Don Santiago, nuestro eminente científico, que fue Premio Nobel de Medicina en 1906, es también un autor con una cultura humanística más que notable y una muy sabrosa prosa. Entresaco algunos aforismos de su libro Charlas de café, que no es sino una recopilación de ellos:
La multitud de relaciones sociales requiere cultivo asiduo y servicios mutuos, cosas difícilmente compatibles con una vida de concentración intelectual y de labor fecunda. Casi todos los grandes creadores fueron solitarios.
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Ansiamos parecer simpáticos; así muy pocas veces nos detenemos a averiguar si las personas con quienes gastamos prosa y finezas las merecen de veras. Conducta prudente será, antes de franquearse y enternecerse con alguien, hacerle hablar mucho para concerle bien. Sacudamos el cerebro del interlocutor, a fin de ver si suelta necedades o frutos sabrosos. Y ajustemos nuestra conducta al valor del fruto recogido.
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Quienes extrañan la insinceridad de la Historia, ¿escribirían la propia franca e ingenuamente? De ordinario, toda autobiografía se reduce a una colección de nenúfares recogidos en charca pestilente.
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Gran deleite procura la lectura de los buenos autores; pero, en compensación, nos acarrean muchas desilusiones. Porque en esas páginas febrilmente devoradas, solemos sorprender, ¡quién lo dijera!, los pensamientos más íntimamente nuestros. A menudo, después de acabar una lectura atrayente, pensamos, con amargura y desaliento: ¡Nos han plagiado!
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La gloria no es otra cosa que un olvido aplazado.
Conviene, sin embargo, no extremar la profecía y confiar en que, si hemos labrado algo útil, el olvido clemente prorrogará un tanto sus plazos.
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