El profesor de COU a veces ensayaba la interpretación psicoanalítica en clase. Entonces tenía una devoción inmensa por Freud, como pensador y como escritor. Hoy en día es más escéptico al respecto. Los tipos de hermenéuticas absolutistas -como el psicoanálisis o el marxismo-, que siempre encuentran la debilidad o contradicción soterrada en tu oposición a su verdad incuestionable, me provocan un rechazo no solamente instintivo, sino racional. Pero entonces, repito, me gustaba lanzarles retos a mis alumnos y abrirles la mente con discursos que cuestionaban nuestros modos habituales de ver la realidad. Esos que provenían de la escuela de la sospecha. Alguna vez leímos en clase el prodigioso relato Emma Zunz, de Borges, y ensayé ese tipo de hermenéutica. Ahora, años después, lo recojo en el blog a modo de operación nostálgica, y valga por lo que valiere:
Empezaremos por resumir este cuento de Borges que reclama (a gritos, en mi opinión) una interpretación psicoanalítica.
Emma Zunz, empleada de la empresa Tarbuch & Loewentahl en Argentina, recibe una carta donde se le notifica la muerte de su padre, en Brasil, a causa de haber ingerido una fuerte dosis de veronal. Emma atribuye este suicidio a una cadena de desgracias que comenzó cuando su padre fue acusado de desfalco en la empresa en que trabajaba, desfalco que -le confesó su padre- fue cometido por Loewentahl, antes gerente y ahora dueño de la empresa. Inmediatamente Emma trama una venganza descomunal: concierta una cita con Loewentahl para comentar asuntos de trabajo, se acerca al puerto y se deja poseer por un marinero extranjero, más tarde mata a Loewentahl y declara a la policía que lo mató porque había abusado de ella. El relato termina así:
"La historia era increíble, pero se impuso a todos porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios."
martes, 28 de abril de 2020
lunes, 20 de abril de 2020
Un magnífico ensayo de evocación de la infancia: "Recobro de Tembleque", de Jorge Mañach
Como sabéis, uno de los objetivos de este blog es dar a conocer por el ciberespacio textos inéditos o poco conocidos del grandísimo escritor Jorge Mañach, el Ortega y Gasset cubano, por decirlo así, o "la mejor prosa de América", como también fue denominado. El caso es que cuando me disponía a teclear una maravilloso ensayo de evocación de su infancia manchega, titulado "Recobro de Tembleque", y que se encuentra recogido en su libro Visitas españolas, me encontré con un magnífico post, en el blog Todo Tembleque, que elabora un vecino de la población llamado Pedro Casas, dedicado a su figura, con muchísima información gráfica y textual, y en el que figura el ensayo referido, en este enlace de drive: https://drive.google.com/file/d/0B_vOv87odqZPbkdUUzJsSklhZk0/view
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domingo, 12 de abril de 2020
Cómo leía Menéndez Pelayo, según Gregorio Marañón
Releyendo unas páginas de Gregorio Marañón, en que evoca sus recuerdos infantiles de Don Marcelino, encuentro la respuesta a una pregunta que me planteaba yo en un lejano post (https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2014/07/menendez-pelayo-peter-kien-y-los-e-book.html), aquel que trataba de Pelayo, Kien y los e-books, y donde comentaba el encuentro con un guía-hagiógrafo de la casa natal del ilustre santanderino y la anécdota que nos contó de los 30 libros diarios que leía. Pues bien, el hagiógrafo basaba su anécdota en este texto de Marañón:
Al
lado de estos recuerdos profundos están otros más epidérmicos,
pero a veces más pintorescos. Recuerdo, por ejemplo, la impresión
que nos hacía de muchachos el ver la multitud de libros que don
Marcelino llevaba siempre en el bolsillo, cuando hacía su viaje en
el tranvía de vapor desde su casa a la playa de El Sardinero; ya
deteniéndose en casa de Galdós, ya continuando sin interrupción el
viaje de vuelta a la capital. Muchas veces le acompañamos, sentados
silenciosamente a su lado. Uno de sus biógrafos dice, informado por
admiradores apasionados del maestro, que este leía los volúmenes
inagotables que exigía su sed de saber, de cabo y rabo y con
minuciosa atención. Esto no es cierto. Sin duda se eternizaría
leyendo y desmenuzando los libros fundamentales. Pero en las obras y
documentos que le servían de información habitual o que tenía que
leer por compromiso o con la esperanza de encontrar algún dato útil
a su labor, es cierta, certísima la fama de la asombrosa rapidez con
que los devoraba.
Un
volumen corriente de 300 o 400 páginas no duraba para su atención
de lector más que unos quince a treinta minutos, y a veces menos.
Con instinto maravilloso, agudizado por la experiencia de inigualado
lector, sabía, desde que abría el volumen, dónde estaban esas dos
o tres páginas esenciales que tienen todos los libros, ese “algo
bueno” que contiene hasta el libro más malo, según la sentencia
que Don Quijote no inventó, pero sí inmortalizó. Y, sin vacilar,
sin rodeos vanos, por la selva de la retórica, se iba derecho hacia
esas páginas, sin que el instinto le fallase jamás. El lector más
atento de cualquiera de esas obras no podría dar cuenta de su
contenido, después de varias horas de su lectura, como la daba el
maestro, tras aquel vuelo rapidísimo sobre sus páginas, que tenía
mucho de juego de mental prestidigitación.
Con
esta técnica despachaba tres o cuatro volúmenes en cada viaje. El
examen del último ocurría, por lo común, durante la estación que
al terminar hacía, antes de entrar en su casa, en el famoso café
del Áncora, famoso sobre todo por haber sido durante tantos años
objeto de las visitas sistemáticas del insigne escritor.
(Gregorio
Marañón, en “Menéndez y Pelayo y España (Recuerdos de la
niñez)”, recogido en Tiempo
viejo y tiempo nuevo.)
Sólo que el hagiógrafo había multiplicado por diez los datos enunciados por Marañón.
martes, 7 de abril de 2020
Una anécdota de Galdós contada por Marañón: La piedra en la bicha
En su libro Elogio y nostalgia de Toledo, cuenta Gregorio Marañón una anécdota de Pérez Galdós, a quien conoció bien, que me resulta entrañable. Por eso la copio aquí:
LA PIEDRA EN LA BICHA
Símbolo del amor de Galdós a la Catedral es una pequeña historia, en la que bajo el aire de infantil travesura que tantas veces tomaban sus expansiones, aun siendo ya viejo, puede encontrarse la expresión de un ansia subconsciente de unir su personalidad efímera a la inmortal perennidad del monumento. En la fuente de los Doce Caños recogió un día una piedrecilla, pulida como un diamante, y quiso dejarla en la iglesia donde nadie la pudiera descubrir ni quitar. Para ello, con la complicidad del campanero, a la hora en que la nave estaba solitaria, introdujeron, con no poco esfuerzo, la pedrezuela en la boca de una de las bichas de bronce que sostienen el cuerpo del púlpito del Evangelio, en el crucero de la Catedral. Bastaba explorar con el dedo meñique las fauces del pequeño monstruo para tocar allá adentro el canto de Galdós. Su mano guió la mía, con satisfacción que no olvidaré nunca, la primera vez que me confió el secreto; y recuerdo que yo era tan pequeño que tuve que subirme en una silla para cumplir el rito.
Ahora la piedra ha sido extraída, y seguramente por mi culpa, pues no tuve la continencia suficiente para guardar el secreto, e hice que la tocasen demasiadas personas entre las muchas devotas del gran creador a quienes, en tantos años, he servido de guía toledano. Hasta presumo quién dio la orden de extirpar la profana reliquia, que no era profana, porque el hombre que la puso allí sentía, ya lo he dicho, la emoción religiosa de España, que en Toledo tiene su más alto símbolo, con la misma profundidad que los obreros medievales que, sillar sobre sillar, alzaron la bóveda del crucero, como una oración que aspirase a no extinguirse a través de la Eternidad.
LA PIEDRA EN LA BICHA
Símbolo del amor de Galdós a la Catedral es una pequeña historia, en la que bajo el aire de infantil travesura que tantas veces tomaban sus expansiones, aun siendo ya viejo, puede encontrarse la expresión de un ansia subconsciente de unir su personalidad efímera a la inmortal perennidad del monumento. En la fuente de los Doce Caños recogió un día una piedrecilla, pulida como un diamante, y quiso dejarla en la iglesia donde nadie la pudiera descubrir ni quitar. Para ello, con la complicidad del campanero, a la hora en que la nave estaba solitaria, introdujeron, con no poco esfuerzo, la pedrezuela en la boca de una de las bichas de bronce que sostienen el cuerpo del púlpito del Evangelio, en el crucero de la Catedral. Bastaba explorar con el dedo meñique las fauces del pequeño monstruo para tocar allá adentro el canto de Galdós. Su mano guió la mía, con satisfacción que no olvidaré nunca, la primera vez que me confió el secreto; y recuerdo que yo era tan pequeño que tuve que subirme en una silla para cumplir el rito.
Ahora la piedra ha sido extraída, y seguramente por mi culpa, pues no tuve la continencia suficiente para guardar el secreto, e hice que la tocasen demasiadas personas entre las muchas devotas del gran creador a quienes, en tantos años, he servido de guía toledano. Hasta presumo quién dio la orden de extirpar la profana reliquia, que no era profana, porque el hombre que la puso allí sentía, ya lo he dicho, la emoción religiosa de España, que en Toledo tiene su más alto símbolo, con la misma profundidad que los obreros medievales que, sillar sobre sillar, alzaron la bóveda del crucero, como una oración que aspirase a no extinguirse a través de la Eternidad.
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sábado, 4 de abril de 2020
Búfalo-Bill, según Emilia Pardo Bazán
Doña Emilia fue una mujer intrépida y de una curiosidad inmensa. Viajó muchísimo, vio todo lo que pudo ver y escribió con firme pluma sobre ello. En 1889 se acercó a París para asistir a la Exposición Universal (para la que se construyó la Torre Eiffel). De todo lo que vio da cuenta en sus libros de viajes Al pie de la Torre Eiffel y Por Francia y por Alemania. De este último recojo un fragmento en que habla del famoso personaje Búfalo-Bill. Me llama especialmente la atención su visión del personaje como figura teatral principalmente (como años después lo mostraría en un filme Robert Altman) y, sobre todo su premonición del cine y cómo intuye el futuro del western como epopeya americana, cuando dice: "Las praderas tendrán su Romancero en el siglo que viene, y acaso Búfalo-Bill será el Cid Campeador de esas futuras canciones de gesta". Muy penetrante nuestra querida gallega. No tiene desperdicio nada de lo que escribe.
Mucha
gente elegante acudió también a las representaciones de
Búfalo-Bill, que son otra prueba de esa transformación del gusto
teatral a que he aludido. Vengo notando que , en el teatro, la
geografía y ciencias afines sustituyen gradualmente a la historia
pura, y que si en el siglo pasado despertaban ardiente curiosidad las
aventuras y andanzas de Belisario, Bayaceto o Mitrídates, hoy nos
perecemos por averiguar cómo viven los indios bravos o cómo se las
ingenian los lapones para cazar el reno. Búfalo-Bill tampoco tiene
argumento;
nada inventado, ningún elemento literario, nada en que tome parte la
imaginación del escritor; y sin embargo, causa impresión estética
por la misma realidad que entraña. El espectáculo que ofrece
Búfalo-Bill no es sino reproducción de su propia vida en las
fronteras de Oeste salvaje.
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