Siempre
me ha llamado la atención la reiteración del término en las Coplas
de Jorge Manrique.
Aparece
en la copla XIX, cuando evoca a Enrique IV de Castilla:
Las
dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan fabridas,
los enriques y reales
del tesoro,
los jaeces y caballos
de su gente, y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan fabridas,
los enriques y reales
del tesoro,
los jaeces y caballos
de su gente, y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?
(donde
“fabridas” vale por bruñidas, resplandecientes).
Y
vuelve a aparecer en la copla XXIX, tratando ya del elogio de su
padre don Rodrigo:
No
dejó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas,
ni vajillas,
mas hizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
y sus villas.
Y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.
ni alcanzó muchas riquezas,
ni vajillas,
mas hizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
y sus villas.
Y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.
¡Qué
importancia le daban a las vajillas!, pensaba yo, sin llegar a
aquilatar el alcance que podía tener el vocablo en el siglo XV. Es
verdad que las dos veces aparece rodeada de términos como “tesoro”,
“riqueza”, “oro”, y que, por tanto, viene a funcionar como
sinónimo de ellos.
Recientemente,
la lectura de El
burgués, de Werner
Sombart, me ha aclarado un tanto el porqué de esa reiteración.
En
su estudio del origen y evolución del espíritu del capitalismo
Sombart refiere cómo en la Edad Media se produjo una fiebre de
acumulación de tesoros
de oro y plata, que toca a su fin hacia el siglo XII, cuando empieza
a valorarse como
metal acuñado en forma de dinero.
Pues bien, lo llamativo es que los primitivos tesoros de la alta Edad
Media solían tener, muy frecuentemente, la forma de vajillas de oro
y plata. La primitiva acumulación de tesoros en España se prolongó
hasta los siglos de Oro. Y aquí procede entonces el párrafo de la
obra de Sombart que resulta grandemente aclaratorio para nuestras
coplas.
“Todavía
en los siglos XVI y XVII se llenaba la casa española de utensilios
de oro y plata. A la muerte del duque de Alburquerque se necesitaron
seis semanas para pesar y tomar nota de sus objetos de oro y plata;
tenía, entre otras cosas, 1400 docenas de platos, 50 bandejas
grandes y 700 pequeñas, 40 escalerillas de plata para alcanzar la
parte superior de los aparadores. El duque de Alba, que no tenía
fama de ser especialmente rico, dejó, sin embargo, 600
docenas de platos, 800 bandejas, etc., todo de plata.” (op. cit.
Pág. 37)
Así
las cosas, tenemos que entender que en época de Jorge Manrique
(segunda mitad del siglo XV) las vajillas
constituían la manifestación más palpable de la riqueza de los
señores. De ahí la insistencia de nuestro poeta. Aunque también es
perceptible en la copla XIX, con la referencia a “los enriques e
reales / del tesoro”, tipos de monedas de oro y plata, el
anuncio de la economía
dineraria (monetaria)
que acabaría
imponiéndose.