La personificación o prosopopeya, figura
que consiste en atribuir cualidades humanas a seres inanimados, es una figura
muy usada y de un rendimiento emocional extraordinario. Traeré algunos ejemplos
notables.
En el primer capítulo de Años de penitencia, el primer tomo de
las memorias de Carlos Barral, asistimos a un uso magistral de la
personificación. Hablando de los primeros tiempos de una muy triste postguerra,
hacia 1940 y 41, leemos lo siguiente:
“En la
Vía Layetana de mi recuerdo unos pocos
cafés destartalados y muy pocas tiendas se asomaban a la calle con extraña timidez,
diría que con vergüenza. El comercio renacía como excusándose.”
No deja de recordarnos –por la
personificación aplicada a una ciudad- el célebre comienzo de La
Regenta de Clarín:
“La heroica ciudad dormía la
siesta.” Y poco después: “Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en
lejano siglo, hacia la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba
oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro,
que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica.”
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