Antes que el tiempo expire,
nuestras manos
Océano de piedad, luz honda de
mujer,
levadura del tiempo mientras el
tiempo exista,
el tacto y el olfato y la lengua
y la vista,
junto a tu cuerpo son maneras de
nacer.
El hombre es taciturno y nace
para ser
desgraciado, perdido, sin nada
que lo asista.
Y esto es horrendo, inicuo, y no
hay quien lo resista
si no puede mirar, tocar, besar,
lamer, morder.
Ella pone pomada, ella pone
vendaje,
ella amortigua el triste absurdo
del viaje,
ella es el centro, el único
lugar adonde ir.
Los hechos y los años son
mentira y estrépito,
y el destino es un mudo
miserable y decrépito.
Sin mujer en las manos lo mejor
es morir.
Félix
Grande: Las Rubáiyátas de Horacio Martín.
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