Una lectura, aunque somera, de las cartas de Juan de Ávila (estoy leyendo una antología de su epistolario editada por Manuel de Montoliu en los Clásicos Ebro, de la época en que el ahora santo era sólo beato), nos deja ver su enorme sensatez, su claridad y riqueza expresiva, pero además la enorme fecundidad de su influjo (hay toda una literatura sobre su presencia en los textos de Lope de Vega, en el soneto anónimo “No me mueve, mi Dios, para quererte”, e incluso puedo percibir una anticipación del método de Loyola y su “composición viendo el lugar” en la carta al maestro García Arias).
Hoy quería traer a este blog el pasaje de una epístola que, según el editor, fue la fuente primordial del célebre soneto de Lope que copio a continuación:
¿Qué
tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue,
Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las
noches del invierno oscuras?
¡Oh,
cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué
extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó
las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas
veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la
ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y
cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos»,
respondía,
para lo mismo responder mañana!
Se trata de la carta 42, según la edición de las Obras Completas, a cargo de Luis Sala Balust en la BAC (Tomo 1, Madrid 1952), dirigida “A una señora”, y entre otras cosas le dice:
“¡Oh gran confusión de nuestra mayor desvergüenza! Ponemos cuidado y muévenos todo el corazón saber que viene a nuestra casa una pequeña criatura, ¡y oímos con orejas sordas y con corazón más que muerto: El Altísimo quiere venir a ti! Abrimos luego a quien llama [a] nuestra puerta, y veces hay que por nuestro mal, ¡y dejamos estar a nuestro Señor llamando a la puerta de nuestro corazón cargado de bienes, y hacémonos sordos y no le queremos abrir! Justicia terná el día postrero en cerrar Él la puerta de su misericordia y decir: No os conozco, a los que llamaren: Señor, Señor, ábrenos. Pues no es mucho que desprecie entonces al que agora le desprecia a Él.
¡Oh quién un rato hablase a solas y en seso con su ánima propria y le preguntase qué es aquello por lo cual no abre a su Señor y cuál es el estorbo que tiene para servirle! ¿Quién puede hacer contrapeso a estar Dios llamando a la puerta, convidándonos con que si le abrimos cenará con nos y nos con Él? Él come nuestro arrepentimiento, bebe de nuestras lágrimas y gózase de cómo le pedimos lo que nos falta y agradecemos lo que nos ha dado; y nosotros comemos del perdón de los pecados que nos da, del esfuerzo en los trabajos y de otras mil mercedes que consigo trae, que dejan al ánima tan harta y tan otra, que le parece haber resucitado de muerte a vida. ¿Qué es aquello, ánima mía, qué es aquello que tienes en tu corazón porque no abres luego, luego y de priesa al Señor, que a tu puerta llama? Su cabeza tiene llena de rocío, y sus cabellos llenos de gotas de la noche, que son los muchos golpes y remesones que le dieron en ella por ti, cuando dijo: Esta es vuestra hora y poder de las tinieblas.¿Por qué eres desagradecida a tanto amor y mal criada a tal Majestad? Abre ya y echa de tu corazón cualquier cosa que te estorbe el puro y fuerte amor que le debes; porque cualquier cosa que sea, adúltero es, y no tu varón, pues éste es sólo Dios tuyo.
¿Qué esperas a mañana, que no sabes si lo verás ni cómo en él estarás? Ya es hora de levantar, que alto va el sol; y basta lo dormido y perdido de tu vida, pues no has vivido más de cuanto has vivido a Él. No te entristezcas por dejar los estorbos ni te fatigues al tiempo del levantar, que el Señor hará que te alegres después de levantada, mucho más que es la pena que te da el levantar.”
(págs. 484-485; subrayo los pasajes más significativos de cara al poema de Lope)
Bien es verdad que el fragmento en cursiva en que se habla del rocío procede del Cantar de los Cantares (5, 2) o que en Apocalipsis (3, 20) encontramos la imagen de llamar a la puerta:
"Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo".
Pero parece claro que la carta de Juan de Ávila fue la fuente primordial del sacro soneto. Otra cosa es la manera magistral en que Lope convierte esto en maravillosos endecasílabos y el diálogo con el Ángel que se inventa. Ahí es ná.
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