miércoles, 16 de junio de 2021

Julián Marías como filósofo cristiano

Que Julián Marías era un filósofo cristiano es evidente. Muchos de sus libros y artículos tratan de la temática y problemática cristiana (entre otros, La perspectiva cristiana). Pero lo que hoy quiero traer al blog es un pasaje de su Historia de la Filosofía en que, al hablar de la filosofía estoica, lleva a cabo una pequeña comparación entre los planteamientos de la Stoa y el Cristianismo, tan sintética y tan brillante al mismo tiempo que nos hace ver como escribía desde una profunda sustanciación cristiana.


EL COSMOPOLITISMO ANTIGUO.- Los estoicos no se sienten tan desligados de la convivencia como los cínicos; tienen un interés mucho mayor por la comunidad. Marco Aurelio describe su naturaleza como racional y social. Pero la ciudad es también convención, nómos, y no naturaleza. El hombre no es ciudadano de esta o aquella patria, sino del mundo: cosmopolita. El papel que representa el cosmopolitismo en el mundo antiguo es sumamente importante. Se asemeja aparentemente a la unidad de los hombres que afirma el cristianismo; pero se trata de dos cosas totalmente distintas. El cristianismo afirma que los hombres son hermanos, sin distinguir al griego del romano o del judío o del escita, ni al esclavo del libre. Pero esta fraternidad tiene un fundamento, un principio: la hermandad viene fundada en una paternidad común. Y en el cristianismo los hombres son hermanos porque son, todos, hijos de Dios. No por otra cosa; con lo cual se ve que no se trata de un hecho histórico, sino de la verdad sobrenatural del hombre; los hombres son hermanos porque Dios es su padre común; son prójimos, esto es, próximos, aunque estén separados en el mundo, porque se encuentran juntos en la paternidad divina: en Dios todos somos unos. Y por eso el vínculo cristiano entre los hombres no es el de patria, ni el de raza, ni el de convivencia, sino la caridad, el amor de Dios, y, por tanto, el amor a los hombres en Dios; es decir, en lo que los hace prójimos nuestros, próximos a nosotros. No se trata, pues de nada histórico, de la convivencia de los hombres en ciudades, naciones o lo que se quiera: “Mi reino no es de este mundo.”


(Historia de la filosofía, cap 5 “El ideal del sabio”, Revista de Occidente, 1965, p. 91)

lunes, 7 de junio de 2021

El accidentado desayuno de Tarzán

 


Mi esposa admiraba a Tarzán. Había sido su ídolo incuestionable durante la infancia. Pero recientemente, viendo la película del año 1932 con Johnny Weissmüller, su admiración ha subido enteros cuando ha presenciado el modo en que Tarzán gestiona su primera colación mañanera.


Tarzán se levanta y, sin apenas desperezarse ni enjuagarse la cara, pero ya peinado, percibe que Jane tiene hambre. En vez de ir al frigorífico a buscar la leche para desayunar, se lanza del árbol en busca de alimento. Se topa con un leopardo, con el que pelea y al que vence. Luego sigue su camino y avista un antílope, al que persigue y da caza. Lo mata, le arranca una pierna y deja el resto del cuerpo para el león que se acerca con intención de disputarle la presa. Al volver a su árbol Chita le avisa de que Jane ha sido raptada por unos pigmeos malévolos que disfrutan echando a sus víctimas a un monstruoso gorila que las devora en un pispás. Cuando ya se dispone a dar cuenta de Jane, aparece Tarzán -todavía en ayunas- que se lanza contra él y combate a muerte en defensa de su amada, a la que consigue rescatar de tan funestas garras. Regresan al árbol, donde suponemos que finalmente desayunan, pero de esto la película no nos muestra nada.


Con esa vida tan agitada y triunfal, ¡cómo no iba a ser el ídolo de mi chica!

martes, 1 de junio de 2021

Javier García Gibert publica su primera novela, EL SACRIFICIO. De muestra, un botón.

 

Ya está en la calle la primera incursión de Javier García Gibert en el terreno de la ficción (hasta ahora sólo había publicado ensayos sobre temas preferentemente literarios). Empiezo a leer la novela y a interesarme por las disquisiciones mentales de su cerebral protagonista y disfrutar su castellano de selecta raigambre, cuando me topo con el siguiente pasaje a propósito del “regazo”, ese fascinante lugar de imprecisa y momentánea configuración. Me llama mucho la atención, pues soy un devoto de tal espacio. Algunos de los más delicados ajustes con el mundo los he tenido con mi cabeza apoyada en el regazo de una mujer. Decido traerlo al blog:


El sol de final del invierno nos daba de lleno y ni siquiera soplaba una brizna de aire. Nos acomodamos entre las grandes piedras y me tumbé con la cabeza en su regazo. Escuchando la violencia acompasada del mar y recordando la disposición compasiva de Lucía hacia su amiga, pensé que ningún lugar resulta tan hospitalario y consolador como el regazo femenino. Los hombres no tenemos tal cosa. Se lo dije a Lucía:

- ¿Te has dado cuenta de lo curiosa que es la palabra “regazo”? Un lugar físico que no es un lugar físico. No puedes sufrir un golpe en el regazo, no pueden operarte de él. ¿Y te has dado cuenta de que los hombres no parece que tengamos regazo, que es algo exclusivo de las mujeres?

- No es tan extraño. Yo sé la razón por la que ocurre eso.

- Ah, ¿sí?

- Sí. Tenemos regazo porque tenemos útero. Una cosa va unida a la otra.

- Quieres decir que tenéis un regazo para acunar, una vez que están fuera, a los niños que fabricáis dentro.

- Claro. Pero qué manera tienes de decirlo: “fabricáis”. Los niños no se fabrican. Es un proceso biológico, no un proceso industrial. Y no los hacemos nosotras. Se hacen conjuntamente.”


(Javier García Gibert: El sacrificio. Caligrama Talento, págs. 44-45)




viernes, 21 de mayo de 2021

De cómo fracasé en la elucidación del autor del Lazarillo de Tormes (scherzo)

 

Por la época en que me inicié en los estudios de humanidades, el asunto de la autoría de la novelita renacentista constituía motivo de grandes preocupaciones. La obra había sido adjudicada a Diego Hurtado de Mendoza, y algunos ediciones se adscribían a este nombre, pero otros insinuaban que era creación de un converso, o de un erasmista. Un outsider propone Lázaro Carreter en uno de sus enjundiosos ensayos. La broma de Francisco Rico, en su Primera cuarentena, de atribuir el Lazarillo a seis autores, una auténtica cofradía de pícaros, no consiguió disuadir a los osados. Y así Rosa Navarro Durán propuso que era obra erasmista y de Alfonso de Valdés, editándolo bajo su nombre, mientras que el muy dudoso Francisco Calero insistía en que el autor indudable era Luis Vives, valenciano. Casi prefiero quedarme con la tesis que lo adscribe a un conciliábulo de obispos en viaje a Trento.


Pero, ya profesor, en mis clases, a veces tenía iluminaciones eruditas y se me revelaban aspectos desconocidos de las obras: así fue como entreví la paternidad de Mosén Millán respecto a Paco el del Molino, o el uso contrastante de la terminología técnica para realidades vulgares que utiliza Larra como motivo de humor. El caso es que un buen día, leyendo en clase el Lazarillo, me di cuenta de la frecuencia con que se utilizaba el vocablo (para mí raro) “aparejo” y su derivado “aparejar” en tan escueta narración. Una luz se hizo en mi interior, y les comuniqué a mis alumnos que había descubierto al autor de la novela. Les pedí unos días de plazo para comunicárselo. Se trataba de hacer un cribado en los escritores de la época y ver quién usaba con frecuencias esos vocablos. Ése, indudablemente, sería el autor de la novela. Leí humanistas, santos, cronistas, aventureros, y…, ¡oh decepción!, descubrí que la palabreja era empleada con frecuencia por los más variados plumíferos del momento.


Ayer, leyendo unas cartas de Juan de Ávila, me encuentro con el siguiente pasaje:


“Y después y antes de comulgar tengamos algún aparejo, y los mejores son la fe cierta que vamos a recibir a Jesucristo Nuestro Señor, y el pensamiento y amor de su Pasión, pues en su memoria se hace: y así recreados, aparejémonos para comulgar otra vez; porque quien entonces se apareja solamente a ella, muy pocas veces se hallará aparejado. Corramos, pues, tras Dios, que no se nos irá; clavado está en la Cruz (...)”


¿Será tan venerable cristiano el autor del Lazarillo de Tormes?

viernes, 14 de mayo de 2021

El influjo de Juan de Ávila en Lope de Vega: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

 

Una lectura, aunque somera, de las cartas de Juan de Ávila (estoy leyendo una antología de su epistolario editada por Manuel de Montoliu en los Clásicos Ebro, de la época en que el ahora santo era sólo beato), nos deja ver su enorme sensatez, su claridad y riqueza expresiva, pero además la enorme fecundidad de su influjo (hay toda una literatura sobre su presencia en los textos de Lope de Vega, en el soneto anónimo “No me mueve, mi Dios, para quererte”, e incluso puedo percibir una anticipación del método de Loyola y su “composición viendo el lugar” en la carta al maestro García Arias).


Hoy quería traer a este blog el pasaje de una epístola que, según el editor, fue la fuente primordial del célebre soneto de Lope que copio a continuación:

lunes, 10 de mayo de 2021

Esperanza, aspereza y espesura. Sobre la enmienda de un verso de MARTA LA PIADOSA, de Tirso de Molina.

 

Empiezo a leer Marta la piadosa, de Tirso de Molina, y casi no consigo pasar adelante, a causa de mi mirada de filólogo, que me hace detenerme en los detalles. La obra se abre, extraordinariamente, con dos sonetos, cada uno puesto en boca de las hermanas no muy bien avenidas, Marta y Lucía, en que se lamentan, la primera de sus males (por la muerte de su hermano a manos del galán Felipe); la segunda, supuestamente por la muerte del hermano, pero sobre todo por la ausencia forzada del galán, de quien está enamorada.

martes, 4 de mayo de 2021

Un modelo de claridad expositiva: Javier Portús sobre los retratos de donantes en las pinturas antiguas

 

Conocí a Javier Portús en un lejano congreso sobre transmisión de manuscritos en el siglo de oro, que dirigía Augustin Redondo en los cursos de verano de la UCM en El Escorial. Allí, no recuerdo a qué ponente, le hice una pregunta que, como de costumbre en este tipo de congresos, quedó sin contestar a causa de la vaguedad de la respuesta. Entonces pidió la palabra un joven, que estaba sentado entre el público, y me respondió con precisión y con auténtico deseo de comunicar y de que yo comprendiera lo que deseaba saber. Me quedé impactado con su actitud, tan poco frecuente. Al día siguiente ese joven era ponente, se trataba de Javier Portús, y llevó a cabo una de las ponencias más interesantes y eruditas de todo el congreso. 

Me quedé con su nombre y, desde entonces le sigo asiduamente en sus publicaciones, y puedo asegurar que se trata del más competente historiador de la pintura española de los siglos de oro en la actualidad. Y también, por supuesto, uno de los grandes curadores de exposiciones. ¿Cómo olvidar aquella magnífica de Metapintura que se pudo ver en el Museo del Prado hace unos pocos años?

Hoy traigo al blog un ejemplo de su claridad y penetración expositiva, tomado de un catálogo no muy conocido, donde explica el uso de los retratos de donantes y el porqué de su disposición en los cuadros.