmitir algo de lo que enseñaba y del apasionado amor que sentía por mi materia (la literatura, y en más discreta medida, la lengua). Siempre vivía los finales de curso bajo la sensación de catástrofe, de que todo el trabajo del año de alguna manera se había perdido, y de que mi esfuerzo y el de los alumnos había sido inútil. No quiero decir lo que pude sentir, entonces, al final de mi vida laboral.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

El monumento a José María de Pereda en Santander. Comentario iconográfico.


Le dedico esta pequeña investigación a Javier García Gibert, quien, cuando le manifesté una cierta dificultad en encontrar ejemplar de La Puchera, me prestó uno de los tres que posee en su magnífica biblioteca.

Tarde en mi vida vine a reparar en este monumento. En mis primeras visitas a la ciudad, becado por la UIMP, el mundo universitario en torno al Palacio o Las Llamas absorbía todo mi interés, junto con los sitios de copas y esparcimiento juvenil. El paseo de Pereda era el lugar de la burguesía, al que ni nos dignábamos a mirar, o si llegaba el caso lo hacíamos con desdén. El mismo que sentíamos por Pereda, el tradicionalista que practicaba un tipo de novela idílica que a nosotros, kafkianos o beckettianos, no nos podía interesar.
Pero lo años pasan, y hacen que las cosas se miren con otra amplitud, otra profundidad, en la que caben tanto Kafka como Pereda. Nos deslumbró el novelista montañés con su Peñas arriba, y desde entonces nuestra consideración hacia él cambió. Le hicimos un lugar en nuestro panteón literario.
Ahora, siempre que visito Santander, casi lo primero que hago es dirigirme hacia el Paseo Pereda, para visitar su monumento y nutrir mi vista y alma con su contemplación. ¡Qué maravillosa creación! Uno de los más notables monumentos literarios que haya en nuestro país.
Su autor es Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932), que fue sobrino del novelista Juan Valera, y que, a juzgar por las obras que realizó, fue un portentoso creador. Aparte de esta maravilla que hoy convoca nuestra atención fue el autor de el monumento a Cervantes en la Plaza de España de Madrid, la estatua de Menéndez Pelayo en la Biblioteca Nacional, el monumento a G. A. Bécquer en el Parque María Luisa de Sevilla, el monumento a los hermanos Álvarez Quintero en el parque del Retiro de Madrid, y otros muchos no menos formidables.
Lo más llamativo de la escultura santanderina lo señaló Menéndez Pelayo, íntimo amigo de Pereda, en el discurso que ofreció con motivo de su inauguración en 1911. Allí dijo en un momento dado el insigne polígrafo:

Su nombre es para los montañeses dispersos por ambos mundos el símbolo de la región y de la raza. Así lo ha comprendido el escultor cuya obra vais a contemplar, haciendo surgir su estatua no como artificial coronación de un monumento de líneas arquitectónicas, sino como producto vivo que emerge de la roca por donde trepan peñas arriba los hijos predilectos de la imaginación de Pereda, el cortejo ideal de figuras que le acompaña a la inmortalidad.”

En efecto, lo más llamativo del monumento de piedra y bronce es lo que tiene de montaña en sí mismo (y es un monumento que La Montaña dedica a su hijo predilecto, que lo enseñorea en su cumbre) y el hecho de que los grupos escultóricos que pueblan su falda o zona alta representan diversos momentos -diversas obras- de la imaginación creativa del autor. A saber, según se consigna en el cartel explicativo que figura a sus pies, La leva (1871), El sabor de la tierruca (1882), Sotileza (1885), La Puchera (1889) y Peñas arriba (1895), si las nombramos cronológicamente.

Ahora bien, el problema para mí, como espectador, consistía en poder fijar a qué obra corresponde cada grupo escultórico e incluso (a la manera en que Erwin Panofsky hacía sus análisis iconográficos) situar la escena o pasaje que el escultor ha tenido en mente al realizar su trabajo. Lo primero que llama la atención es que se han elegido las obras más representativas del estilo más regional, más local y costumbrista diríamos, de la producción de Pereda (por ello se dejan de lado Pedro Sánchez o La Montálvez, o también sus novelas de tesis).


Una reposada lectura de sus obras y estudios sobre él (de Cossío o de Menéndez Pelayo) me ha llevado a la siguiente conclusión en cuanto a la fijación de las obras (luego fijaré pasajes y personajes en la medida de lo posible): mirando frontalmente la escultura nos encontramos con una escena de Sotileza en la base, la dedicatoria en el centro y a nuestro autor en la cima, con la pluma en mano, tomando apuntes del natural, como buen escritor -o pintor- realista. Si la rodeamos de derecha a izquierda observaremos grupos escultóricos que representan La Puchera (a nuestra derecha), El sabor de la tierruca (a espaldas de la montaña-monumento) y La leva (a nuestra izquierda). Cuando levantamos la vista vemos que en la zona alta, tanto a izquierda como a derecha (donde asoman dos osos en piedra), hay figuras representativas de Peñas arriba.


domingo, 9 de agosto de 2020

J.M.W. Turner y el nacimiento del paisaje romántico


¡La de veces que la habré contado en clase! Me refiero a la célebre anécdota en torno al pintor Turner y la creación del paisaje romántico.
Contaba yo que en un viaje en diligencia por los Alpes, en medio de una importante ventisca, uno de los pasajeros sacó la cabeza por la ventana y estuvo un buen rato en éxtasis contemplando las inclemencias del temporal. Al volver a sentarse normalmente tenía los ojos como perdidos, pues había visto algo que habitualmente no se ve y había tenido una experiencia estética que no corresponde a la dimensión de la belleza clásica sino de lo sublime romántico.

Recientemente, leyendo El arte del paisaje, de Kenneth Clark, me encuentro con la siguiente versión:

La relación existente entre la experiencia y la imaginación en la pintura de Turner es, de hecho, sumamente delicada. Si comparamos una de las versiones de Monet de la Gare St. Lazare, pintada en 1877, con Rain, Steam, Speed, pintado en 1843, es evidente que Monet, en dicho cuadro, está mucho más cerca de lo que todos podemos ver. Y la pintura de Turner nos parecerá una fantasía poética, sin relación con la experiencia. Pero refuta esta posibilidad el testimonio de Mrs. Simon. Esta señora se había sorprendido al ver a un anciano de cara afable, sentado frente a ella en el tren, asomarse a la ventanilla durante un aguacero torrencial y seguir así unos nueve minutos. Luego el anciano había entrado, la cabeza chorreando agua, y había mantenido los ojos cerrados durante un cuarto de hora. Entretanto la joven señora, llena de curiosidad, se asomó a la ventana y quedó empapada, pero vivió una experiencia inolvidable. Imagine le lector su deleite cuando en la Exposición de la Academia del año siguiente se encontró ante Rain, Steam, Speed, y al oír a alguien que decía en tono de burla: “Tenía que ser Turner. ¿Quién ha visto jamás semejante revoltijo?”, pudo contestar: “Yo.” De hecho, cuantos tuvieron la mala suerte de que les pillara la misma tormenta que a Turner, confirmaron que su observación era extraordinariamente exacta.”
(p. 145-6)

Como esta versión difería un poco de la que yo solía contar, me puse a pensar de dónde podría haberla sacado. Primero consulté La atracción del abismo, de Rafael Argullol, de donde proceden muchas de mis ideas sobre el paisaje romántico, pero allí no la encontré. Entonces busqué en Trías, Lo bello y lo siniestro, un libro que también marcó mucho el desarrollo de mis ideas sobre estética y allí di con el pasaje buscado. Se trata del segundo capítulo de la primera parte del libro, que reproduzco en su totalidad:

jueves, 6 de agosto de 2020

Joseph Conrad: LORD JIM. Notas sobre su narrativa

Me ha costado entrar en Lord Jim, como en casi todos los relatos de Conrad (excepto, tal vez Gaspar Ruiz, que me conquistó casi de inmediato). Recuerdo que fue casi un sufrimiento la lectura de El corazón de las tinieblas, y, sin embargo, al concluirla, tener la sensación de que había asistido (participado, más bien) en algo grande desde el punto de vista literario.
El agente secreto, aunque sólo por algunos episodios (el traslado de la familia, creo recordar) y ese relato magistral que es El alma de un guerrero me confirmaron que me encontraba ante uno de los grandes: tal vez no de la sección especial (Proust, Kafka, Mann...) pero sí de la 1ª categoría (y discúlpeseme el empleo de lenguaje fallero).

¿Qué es lo característico de su creación que consigue atraparme de tal manera? Yo diría que varias cosas:
- Primero: la sensación de experiencia que late bajo todos los relatos, experiencia vivida, contemplada o escuchada, pero experiencia real e inusitada. Ese fondo de aventura o hecho extraordinario que poseen sus obras.
- Segundo: el manejo del lenguaje propio de Conrad, su tendencia al gran estilo (de que hablaba Benet), con sus frases redondeadas y, a veces, acicaladas, que se leen como si fueran oráculos. Junto a ello el exquisito cuidado por desautomatizar la expresión (como si cada frase fuera una empresa única) y la maestría con que registra las hablas (o parloteos) circunstanciales que aparecen aquí o allá.
- Tercero: tal vez lo que más cuesta de Conrad, el complejo manejo de las voces narrativas y su ensamblaje (así como la disposición temporal) que hacen que el lector muchas veces vaya por sus páginas como perdido. Pero es que Conrad quiere transmitir un mundo complejo y confuso de una manera compleja y artificiosamente confusa. Es verdad, también, que esta aparentemente confusa complejidad es una de las cosas que nos atrapa de forma irresistible en este irreprochable universo narrativo.

lunes, 13 de julio de 2020

Freud y Saavedra Fajardo. Scherzo


En los años 1988-89 seguí un curso de la UNED, dirigido por la doctora Ana Martínez Arancón, que trataba sobre la “visión de la sociedad en la España del siglo de Oro”. El trabajo que presenté versaba sobre el pensamiento político de Saavedra Fajardo y su relación con el tacitismo de la época. Tras una inmersión de meses en el pensamiento y la obra de este excelente prosista (tal vez el mejor de nuestra literatura) me sentía yo tan embotado con sus ideas que se me ocurrió como terapia escribir una broma literaria y enviársela a mi tutora junto con el trabajo oficial. Así lo hice, fue de su agrado y es el escrito que ahora, más de 30 años después, recupero para este blog. Pasé un buen rato escribiéndolo y espero que a algún lector le divierta.




SAAVEDRA FAJARDO EN EL ORIGEN DE LA TEORIA PSICOANALITICA

(Scherzo)

Habría que analizar psicoanalíticamente ciertas declaraciones del Dr. Freud, ya que en ellas se suelen producir procesos de ocultación o mecanismos de condensación y desplazamiento como los que él estudió en el lenguaje onírico. Algo de esto ocurre en las celebérrimas palabras del Dr. Freud sobre la versión al castellano de sus Obras Completas. Allí declara que aprendió, sin maestros, la “bella lengua castellana” por “el deseo de leer el inmortal Don Quijote en el original cervantino”. Parece curioso que tan laborioso deseo no haya dado mayores frutos en su obra que la simple revisión de la traducción española. Pensamos, por el contrario, que en el nunca citado por él y siempre presente en su mente episodio de la cueva de Montesinos encontró el Dr. Freud más sugestiones para su teoría psicoanalítica que en las tan cacareadas referencias a Edipo Rey y Hamlet.

Y sin embargo, consideramos que la mención de Cervantes cumple en su escritura una clara función sustitutiva. No fue para leer “la inmortal obra” para lo que el eminente Dr. Freud aprendió, “sin maestros”, la bella lengua castellana, sino para leer a Saavedra Fajardo y sus Empresas políticas en su lengua original (1).

Hay en la Empresa 2 de dicho libro un fragmento que no dudamos debió impresionar vivamente el ánimo de quien entonces era joven lector. Reza así:

Es un potro la juventud, que con un cabezón duro se precipita y fácilmente se deja gobernar de un bocado blando. Fuera de que en los ánimos generosos queda siempre un oculto aborrecimiento a lo que se aprendió por temor, y un deseo y apetito de reconocer los vicios que le prohibieron en la niñez. Los afectos oprimidos (principalmente en quien nació príncipe) dan en desesperaciones, como en rayos las exhalaciones contenidas entre las nubes. Quien indiscreto cierra las puertas a las inclinaciones naturales, obliga a que se arrojen por las ventanas. Algo se ha de permitir a la fragilidad humana, llevándolas diestramente por las delicias honestas, a la virtud; arte de que se valieron los que gobernaban la juventud de Nerón”

Aquí está en potencia toda la teoría de la represión de los instintos del insigne Dr. Freud. Junto a ello, el uso de la elocuente expresión y la plástica y certera metáfora, cosas éstas que también aprendió el joven Freud en Saavedra Fajardo y que más tarde habrían de llevarle a merecer el premio Goethe (2) de las letras alemanas, y no precisamente por sus ideas innovadoras, sino por la elegancia y belleza de su prosa.