miércoles, 4 de mayo de 2022

Fray José de Sigüenza: el mejor prosista español probablemente

 

En su ensayo sobre “La seriedad del estilo” (recogido en La inspiración y el estilo, 1966) deja caer Juan Benet la siguiente observación: “En nuestro país no es posible hablar de la mejor calidad de nuestra prosa sin tropezarse con el inevitable padre Sigüenza.” Intentaré en este escrito aclarar las razones de los adjetivos que dedica a su prosa y al padre.


Todo empieza en Menéndez Pelayo (¡como tantas cosas!). En el capítulo 11, del tomo 1 de su Historia de las ideas estéticas, dedicado a los “Tratadistas de artes plásticas”, aparece el siguiente pasaje:


y si se reunieran los juicios de pintores y de cuadros esparcidos por la Historia de la Orden de San Jerónimo, del P. Sigüenza, estilista incomparable, bajo cuya mano los secos anales de una Orden religiosa, enteramente española, y no de las más históricas, se convirtieron en tela de oro, digna de los Livios y Xenophontes, tendríamos un Salón no desapacible, que quizá convidaría a muchos profanos a la lectura completa de este grande y olvidado escritor, quizá el más perfecto de los prosistas españoles, después de Juan de Valdés y de Cervantes. No diré que las ideas del P. Sigüenza sobre el arte tengan el alcance ni la trascendencia de sus meditaciones sobre la teodicea o sobre la filosofía de la historia, pero indican algo, todavía menos frecuente que las nociones estéticas en los que no son artistas; es decir, la emoción personal y viva enfrente de las obras de arte, y la facilidad para expresarla.”


Subrayo las apreciaciones destinadas a tener largo recorrido: la perfección de su estilo y el hecho de ser uno de los más perfectos prosistas españoles (por más que olvidado y poco conocido).


Menéndez Pidal, por su parte, lo incluye en su Antología de prosistas españoles (de 1899, aumentada en 1917), junto con Fernando de Rojas, el anónimo autor del Lazarillo, los dos Luises (Granada y León), Cervantes, santa Teresa, Quevedo, Gracián y otros muchos eximios prosistas; pero donde -en mi opinión- hay una ausencia imperdonable: la de don Diego Saavedra Fajardo. Pidal repite el juicio de Pelayo (el parangón con Juan de Valdés y Cervantes) y selecciona un par de textos muy representativos de su estilo.


Unamuno, a quien Abraham Waismann en el prólogo a La sabiduría de la vida, de Schopenhauer, ed. Porrúa, llama “gran hurgador de rarezas y cosas ocultas” (así descubrió a Kierkegaard o la hispanofilia del filósofo alemán), también se topó con el padre Sigüenza, al que confiesa haber leído detenidamente en su libro de viajes Andanzas y visiones españolas, 1920. Allí desgrana, en diversos ensayos, juicios muy elogiosos sobre él y cita fragmentos muy sugestivos de su obra.


Del ensayo titulado “En Yuste” recojo (y subrayo) el siguiente pasaje que sintetiza, podríamos decir, su consideración: “Uno de los más grandes escritores con que cuenta España –y en el respecto de la lengua, si otros le igualan, no se puede decir que haya quien le supere– es el P. fray José de Sigüenza [...] Su Historia de la Orden de San Jerónimo está libre de las pedanterías estilísticas y lingüísticas del siglo XVII [la publicó en 1599], y que es una de las obras en que más sereno, más llano, más comedido y más grave y más castizo discurre nuestro romance castellano.


Hasta aquí todo casa bien (en esa línea de grandes ensayistas y pensadores de nuestra tradición que constituyen los dos Menéndez y Unamuno), pero más extraño nos resulta encontrar lo siguiente en una carta que le escribe Luis Cernuda, exiliado, profesor en Cambridge, a su amiga Nieves Matthews (hija de Salvador de Madariaga) el 1 de octubre de 1942:


Me falta concentración hasta para leer. Y eso que trato de releer, por cuarta o quinta vez, a Fray José de Sigüenza, el mejor prosista español probablemente. ¿Le conoces?” (Tomado de Rafael Martínez Nadal: Luis Cernuda. El hombre y sus temas, Hiperión1983, quien anota: “Parece recoger al pie de la letra el juicio de Unamuno sobre el autor de Historia de la Orden de San Jerónimo.” Subrayado mío.)


Después de lo que llevamos visto ¿no resulta casi inevitable lo que dice Benet en las líneas con que abríamos este post?


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