Todos conocemos ese brillantísimo comienzo del Concierto barroco, de Alejo Carpentier, en que el Indiano (personaje principal de la novela y dueño de minas de plata en México) prepara su viaje a Europa, y como va guardando en su baúles sus innúmeros utensilios de plata. La muy retórica enumeración (que juega con la repetición, la anáfora, la paronomasia, la aliteración…) termina con un efecto cómico: el Indiano orinando sobre una bacinilla de plata y el efecto a plata que produce la espuma de su pipí. Se diría un nuevo Midas que tiene la facultad de producir plata -ya no oro- con su cuerpo.
De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo eso se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia de Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba con un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...
Lo que tal vez nos sorprenda (o no tanto) es ver que la idea cómica del fragmento tiene un precedente en un relato de Blasco Ibáñez. El tan cuestionado don Vicente era un escritor de poderosa pluma e imaginación, tal vez demasiado prolífico (y de ahí sus caídas), pero que cuando acierta (por ejemplo, en sus narraciones valencianas) es un artista incuestionable. En sus Novelas de la Costa Azul (1924) hay un relato, “El comediante Fonseca”, en que un pobre actor español venido a menos nos cuenta los avatares de su carrera por América (pues en la península no sabían apreciarle) durante muchísimos años. En un momento evoca la antigua América que él conoció. Sin la alharaca barroca de la retórica carpenteriana nos sitúa perfectamente en su contexto el material precioso con que se forjaba “cierto útil nocturno depositado junto a la cama”. Ahí tenemos, no me cabe apenas duda, el directo precedente de la “bacinilla” de Carpentier.
Parece que esta América vieja se ha modificado mucho desde mis tiempos de galán joven y va a desaparecer. Pero yo la he conocido aún con su noble atraso y su lujo colonial. Estuve en poblaciones del interior célebres por sus minas históricas, donde todo era de plata, pero plata antigua y recia, trabajada a martillo, con la prodigalidad que aconseja la abundancia del material; los platos, los jarros y hasta cierto útil nocturno depositado junto a la cama. Los objetos de loza había que traerlos de la costa, y se quiebran fácilmente en un viaje a lomos de mula por los senderos de la cordillera. Resultaba más económico fabricarlos de plata.
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