lunes, 5 de octubre de 2020

Natalia Ginzburg: Sobre el arrepentimiento y el perdón

 


En nuestro tiempo, en que con tanta frecuencia se reclama al Papa que pida perdón por los crímenes de la Inquisición, o a España por los de Hernán Cortés, o al torero, que le pida perdón al toro antes de entrar a matar, resultan luminosas las palabras de Natalia Ginzburg a propósito de los procesos por terrorismo en la Italia de los 80.


«Perdón» y «arrepentimiento» son palabras que pertenecen a nuestra vida privada, individual e íntima. Son también palabras que pertenecen a nuestra vida oculta. El hecho de verlas utilizadas continuamente en la vida política y pública, como se hace en Italia desde hace algunos años, produce un profundo malestar. De ese modo se corrompe la verdad del arrepentimiento y la verdad del perdón. Si en lugar de utilizar la palabra «perdón» en relación con el terrorismo, en la vida pública se utilizara la palabra «indulto», sería mejor para todos. Parece un detalle irrelevante, pero no lo es. Cada palabra debería utilizarse en su contexto adecuado. La palabra «perdón», utilizada por el Estado en relación con el terrorismo, produce malestar, porque nos parece sacada de su contexto adecuado. El Estado no tiene el poder de perdonar. Tiene el poder de «indultar», es decir de devolver la libertad a alguien a quien se la haya quitado. Del mismo modo, también la palabra «arrepentimiento» está sacada de su contexto adecuado cuando es utilizada por el Estado en relación con los terroristas. El arrepentimiento de quien haya cometido actos de violencia o de sangre, o de quien haya inducido a otros a cometerlos, tiene lugar en el secreto de su espíritu, se traduce en actos y pensamientos individuales y no debería tener ningún tipo de resonancia pública.

 Puede ser también un arrepentimiento completamente sincero, pero en el momento nadie es capaz de conocer su sinceridad, su dolor, su intensidad y su medida. Los terroristas que han hablado en los interrogatorios y revelado el nombre de sus compañeros, han mejorado su propia situación personal y el Estado ha obtenido un beneficio de ello. Se les llama «arrepentidos», pero la definición es falsa, porque de su arrepentimiento nadie es capaz de saber nada. Y se muestra todavía más falsa en el caso de los dissociati (disociados),* que han renegado del tiempo pasado en las filas del partido armado, pero se han negado a pronunciar los nombres de sus compañeros. Su situación personal no ha permanecido del todo inalterada, puesto que han obtenido algunas reducciones de pena y disfrutado de algunos beneficios legales. Pero ha permanecido inalterada la atmósfera que los rodeaba. Para ellos, no se ha hablado de arrepentimiento. En realidad el verdadero arrepentimiento nace en una zona desconocida para todos. En ella nace y en ella echa raíces y ramas. Puede durar toda una existencia, de modo que solo después de años y años se podrán distinguir sus signos desde fuera. No aporta ventajas prácticas ni utilidades de ningún tipo. Es un sentimiento de naturaleza privada y secreta. El verdadero arrepentimiento y el verdadero perdón son completamente gratuitos y, en la mayoría de los casos, secretos y silenciosos. No se les puede dar ninguna finalidad ni instrumentalizarlos de forma alguna. Todo esto es obvio, pero no parece que nadie haga hoy nada por recordarlo. El arrepentimiento y el perdón son sentimientos humanos. Y como todos los sentimientos humanos, nacen entre conflictos interiores, y, como todos los sentimientos humanos, cambian y se transforman a cada instante. Así, uno siente a veces un inmenso remordimiento por haber herido o por haber matado, y a veces siente de nuevo odio y deseo de destruir, mientras que otras se ve invadido en cambio por una fúnebre indiferencia. Y uno a veces siente que perdona a quien le ha hecho daño, y a veces siente que se apodera de él una furia ciega. Los sentimientos humanos nunca son inmóviles. Somos conducidos en una dirección o en otra por fuerzas que no sabríamos cómo llamar, y lo que nos conduce en la dirección adecuada y vital es algo que tampoco sabríamos cómo definir, pero que de vez en cuando llamamos razón, salud moral, amor al prójimo, misericordia de nosotros mismos o del prójimo, o alma. Hace unos días Andrea Casalegno, hijo de Carlo, ha dicho a propósito del perdón unas palabras enormemente justas y verdaderas. Ha dicho: «Si yo perdono o no, no debe interferir en absoluto en el Estado, en las leyes de nuestro Estado. Cuando oigo decir: vamos a escuchar lo que dicen los familiares de las víctimas del terrorismo, me quedo espantado. Sus sentimientos, sus tomas de posición, sus palabras, no deben tener ninguna relevancia para el Estado. Son las leyes las que deben intervenir». Es deber de la justicia tratar de reconstruir la verdad, juzgar a los culpables y absolver a los inocentes. Es deber del Estado preocuparse de los familiares de aquellos a quienes las Brigadas Rojas o las Brigadas Negras, la mafia o la camorra han asesinado. Preocuparse de ellos, compartir sus desgracias y pérdidas, no quiere decir sin embargo preguntarles sobre lo que piensan o sienten para conocer la medida de su odio o de su perdón y hacerlos públicos, y utilizarlo en un sentido o en otro. Quiere decir darles la sensación de que no se les ha olvidado, de que la verdad se estudiará e indagará hasta el final. No nos parece que el Estado italiano haya hecho esto, o que lo haya hecho suficientemente y siempre. Es deber del país dar cabida a la memoria de los muertos. No nos parece que esto se haya hecho. Tenemos la constante sensación de que el país rechaza cada vez más la memoria de los muertos. Los muertos son muertos y no son noticia. Son noticia en cambio los terroristas, los arrepentidos y el perdón. Gran parte de las matanzas ha permanecido sin nombre, y el silencio ha descendido sobre los muertos y sobre los familiares de los muertos. Hace unos días, un niño, el hijo de una de las ocho víctimas de la matanza mafiosa de 1984 en Palermo, envió, refieren los periódicos, «una desconsolada carta de perdón a un periódico escolar nacional». El presidente de la Región siciliana, el honorable Nicolosi, fue a visitarlo y pasó un largo rato con él. «Tu carta —dijo— es un gran ejemplo de conciencia civil. Ejemplo que deberá ser seguido por respuestas concretas de las instituciones.» Esta segunda frase no la entiendo. Quizá los periódicos la hayan referido de forma inexacta o incompleta. ¿Qué quiere decir? ¿Cuáles podrán ser las «respuestas concretas» de las instituciones? ¿Tratar de hacer lo posible para que no haya más matanzas? Ciertamente, pero ¿es necesario para eso la carta de perdón de un huérfano? ¿O significa que a su vez las instituciones serán clementes al juzgar los crímenes mafiosos? ¿Queremos perdonar a la mafia? No creo que sea este el sentido de la frase, no me parece posible. Sea como sea, ¿qué relación hay entre las instituciones y el perdón de un niño? Nadie parece pensar nunca en los familiares de los muertos, pero cuando se quiere simular que se piensa en ellos, hay algo en esta actitud que nos produce malestar, algo de lo que nos parece tener que desconfiar. No he leído la carta del niño. Seguramente era hermosa, y además un niño siempre es un niño, y un huérfano siempre es un huérfano, y cuando un niño ha perdido a su padre en un suceso sangriento, solo podemos sentirnos conmovidos e iluminados al conocer sus palabras de perdón. Las palabras de un hijo que perdona a los asesinos de su padre son generosas. Son «un gran ejemplo de conciencia civil». Es verdad. No es verdad sin embargo lo contrario: que no perdonar sea una falta de conciencia civil. La conciencia civil tiene fisonomías diferentes, y es conciencia civil también la furia ciega y la desolación, cuando nos atormenta el recuerdo de un ser querido, asesinado no se sabe por quién ni por qué. Si pensamos qué es en realidad el perdón, y qué es en realidad el arrepentimiento, nos produce náuseas ver cómo se han utilizado equivocadamente en la vida pública. Nos produce náuseas encontrarlos en los periódicos, observarlos en las pantallas televisivas. Porque no existe ninguna relación entre la intimidad y la complejidad de estos sentimientos y la vida política o pública. Se habla de «problema moral». Pero el problema moral no es solo pedir que en la vida política o pública nos abstengamos, como en cualquier otra parte, de cometer hurtos, engaños o manejos. Es también respetar las palabras, defender la salud de las palabras. Tratar de situarlas siempre en el contexto adecuado.


Enero de 1988


* Figura del ordenamiento jurídico italiano. Designa al imputado que, especialmente en los procesos por terrorismo, pese a reconocer el error de sus propias posiciones o acciones, se niega a colaborar con la justicia.


N.B. La traducción es la de Flavia Company y Mercedes Corral, Ensayos, en Lumen, a las que corrijo sólo un error flagrante, frecuente en las traducciones del italiano: pongo “periódico escolar nacional” en lugar de “periódico escolástico nacional”. Ni que estuviéramos tratando con Tomás de Aquino o Francisco Suárez...

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