Hablaba hace poco con Joan Carles Simó de teatro y de la importancia de los montajes que marcan época. Recordamos el celebérrimo de Antaviana, por el grupo Dagoll Dagoom, en el Valencia Cinema.
Hoy leo en la prensa la noticia de la muerte de Rosa Novell y recuerdo que en 1984 pude presenciar uno de esos montajes que se te quedan grabados en la memoria de por vida. Fue en el María Guerrero de Madrid, Oh, els bons dies, de Samuel Beckett, dirigido por Sanchis Sinisterra. Ha llovido desde entonces, pero el extraordinario papel de Winnie que realizó Rosa Novell perdura en la memoria. Sabemos que el personaje está enterrado de medio cuerpo durante el primer acto, y que solo asoma la cabeza en el segundo acto, mientras entre la podredumbre canta su canción de los días felices. Cuando, al final de la obra, salió de su encierro la actriz para recibir los aplausos se movía con considerable torpeza, fruto de la incómoda postura a que había sometido su cuerpo (¿qué es el cuerpo de un actor?, pregunta que me hago desde hace tiempo y no me abandona), pero el brillo de sus ojos seguía siendo el mismo que el de Winnie, ese que no se apaga en la memoria.
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