viernes, 17 de septiembre de 2021

De la credulidad de los incrédulos (Chesterton y Chateaubriand)

 

Hace ya años, en clase, ante los jóvenes descreídos (“Yo me niego a leer la Biblia”, decía uno de ingrato recuerdo, “me da asco.”) que difícil era con frecuencia intentar desterrar una superstición o la creencia en horóscopos, por ejemplo. Pedía ayuda en mi interior al benedictino Feijóo, que me echara una mano en mis argumentos, pero la contumacia en el error no mostraba grietas.

Eso me trae a la memoria esa máxima apócrifa de Chesterton, que tanto me gusta (me parece tan perspicaz y certera), y que reza así:

"Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo."

Hoy, leyendo El genio del Cristianismo, de mi admirado Chateaubriand (¡qué prosa maravillosa la suya!); me encuentro con el siguiente pasaje, que prefigura la máxima de marras:

On est bien près de tout croire quand on ne croit rien; on a des devins quand on n'a plus de prophètes, des sortilèges quand on renonce aux cérémonies religieuses, et l'on ouvre les antres des sorciers quand on ferme les temples du Seigneur.”


Que traducido (bien y anónimamente en mi vieja y sencilla edición de Sopena) resulta:


Muy cerca se está de creer todo cuando nada se cree; hay adivinos cuando no hay profetas, sortilegios cuando se prescinde de las ceremonias religiosas, y las cavernas de los hechiceros se abren cuando se cierran los templos del Señor.”

lunes, 16 de agosto de 2021

“La foudre qui fût tombée à mes pieds...”: breve historia de una expresión afortunada (El rayo que no cesa de Chateaubriand a Cela)

 

Al ínclito François René de Chateaubriand debemos la expresión de sorpresa (una comparación hiperbólica negativa) que habría de tener extraordinaria fortuna en el mundo de las letras posterior.


En su impagable novelita René (1802), hacia la parte final, cuando el melancólico protagonista recibe la carta de su hermana Amélie (su único consuelo y su secreta pasión) en que le declara su intención de entrar en un convento para consagrarse a la vida religiosa y, por tanto, separarse definitivamente de él, su reacción ante la inesperada noticia se describe así:


La foudre qui fût tombée à mes pieds ne m´eût pas causé plus d´effroi que cette lettre.”


En la traducción española que tengo (de Manuel M. Flamant, que lo tradujo a mediados del XIX) suena así:


Un rayo que hubiese caído a mis pies no me hubiera causado el espanto que esta carta.”


A Chateaubriand debió gustarle la expresión, pues la utiliza, de forma similar, en diversos momentos de sus tardías Mémoires d´Outre-tombe (1848):


lunes, 9 de agosto de 2021

Tangencias inauditas: el orinal de plata (Carpentier y Blasco Ibáñez)

 

Todos conocemos ese brillantísimo comienzo del Concierto barroco, de Alejo Carpentier, en que el Indiano (personaje principal de la novela y dueño de minas de plata en México) prepara su viaje a Europa, y como va guardando en su baúles sus innúmeros utensilios de plata. La muy retórica enumeración (que juega con la repetición, la anáfora, la paronomasia, la aliteración…) termina con un efecto cómico: el Indiano orinando sobre una bacinilla de plata y el efecto a plata que produce la espuma de su pipí. Se diría un nuevo Midas que tiene la facultad de producir plata -ya no oro- con su cuerpo.


De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo eso se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia de Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba con un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...

lunes, 2 de agosto de 2021

Mis películas favoritas

 

La reciente contemplación de En el curso del tiempo, de Wim Wenders, que fue mi película fetiche durante una época, me lleva a la reflexión sobre la evolución de mis gustos en cine y sobre la serie de películas que en cada momento fueron mis preferidas.


En la época prehistórica de mi infancia (antes del descubrimiento del cine), aparte de reírme con Charlot o el Gordo y el Flaco, recuerdo lo muchísimo que me gustó El tulipán negro, con Alain Delon y Virna Lisi (años después la volvía ver y me pareció mala de consideración). Pero también en mi infancia descubrí Los siete samuráis, de Kurosawa, que todavía hoy me encanta (con un personaje fascinante: el samurái serio, reservado, que sólo aspira a la perfección en su arte).


Mi historia de amor con el cine comienza con el cine-club del colegio de los Salesianos de la avenida de la Plata, cuyas sesiones tenían lugar los viernes por la noche, al terminar la semana escolar, y que se creó cuando yo tenía unos 16 años, edad propicia para iniciarme como espectador reflexivo. Allí, con los análisis posteriores a la proyección, descubrí que el cine era un arte (las películas de arte y ensayo, como entonces se las llamaba) y descubrí autores como Sam Peckinpah, Joseph Losey, Arthur Penn, Stanley Kubrick… Probablemente mi primera película favorita fue Grupo salvaje, de Peckinpah, por las disecciones que llevábamos a cabo, en que se nos mostraba cómo la violencia se podía intensificar a través del montaje. Pero por poco tiempo: enseguida se impuso 2001: una Odisea del espacio, con aquella danza de la tecnología avanzada y la más asombrosa elipsis de la historia del cine (el hueso-instrumento que lanza el simio al aire y que baja como nave espacial).

viernes, 9 de julio de 2021

El pintor Antonio López habla de Clarín y Galdós

 

Leo, en una entrevista reciente a Antonio López, lo siguiente:


XL. ¿Le queda tiempo para leer?

A.L. Siempre leo antes de dormir, hacia las once o antes. Me llevo a la cama dos o tres libros. Anoche leí un poco a Josep Pla, Viaje en autobús, que trata de cosas aparentemente sin importancia, pero escribe muy bien. Pero el último libro importante que he leído es La Regenta. Lo leí hace muchísimos años y ahora me ha parecido inmisericorde, no deja títere con cabeza. No me gustan los que miden a la baja todo el tiempo. Como es inteligente, mete el dedo en el ojo muy bien metido. Me gusta más Fortunata y Jacinta; Galdós es más generoso que Clarín.


martes, 6 de julio de 2021

NOSTRUM MARE CAMERATA, presentación en el teatro Olympia de Valencia

 

Da gusto ver crecer a Jacobo Christensen. Desde la primera vez que lo escuché, en el Instituto donde yo daba clase y él las tomaba, tendría entonces 13 o 14 años, me convertí en un admirador suyo. Primero lo escuchaba en las celebraciones del centro, más tarde en el concierto (inolvidable) que llevó a cabo, con su amigo y pianista Carlos Apéllaniz, en la capilla de la Universidad vieja de Valencia, para despedirse del centro educativo donde había estudiado los últimos años de su vida. Con el tiempo ya lo he visto en los espacios habituales de la ciudad: desde el Ateneo, al Almudín, pasando por el Palau de la Música o les Arts. Siempre me ha sorprendido lo bien que toca el violín, pero también el gusto que tiene para confeccionar los programas, su profundo conocimiento musical.

Ayer me volvió a sorprender, ya que ha puesto en pie un proyecto de música de cámara, Nostrum Mare Camerata, que se presentaba en el teatro Olympia de Valencia. Pero ahora con un doble papel, el de violinista, pero también el de director, siendo este último el preponderante. Se trata de un grupo de jóvenes entusiastas que ejecutan la música con una entrega total, y eso se nota en los resultados, que son espléndidos. Puede que hubiera ayer en el Olympia muchos familiares y amigos, incondicionales, pero todos disfrutaron de lo lindo, y entiendo que abandonaron el teatro porque no había otra, y que se hubieran quedado un buen rato más sintiendo y gozando la música.

miércoles, 16 de junio de 2021

Julián Marías como filósofo cristiano

Que Julián Marías era un filósofo cristiano es evidente. Muchos de sus libros y artículos tratan de la temática y problemática cristiana (entre otros, La perspectiva cristiana). Pero lo que hoy quiero traer al blog es un pasaje de su Historia de la Filosofía en que, al hablar de la filosofía estoica, lleva a cabo una pequeña comparación entre los planteamientos de la Stoa y el Cristianismo, tan sintética y tan brillante al mismo tiempo que nos hace ver como escribía desde una profunda sustanciación cristiana.


EL COSMOPOLITISMO ANTIGUO.- Los estoicos no se sienten tan desligados de la convivencia como los cínicos; tienen un interés mucho mayor por la comunidad. Marco Aurelio describe su naturaleza como racional y social. Pero la ciudad es también convención, nómos, y no naturaleza. El hombre no es ciudadano de esta o aquella patria, sino del mundo: cosmopolita. El papel que representa el cosmopolitismo en el mundo antiguo es sumamente importante. Se asemeja aparentemente a la unidad de los hombres que afirma el cristianismo; pero se trata de dos cosas totalmente distintas. El cristianismo afirma que los hombres son hermanos, sin distinguir al griego del romano o del judío o del escita, ni al esclavo del libre. Pero esta fraternidad tiene un fundamento, un principio: la hermandad viene fundada en una paternidad común. Y en el cristianismo los hombres son hermanos porque son, todos, hijos de Dios. No por otra cosa; con lo cual se ve que no se trata de un hecho histórico, sino de la verdad sobrenatural del hombre; los hombres son hermanos porque Dios es su padre común; son prójimos, esto es, próximos, aunque estén separados en el mundo, porque se encuentran juntos en la paternidad divina: en Dios todos somos unos. Y por eso el vínculo cristiano entre los hombres no es el de patria, ni el de raza, ni el de convivencia, sino la caridad, el amor de Dios, y, por tanto, el amor a los hombres en Dios; es decir, en lo que los hace prójimos nuestros, próximos a nosotros. No se trata, pues de nada histórico, de la convivencia de los hombres en ciudades, naciones o lo que se quiera: “Mi reino no es de este mundo.”


(Historia de la filosofía, cap 5 “El ideal del sabio”, Revista de Occidente, 1965, p. 91)